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Economías de contraste
El extraordinario foro monetario de Jacksonhole se caracterizó por un contraste entre diferentes grados de pesimismo.
Jacksonhole, Wyoming. Éstas son épocas de contrastes, y éste fue el concepto que predominó en el foro monetario de Jacksonhole. Contraste entre los que dicen que la economía caerá en recesión de nuevo y los que mantienen la esperanza en una recuperación en el 2011; contraste entre los que proclaman la fe expansionista y los que nos recuerdan que los años después de una crisis tienden a ser sumamente complicados.
Contraste entre la belleza que rodea los alrededores de este paraíso rocalloso y las discusiones sobre el rumbo de la economía. Empero, como sucede cuando se escala una de estas montañas, si nos caemos, nos tenemos que levantar; en el cómo está la primera gran lección; y en evitar una nueva caída está la segunda.
Ben Bernanke, el flamante gobernador de la Fed, admitió que la recuperación ha sido más modesta de lo deseado, y que la economía mundial sigue enfrentando un número importante de riesgos, sobre todo la falta de confianza sobre la dirección del rumbo actual. La Fed seguirá alerta, dispuesta a tomar medidas adicionales, como lo puede ser la compra de activos, lo cual significaría una nueva ronda de estímulo monetario.
En un tono de contraste, Bernanke enfatizó que la política central no puede dar todas las soluciones y que la fortaleza del rebote hacia un crecimiento dependerá de otros factores también, como la solidez de las finanzas públicas y el liderazgo del sector privado en tomar los riesgos para realizar nuevas inversiones fijas.
Llegó la estupenda economista Carmen Reinhart, quien no descartó la posibilidad de toda una década de bajo crecimiento con alto desempleo.
Los choques adversos, insiste Reinhart, no deben ser vistos como temporales, sino contabilizados como pérdidas permanentes. Por cierto, ello explica otro contraste, el fuerte surgimiento del monto de reservas acumuladas en mercados emergentes, mismo que ha superado por mucho el monto que se observa en los países desarrollados.
El deterioro fiscal de los países alrededor del mundo parecería indiciar que es mejor ahorrar para el futuro que pagar los platos rotos de quebrantos soberanos.
Las reservas, así vistas, son un seguro. Jean Claude Trichet, gobernador del Banco de Europa, también decía que el gran reto de los próximos años recae sobre la consolidación fiscal, la cual debe ser generalizada ante los dramáticos aumentos de deuda pública.
Estos ajustes deben ser permanentes; y debe, ante todo, resistir la moda alterna de considerar la inflación como mecanismo para licuar estas deudas.
Esto representa un llamado en favor de la estabilidad fiscal. Pero el asunto fiscal, en contraste al monetario, es más mito que ciencia. Así lo explicó Edward Leeper, un brillante investigador macroeconómico, en la aportación de mayor controversia en el foro.
Los gobiernos alrededor del mundo han gastado fabulosas cantidades de dinero para enfrentar los efectos de la Gran Recesión. Los déficit públicos de 10, 12 o 15%, considerados impensables hace tan sólo una década, ahora son la norma; y la norma es insostenible.
La política fiscal requiere ciencia, es decir, reglas claras sobre los límites del gasto, sobre superávit estructurales, sobre cómo gastar menos y mejor. Hoy, estas discusiones están paralizadas por el proceso político, lo cual es fuente de esta ola de desconfianza que afecta a los mercados, a la inversión, a la producción y al consumo.
Tanta sabiduría macroeconómica reunida en un lugar, y al final llegan a la misma conclusión que el resto de los mortales: para mejorar el nivel de vida, no podemos gastar más de lo que se tiene. Vaya contraste...
rsalinas@eleconomista.com.mx