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Encuestas fallidas también en Turquía
Siguen equivocándose las encuestas electorales por todo el mundo. Ahora fue en Turquía, donde el domingo pasado el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del presidente Erdogan sufrió su peor derrota en dos décadas en las elecciones municipales. El AKP regirá sólo 23 capitales provinciales (lo hacía en 38 antes de estas elecciones) mientras el principal partido opositor, el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP), gobernará 36 (antes 22), entre ellas las cinco ciudades más grandes del país. Erdogan se había involucrado personalmente en la campaña de su partido, por eso ahora los malos resultados son interpretados como una caída de su popularidad. El CHP incluso ganó terreno en algunas regiones de la Anatolia interior, tradicionales bastiones del AKP. Varios factores detrás de este resultado, entre ellos una inflación de casi el 70%, la desaceleración del crecimiento económico, rudos ajustes monetarios e incluso el voto de los ciudadanos islamistas inconformes, quienes demandan del presidente una postura más firme hacia Israel por la guerra en Gaza.
El mal resultado del partido de Erdogan contradijo de forma flagrante a todas las encuestas realizadas previo a la celebración de las elecciones, las cuales le daban una ventaja apreciable al partido oficial. En Estambul, por ejemplo, el opositor Ekrem Imamoglu logró reelegirse como alcalde con el 51% de los votos, frente al 40% alcanzado por el candidato oficial. Las encuestas indicaban un empate técnico. En Ankara la ventaja de la oposición supera los 25 puntos, mientras los sondeos hablaban de una diferencia de apenas cinco. En Esmirna, la tercera ciudad más grande de Turquía, el CHP logró 11 puntos por encima de sus rivales, pero se vaticinaba un empate “técnico”. En Bursa, cuarta ciudad en número de habitantes, la diferencia a favor de la oposición fue de más de siete puntos, cuando se auguraba un triunfo del oficialismo. En total el CHP consiguió una ventaja de más de 250,000 sufragios, pero se pronosticaba una mayoría a favor del AKP. Esta victoria es un soplo de aire fresco para la oposición, la cual había quedado debilitada tras las elecciones presidenciales y parlamentarias del año pasado, donde Erdogan fue reelecto y el AKP logró una cómoda mayoría.
El régimen había movilizado todos los recursos del Estado para ganar estas elecciones y tratar de recuperar Estambul y Ankara. Los populistas autoritarios como Erdogan suelen ajustar las reglas electorales a favor de sus partidos. Siguen celebrando elecciones, pero condiciones cada vez menos democráticas. Implantan un mecanismo no competitivo diseñado para asegurar la desaparición de toda posibilidad de alternancia donde las elecciones se desarrollan en condiciones muy desiguales en beneficio de los partidos en el poder: las instituciones electorales son controladas, se amenaza a los electores con retirarles subsidios y apoyos gubernamentales, los recursos legales se ven bloqueados por la sumisión del Poder Judicial al gobierno, se echa mano arbitrariamente de recursos estatales durante la campaña y se somete a los medios de comunicación a un creciente control, lo cual incluye la realización y difusión de encuestas amañadas. Sin embargo, se trata de un proceso relativamente largo el cual puede tardar en consolidarse, sobre todo si enfrenta a una sociedad civil viva y actuante. En Turquía, donde aún existe una oposición bien organizada, la presentación de algunos buenos candidatos y una intensa participación electoral (sobre todo en las grandes ciudades) logró vencer todas las añagazas e iniquidades utilizadas por el populista Erdogan.