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Opinión

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Costos del fin de sexenio

En estas #Elecciones2018 todo se mueve... todo, menos las administraciones públicas gubernamentales del país. Parece que el objetivo de gobernantes y funcionarios no es rendir buenas cuentas a la sociedad ni concluir proyectos u honrar las entonces promesas de campaña. Su única meta tradicional —casi obsesión— es brincar el sexenio, cuidarse las espaldas y agarrar otro “hueso”. La responsabilidad pública pasa a segundo plano, si es que alguna vez fue prioridad.

En el “Año de Hidalgo 2018” la maquinaria burocrática se mueve al ritmo de los intereses, complicidad y conveniencia de los “servidores” salientes. No es que dejen de hacer transas, es que ahora se ocupan más de blindarlas. No es que la corrupción descienda, es que se cuidan de parapetarla; lo que María Amparo Casar ha descrito como “tapaos los unos a los otros”.

El flamante sistema de transparencia y rendición de cuentas en México pinta mal este 2018; está encasquillado, a medio motor, pues algunos actores retrógrados han conseguido bloquear al Sistema Nacional Anticorrupción: la reforma constitucional promulgada en el 2015 para prevenir, investigar y sancionar la corrupción, sigue coja y sin zapato para andar.

Hemos entrado de lleno a la recta final del sexenio y al proceso electoral más complejo de la historia, sin fiscal general, sin fiscal anticorrupción y con un fiscal para delitos electorales, Héctor Díaz, nombrado tardía y apresuradamente.

Además, ¿a quiénes pedir rendición de cuentas si numerosos funcionarios se han movido a las campañas de aspirantes, precandidatos o candidatos? Como cada sexenio, burócratas salen en desbandada y dejan a sustitutos o encargados de despacho las tareas de entrega-recepción, cierre de presupuestos y trámites pendientes. En un aparente “ambiente controlado”, muchas veces sin firmas autorizadas, los resultados son predecibles: pagos retenidos, cancelados y demorados; caos con proveedores; obras a medias, procesos sin seguimiento, proyectos truncados e instituciones paralizadas.

Los ciudadanos honestos, en particular los contribuyentes y los héroes que sostienen la economía formal, son los que, ooooootra vez, pagarán el costo de los errores, negligencia y cinismo de políticos y gobernantes, con el castigo añadido de tener que soportar millones de spots y bots, discursos populistas —de derecha y de izquierda— y promesas interminables con fastidiosos vítores o aplausos de acarreados.

Quizá no sea justo generalizar a todos los políticos. Los hay talentosos y eficientes, pero incluso algunos de ellos también acaban pecando de abandono, seducidos por el canto de la sirena electoral. Así vemos aventurarse a un destino incierto a servidores públicos que habían dado buenos resultados como Mikel Arriola en el IMSS, quien dicen es excelente burócrata, pero mal político.

Por otra parte, qué difícil resulta para los ciudadanos votar por candidatos aparentemente con buena imagen, mucha parafernalia y escenografía electoral, pero con total incertidumbre de si serán diestros u honestos a la hora de gobernar.

Ciudadanos paganos

Los paganos del fin de sexenio siempre resultan ser los honestos ciudadanos. Las elecciones del 2018 serán campañas de lodo ante el miedo, hartazgo, indignación y sentimientos de impotencia por el “menos peor”. Terrible momento para la enferma democracia mexicana, llena de lagañas en los ojos a la hora de votar.

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