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Opinión

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Izquierda: la esperanza traicionada

A nivel mundial, el desprestigio de las llamadas izquierdas ha aumentado, probablemente en mayor medida que el resto de los políticos y la política de otras corrientes. No me refiero solamente a la izquierda radical, heredera de revoluciones, también a la que ha llegado muchas veces de la mano de elecciones. Incluso, las formas relativamente más novedosas de izquierda, como la socialdemocracia también han sido alcanzadas, aunque en menor medida, por el desprestigio.

Las izquierdas comparten con otras corrientes la burocratización, la corrupción y la ineficiencia, entonces, ¿por qué argumentar que están más desprestigiadas? Hay una razón fundamental: por la esperanza traicionada.

En efecto, desde finales del siglo XVIII la causa fundamental de las izquierdas es la de la justicia social, esto es, garantizar que los sans-culottes, los hombres y mujeres del pueblo, mejoraran su vida, tuvieran no sólo acceso a la educación, vivienda digna, buena alimentación, servicio médico, sino que también fueran tratados como iguales, con fraternidad y con garantía de libertad. Estos intangibles tan necesarios.

Al parecer, todas las utopías están destinadas a convertirse en pesadillas. Los bolcheviques hicieron una revolución de izquierda que atrajo la esperanza mundial, pero en sus poco más de 70 años los resultados fueron la falta de libertad y de democracia, hambrunas que acabaron con más de cinco millones de personas y el desplome estrepitoso del sueño. La Revolución Cubana y la Bolivariana de Chávez han alcanzado niveles de injusticia social difícilmente vistos; millones de sus pobladores han huido de estos países buscando una mejor vida. De Corea del Norte, mejor no hablamos. Tal vez la revolución de izquierda más exitosa es la China, pero los episodios sangrientos y la falta de democracia son palpables, es, además, un régimen capitalista en lo económico, pero una dictadura de partido en lo político.

La izquierda se autoproclama poseedora de una ética y principios incuestionables. Por eso, la esperanza traicionada es peor, más hipócrita que la de políticos de derecha. Los líderes de izquierda, adicionalmente, no se hacen cargo de sus errores ni los de sus pares. El comportamiento normal es el de Evo Morales, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Miguel Díaz Canel y Andrés Manuel López Obrador. Como dijo George Orwell en 1984: “El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo”.

Ninguno de los mencionados arriba ha criticado a alguno de sus pares por la represión a la libertad de prensa que se lleva a cabo en Nicaragua, Venezuela o Cuba. Ortega expulsa a ciudadanos y ciudadanas nicaragüenses y les quita la nacionalidad. Cuba aprueba una ley para quitarle la nacionalidad a los cubanos que allende a sus fronteras hablen mal del gobierno. Las múltiples violaciones a los derechos humanos no han sido mencionados u objetados por alguno de los miembros de esta colección.

El caso más grave es el de AMLO. Su doble rasero es más evidente: critica a Dina Boluarte de Perú, pero si se le menciona el caso de Venezuela, de inmediato se arropa en la vieja tesis de no inmiscuirse en los asuntos internos de otro país. Si en Cuba se encienden las protestas por el desempleo, el hambre y la falta de buenos servicios, de inmediato adopta la narrativa de la dictadura: eso se está fomentando desde el extranjero.

Maduro amenaza con un baño de sangre si pierde las elecciones del 28 de julio y López Obrador guarda silencio, uno de esos silencios que resultan más significativos que sus opiniones; un silencio que lo pinta de cuerpo entero.

Afortunadamente, otros líderes de izquierda han reaccionado rechazando los dichos del dictador venezolano. Lula da Silva de Brasil se declaró asustado por la amenaza de Maduro y dijo: "Maduro tiene que aprender que cuando uno gana se queda, y cuando pierde se va y se prepara para otras elecciones". Boric de Chile y el expresidente de Argentina, Alberto Fernández, respaldaron a Lula.

Por supuesto, otros gobernantes han criticado reiteradamente a Maduro, pero el que lo hagan personajes que coinciden ideológicamente con el venezolano y que hasta hace poco se hacían de la vista gorda es un avance importante. Por ejemplo, a finales de mayo de 2023, en la Cumbre Latinoamericana realizada en Brasilia, el mismo Lula afirmó: “Existe una narrativa construida en el mundo de que en Venezuela no hay democracia y de que Maduro cometió errores… Venezuela vive en tranquilidad”.

Supongo que es mejor que hayan hecho estas críticas que, aunque tardías, llegan, pero ¿cuándo estos mismos personajes llamaran a López Obrador a no desmontar los mecanismos de la democracia, las libertades, el respeto a los derechos humanos y la justicia?

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