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Opinión

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El adiós de Alan García

El suicido del líder aprista deja a un partido sin rumbo

Después de casi 100 años de existencia, el Partido Aprista Peruano (PAP o APRA) llega al culmen de una nueva crisis, en Semana Santa providencialmente, en Viernes Santo, por si fuera poco.

La muerte de Alan García, quien para casi todos (amigos o enemigos) fue el líder político más hábil, capaz y sólido del país, es un acontecimiento original y complejo.

¿Qué pierde el APRA con la partida de Alan García?

El partido pierde a su líder, pierde su poder en los ámbitos empresarial, social y político dentro del país. Pierde su fama, simpatía y contactos en círculos políticos internacionales importantes. Pierde su personalidad, su inacabable capacidad para aparentar estar siempre en lo cierto, mirando fijamente, sin temblar; su plenamente aceptada, odiada o admirada presencia imponente, soberbia, indolente, por encima de las cosas. Tenía 70 años, le sobraba energía. Es triste, y es una gran pérdida.

¿Qué gana el APRA con la partida de Alan García?

La muerte no es el fin y el Triduo Pascual así lo demuestra. Si el grano de trigo no se destruye, no da fruto, dicen. Pues bien, en primer lugar, la partida de García le da al PAP la oportunidad de convertirse en una institución y dejar de ser una masa de militantes detrás de un líder espiritual de barro. Ese es el fruto que se espera.

García liberó a los apristas del propio García: uno de los políticos más odiados del Perú, siempre presente en las encuestas, pero cada vez más abajo y con menos apoyo. Odiado especialmente por esta élite progresista joven, no tradicional, que hoy copa la prensa, las redes y no pocos espacios universitarios y empresariales. Es una élite amelcochada y blandengue, a la cual García retaba en todo sentido. Así, Alan liberó al partido de su propia carga, de una mochila pesada que ya no le otorgaba el valor idóneo en este contexto histórico.

El APRA se liberó de su “caso de corrupción” más grande. Los que siguen siendo investigados, Cornejo, por ejemplo, Nava, mencionen a quien quieran, no son vistos ni como apristas y menos de primera línea. Pero Alan era Alan. Era la presa a cazar. Murió inocente, y eso le duele a muchos. Librarse del investigado más importante del país, al que todos los fiscales, periodistas amigos de fiscales, jueces, exministros y una gran cantidad de políticos querían humillar, avergonzar, encarcelar y verlo demacrarse, como Alberto Fujimori, ha sido definitivamente una victoria.

Finalmente, el APRA ha ganado también la oportunidad de regresar a las bases, de repensar y consolidar una doctrina y transmitirla entre sus militantes. El imperio aprista hoy no tiene emperador y es algo a lo que nunca estuvo acostumbrado.

¿Qué ocurrirá en adelante? No lo sabemos. Lo que me atrevo a afirmar es que Alan hizo este análisis costo–beneficio mucho antes que yo, y mucho antes que cualquiera. Su decisión, aun siendo dramática, fue perfecta. La carta que dejó, impecablemente escrita, así lo demuestra.

El vacío hará reaccionar al APRA.

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