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Desbloqueo de la reforma del FMI
Esbozar una agenda de reformas para el Fondo Monetario Internacional es fácil; implementar la reforma es difícil. Requerirá, entre otras cosas, de que Estados Unidos renuncie a su veto en la institución y que China asuma una mayor responsabilidad por la estabilidad global y los problemas de otras economías.
AIX-EN-PROVENCE. En julio de 1944, hace exactamente 80 años, los representantes de 44 países se reunieron en un oscuro pueblo de New Hampshire para negociar el Acuerdo de Bretton Woods por el que se establecía el Fondo Monetario Internacional. Para muchos, llegar a la madura edad de 80 años sería motivo de celebración. Para el FMI, el aniversario sólo pone de relieve la urgencia de la reforma.
Algunas reformas necesarias son sencillas y ampliamente aceptadas, lo que plantea la pregunta de por qué no se han adoptado. En primer lugar, el FMI debería proporcionar a sus miembros asignaciones anuales regulares de su instrumento financiero interno, los derechos especiales de giro. Esto proporcionaría una alternativa al dólar estadounidense como fuente de liquidez global y, al mismo tiempo, abordaría el problema de los desequilibrios globales crónicos.
En segundo lugar, el FMI debe mejorar la organización de las reestructuraciones de la deuda de los países de bajos ingresos. Su último intento, el grandilocuente Marco Común para los Tratamientos de la Deuda, ha resultado insuficiente. El FMI debe presionar más para lograr la cooperación del gobierno y las instituciones financieras de China, que no están familiarizados con las responsabilidades de un acreedor soberano. Debería apoyar reformas para acelerar las reestructuraciones y respaldar iniciativas para acabar con los acreedores que no aceptan la oferta.
En cuanto a la vigilancia de las políticas de los países, el FMI debe abordar su percepción de falta de imparcialidad: mientras que los países emergentes y en desarrollo deben cumplir estándares exigentes, los países de altos ingresos como Estados Unidos quedan exentos de responsabilidad. Debe revitalizar su análisis de los efectos transfronterizos de las políticas de los países grandes, un proceso que Estados Unidos ha logrado sofocar.
En cuanto a sus políticas crediticias, el FMI debe disociar el tamaño de los préstamos de un sistema anacrónico de cuotas y reducir las tasas de interés punitivas que se cobran a los países de ingresos medios.
Para garantizar el mejor liderazgo posible, el director gerente debe ser seleccionado a través de un proceso competitivo, en el que los candidatos presentan declaraciones y se presentan a entrevistas, después de lo cual los gobiernos accionistas votan. El vencedor debería ser el individuo más calificado y no sólo el europeo más calificado, como ha sido históricamente el caso.
Por sobre todo, el FMI debe reconocer que no puede ser todo para todos. Bajo los últimos directores gerentes, ha ampliado su agenda desde su mandato central, preservar la estabilidad económica y financiera, para abarcar la equidad de género, el cambio climático y otras cuestiones no tradicionales. Éstos no son temas en los que los macroeconomistas del FMI sean expertos. El propio organismo de control interno del FMI, la Oficina de Evaluación Independiente, ha advertido acertadamente que aventurarse en estas áreas puede sobrecargar los recursos humanos y de gestión del Fondo.
Es cierto que el FMI no puede ignorar el cambio climático, ya que los eventos climáticos afectan la estabilidad económica y financiera. La educación de las mujeres, la participación en la fuerza laboral y los servicios de cuidado infantil deben estar en su agenda en la medida en que tienen implicaciones para el crecimiento económico y, por lo tanto, para la sostenibilidad de la deuda. Sin embargo, fundamentalmente, las políticas relacionadas con el género y la adaptación al cambio climático son cuestiones de desarrollo económico. Requieren inversiones a largo plazo. Como tales, caen principalmente dentro del ámbito de competencia del Banco Mundial, la institución hermana del FMI situada al otro lado de la calle 19 en Washington.
Una ventaja de una agenda centrada en el mandato central del FMI es que los gobiernos nacionales tienen más probabilidades de dar a la dirección y al personal del Fondo la libertad de acción necesaria para actuar con rapidez en respuesta a acontecimientos que amenacen la estabilidad económica y financiera. El FMI carece de la independencia de los bancos centrales nacionales. En la actualidad, la toma de decisiones es lenta en comparación con las crisis financieras, que se desarrollan con rapidez. Las decisiones deben ser aprobadas por un directorio ejecutivo de personas designadas políticamente que, a su vez, responden a sus gobiernos.
Pero la independencia de los bancos centrales es viable sólo porque los banqueros centrales tienen un mandato limitado centrado en la estabilidad de precios, con el que se pueden juzgar sus acciones. Durante un cuarto de siglo, los observadores han sostenido que un FMI más independiente y ágil sería mejor, pero cuanto más diluye la institución su agenda, más se parece esa independencia a una quimera.
El otro factor que sustenta la viabilidad de la independencia del banco central es que los responsables de la política monetaria a nivel nacional deben rendir cuentas a actores políticos legítimos, generalmente parlamentos y ministros. La legitimidad de la rendición de cuentas del FMI es más dudosa, debido a la estructura de gobernanza de la institución.
Por razones anticuadas, Estados Unidos –y sólo Estados Unidos– tiene poder de veto sobre las decisiones importantes del FMI. Europa está sobrerrepresentada en la institución, mientras que China está subrepresentada. Hasta que se corrijan estos desequilibrios, la gobernanza del Fondo seguirá estando en la sombra. Esto no sólo hace que la perspectiva de independencia operativa sea aún más remota, sino que también obstaculiza prácticamente todas las reformas significativas, incluidos los cambios sencillos enumerados anteriormente.
Esbozo de una agenda de reformas. Para el FMI es fácil implementarlo, pero es difícil. Una verdadera reforma exigirá que Estados Unidos abandone su poder de veto en la institución, que China asuma más responsabilidad por la estabilidad global y los problemas de otras economías y que Estados Unidos y China trabajen juntos. Para dos países que no han demostrado mucha capacidad de cooperación en los últimos años, la reforma del FMI sería un buen punto de partida.
El autor
Barry Eichengreen, profesor de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de California, Berkeley, es el autor, más recientemente, de In Defense of Public Debt (Oxford University Press, 2021).
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