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Opinión

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Dedazo sin tapado

El lenguaje político, decía George Orwell en su célebre ensayo “La política y la lengua inglesa”, está diseñado para dar una apariencia de solidez a lo que es puro aire, para hacer que las mentiras suenen verdaderas. A menudo, hay que leer el discurso político en sentido contrario.

Solo así podemos entender el evento político de Morena celebrado en Toluca el pasado 12 de junio, bajo el cacofónico título de “Unidad y movilización para que siga la transformación”. La convocatoria estuvo a cargo de Mario Delgado, dirigente nacional de Morena, pero en el evento el verdadero anfitrión fue Adán Augusto López, secretario de Gobernación.

En realidad, fueron dos eventos, uno privado y otro público. En el evento privado se reunieron para desayunar los aspirantes a la candidatura presidencial de Morena que han recibido el respaldo público del presidente López Obrador. Asistieron Claudia Sheinbaum, jefa de Gobierno de la CDMX, Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, y el propio Adán Augusto López.

Llama la atención cómo el secretario de Gobernación empieza a asumir el control de Morena. Parece que entre las tareas encomendadas por el presidente López Obrador a su paisano tabasqueño está poner orden en un partido dominado por el faccionalismo y las ambiciones personales.

Morena tiende a convertirse en una especie de órgano desconcentrado de la Secretaría de Gobernación. Adán Augusto López interviene cada vez más para resolver los conflictos internos y mantener la unidad del partido. Sin embargo, su doble papel de aspirante presidencial e interventor de Morena es insostenible. Puede volverse una causa de fractura en un momento delicado en que el partido tiene que resolver el conflicto de ambiciones en torno a la candidatura presidencial.

El evento público tuvo como propósito mandar a la opinión pública un mensaje de unidad. Sin embargo, la ausencia de Ricardo Monreal, el jefe de la bancada de Morena en el Senado, lo estropeó. Al día siguiente sus declaraciones estaban en todos los medios. En lugar de unidad, delataban exclusión y señalaban una inminente ruptura al interior del partido.

En el pasado, el PRI resolvió el problema de la unidad interna durante la sucesión presidencial mediante dos instituciones: el tapadismo y el dedazo. La primera significaba que los aspirantes tenían prohibido el activismo político abierto con el fin de ganar la candidatura presidencial. La segunda dejaba claro que, al final del día, al presidente saliente le correspondía elegir al candidato de su partido a sucederlo.

López Obrador ha buscado en su sucesión mantener el dedazo, pero prescindir del tapadismo. Ha alentado las aspiraciones presidenciales de Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y, más recientemente, Adán Augusto López. Al mismo tiempo, ha dado a entender que él mismo, en su momento, elegirá basado en una encuesta.

El evento de Toluca fue una ocasión para que los aspirantes presidenciales de Morena se comprometieran con el plan sucesorio de López Obrador. Monreal volvió a romper con la ilusión de unidad. “Yo no creo en las encuestas de Morena”, dijo. “Carecen de transparencia, carecen de equidad, carecen de imparcialidad”, remató.

El plan sucesorio de Morena tiene aún un fin incierto. Las muestras de unidad son engañosas. El faccionalismo incipiente puede desbordarse. Los perdedores inconformes tienen la opción de desconocer la decisión presidencial y pasar de la disidencia a la oposición. 

*El autor es profesor del CIDE.

Twitter: @BenitoNacif

El Dr. Benito Nacif es profesor de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Fue Consejero Electoral del Instituto Nacional Electoral (INE) del 2014 al 2020 y del Instituto Federal Electoral (IFE) del 2008 al 2014.

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