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Glasgow y la COP26 de Naciones Unidas
Casi 200 países -incluyendo la Unión Europea, como ente supranacional-, representados por sus respectivos jefes o jefas de estado, se encuentran reunidos en Glasgow, Escocia, del 31 de octubre al 12 de noviembre de 2021, para analizar las acciones que se han tomado y que se tomarán desde el acuerdo de París que se firmó en 2015.
La reunión internacional recibe el nombre de COP26 -por sus siglas en inglés conference of the parties- y es la conferencia número 26 convocada por Naciones Unidas a los estados parte cuyo tema principal es cómo adaptarse y ser resilientes al cambio climático. Debió llevarse a cabo el año pasado, porque se acordó que se revisarían las acciones tomadas cada 5 años a partir de la firma del Acuerdo de París de 2015-COP21-, para ver qué ha hecho cada país y que consecuencias ha tenido, sin embargo, la pandemia la retrasó un año.
El Acuerdo de París es solamente uno de los muchos que se han tomado en nivel internacional sobre el cambio climático, sin embargo, hasta esta conferencia es cuando los focos rojos se han encendido al unísono.
En 1992, se firmó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Hace casi 30 años por la presión que existía sobre los datos científicos del cambio climático, se dijo en dicha Convención Marco que había que “toma[r] nota de que ha[bía] muchos elementos de incertidumbre en las predicciones del cambio climático, particularmente en lo que respecta a su distribución cronológica, su magnitud y sus características regionales...”.
En realidad no había incertidumbre, más que ello, lo que había era harta presión de muchos países desarrollados en aceptar que el cambio climático era consecuencia de la actividad humana, que estaba poniendo en riesgo la sobrevivencia de la humanidad; que iba a tener como consecuencia cambiar el mapa del mundo porque ciudades enteras desaparecerían con el deshielo de los polos; que se extinguirían especies del reino animal y vegetal; así como que cada vez habría más enfermedades de las personas derivadas del cambio climático relacionadas con el sistema inmunológico, que es el encargado de defender al cuerpo.
En la COP26 no se pone en tela de juicio la “incertidumbre en las predicciones del cambio climático”. Ahora, a casi 30 años de distancia y con la evidencia científica de que, en resumidas cuentas, desde el punto de vista ambiental, el mundo ha quedo roto, por decir lo menos. Y, desde la óptica de la distribución de la riqueza mundial, también hecho pequeños pedazos, lo único que queda es cómo adaptarse al cambio climático y cómo ser resilientes para que las pérdidas y daños sean lo menos graves. En esta conferencia ya se parte de la base de que el daño está hecho, que tiene serias consecuencias y de que es irreversible. Hoy, finalmente se habla de conservar y no tocar los pocos y contados ecosistemas que todavía existen.
Antes se hablaba de explotarlos en forma racional. En el punto en el que estamos, prácticamente ya no se puede, las medidas deberían ser drásticas y se tendrían que conservar en su totalidad, sin explotación alguna. Sin embargo, hay necesidad de encontrar fuentes de trabajo, particularmente para las personas más desfavorecidas económicamente, por ello, cuando mucho se podrían explotar a través de turismo ecológico vigilado y cuidado a efecto de tratar de dejar la menor huella ambiental.
Esta modificación en el discurso se da porque la evidencia científica arroja que las inundaciones catastróficas, como las llama Naciones Unidas, el clima extremo, los incendios forestales, los tsunamis y terremotos son consecuencia del cambio climático.
En esta conferencia ya no se esconde a la sociedad civil el panorama. No han sido los gobiernos en solitario quienes han incumplido los pactos internacionales, han sido también las diversas ramas industriales quienes con el cobijo de sus Estados convenciendo de que primero está la generación de empleo sobre la protección al ambiente. Primero la construcción de vivienda sobre la captación de agua por los mantos acuíferos. Que se debe priorizar la construcción de carreteras y puentes ponderando el daño a los ecosistemas y así en todos los campos. En realidad, poco hubo de crecimiento económico sustentable. Esto aplica a casi la totalidad de los países.
El daño está hecho y ahora, una vez lanzada la piedra, todas y todos quienes lo hicieron esconden la mano. Eso es lo que se está viendo en estos primeros días de la COP26.
Los líderes mundiales se asombran y hablan de la necesidad imperiosa de una acción climática, como si nada tuvieran que ver.
Uno de los principios en materia ambiental es el relativo a que “quien contamina paga” y a “resarcir el daño ambiental causado”. De allí que sí sea importante visibilizar lo que se tiene en los expedientes de cada país y de Naciones Unidas, que es quién causó el daño ambiental que mantiene al futuro del planeta comprometido. Si fueron o no, mayormente los países industrializados o por el contrario aquellos en vías de desarrollo y en qué proporción. Los documentos y papeles seguramente son mucho más profundos dentro de cada país, y seguramente advierten qué sector lo causó y si es o no empresa con inversión extranjera que buscaba países con regulación ambiental o estado de derecho endeble. Esta información debe ser pública, porque en las acciones que se tomen para sortear el cambio climático entran todos los sectores.
Por lo que hace al financiamiento, se debe visibilizar que eroga sumas de dinero quien dañó el ambiente y que está asumiendo las consecuencias históricas de su actuar.
El problema es que hay dificultades de memoria de corto y largo plazo y país alguno -que son los más responsables de la situación ambiental-, quiere recordar el pasado. Todo es “veamos hacia el futuro”. El veamos hacia el futuro, claro, que tiene todo el sentido, pero no puede ser únicamente ver hacia el futuro, porque uno de los temas en esta COP26 es precisamente el financiamiento a los países en vías de desarrollo para que hagan frente al cambio climático.
¿Quién los va a financiar para enfrentar las consecuencias del cambio climático generado en su mayoría por otras naciones? El financiamiento no puede verse como dádivas a los países más pobres, cuando quizá sean los que menos han destruido en ambiente.
Si se aplica el principio de “quien contamina paga”, entonces sí se deben visibilizar y dar a conocer a través del derecho humano de acceso a la información pública, a los estados que han causado el daño y en qué proporción. Con esto, el financiamiento será un acto de justicia y no una migaja de pan a los países más pobres, para no utilizar los vocablos “en vías de desarrollo” porque ¿qué es ser desarrollado en la actualidad con un mundo destruido ambientalmente?
La otra cuestión que gira en tonto a la situación ambiental actual que atraviesa el planeta, es que, como bien lo dijo Elizabeth Wathuti, fundadora de la iniciativa de la generación verde y parte de las voces de la sociedad civil en esta COP26, todos estamos debajo de la misma tormenta, pero en diferentes barcos. Qué ciertas son sus palabras, porque todos los países viven incendios forestales como nunca antes, climas extremos, huracanes, temblores y, entre otras cuestiones, pérdida de especies del mundo animal y vegetal, pero no todos pueden hacer frente y tener la misma acción climática porque muchos aun sabiendo que están en una zona geográfica que más se verá afectada por el cambio climático, tiene que hacer frente a otras necesidades por la pobreza extrema en la que vive su población y porque históricamente han sido saqueados a través de las conquistas.
Es cierto que, entre otros países, India, China y Rusia se negaron a firmar el acuerdo para disminuir las emisiones de metano, y que de los casi 200 países asistentes solamente firmaron 103. Así no se puede. Sin embargo, sería mucho más sencillo la toma de acciones que ya no pueden esperar, si se viera el tema de los financiamientos y responsabilidades para entonces poder negociar la firma de los acuerdos.
Por lo que hace a India, sin que con esto justifique en absoluto la falta de firma del acuerdo para disminuir las emisiones de metano, pero sí es necesario hacerlo notar, apenas en 1947 se independizó del Reino Unido, y hasta 1950 tuvo su propia Constitución. Varios países africanos comenzaron su independencia también de la Gran Bretaña, a finales de los años 50. Inclusive a mediados de los 70 se siguieron independizando las últimas colonias británicas en África.
Sin duda, hay una deuda histórica hacia esos países, porque no puede ser que, habiendo sido colonias, hayan quedado en la marginación y pobreza que ahora tienen. Esa deuda histórica se debe saldar con el apoyo financiero para hacer frente al cambio climático. El silencio en ese tema debe ser voz cantante y rectora de la COP26. ¿Quién va a financiar a quién y cómo van a hacerlo?
En este aspecto, no puede repetirse lo sucedido hace 30 años con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre al Cambio Climático, ni tampoco lo que pasó con el Protocolo de Kyoto o con el Acuerdo de París, en los que si bien se pudo visibilizar algo sobre quiénes han contaminado más, resultaron temas muy incómodos y ríspidos hablar de responsabilidades ambientales y de quien va a pagar por haber devastado mayormente el planeta.
Pareciera que, en la COP26, la apertura de ojos de los y las líderes mundiales es tal, que ven el desastre ambiental y están asombrados del futuro tan comprometido y sombrío. Esperemos que esto también se vea reflejado en las responsabilidades y financiamientos. Y que siga la línea, como hasta ahora, de que la ayuda y el involucramiento de las 4 R -reciclar, reducir, reusar y reestablecer- se respete por todos, a todos, por las personas en lo individual, por la sociedad civil, por las y los jóvenes en particular y particularmente por las y los empresarios e industriales y Países en general.