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La desorbitada suma de todos los miedos a la Inteligencia Artificial
El rápido desarrollo de la inteligencia artificial generativa ha llevado a la visión pesimista de que la nueva tecnología socavará la democracia y representará una amenaza existencial para la humanidad. Pero hay buenas razones para creer que la IA, como todas las tecnologías de propósito general anteriores, mejorará el bienestar humano
WASHINGTON, DC – Los rápidos avances en el ámbito de la inteligencia artificial (IA) en los últimos meses han provocado una oleada de inquietudes. ¿Reducirá esta tecnología drásticamente el empleo al eliminar la necesidad de la mayor parte de los trabajadores humanos? ¿Socavará la democracia? ¿Plantea una amenaza existencial a la humanidad?
No es nuevo que surjan preocupaciones ante un cambio tecnológico: las inquietudes suelen girar alrededor de lo que los economistas describirían como efectos marginales, es decir, si a una gran proporción de los trabajadores sin grados universitarios les resulta ligeramente más difícil encontrar un nuevo trabajo, o si la desigualdad del ingreso aumentará en cierta medida. Por otra parte, la incomodidad con la IA es de un orden de magnitud diferente: algunos expertos predicen que podría cambiar totalmente nuestra civilización, o incluso eliminarla.
Los líderes tecnológicos han argumentado que los sistemas de IA “representan profundos riesgos para la sociedad y la humanidad”, sentimiento que comparten destacados científicos de IA. Según una encuesta de YouGov, casi la mitad de quienes la respondieron están preocupados “por la posibilidad de que la IA cause el fin de la raza humana en la Tierra”. Más de dos tercios son partidarios de hacer una pausa en algunos tipos de desarrollo de IA.
Esta visión es asombrosamente pesimista.
Comencemos por el hecho básico -pero aparentemente inadvertido- de que los avances tecnológicos mejoran la vida humana. En 1800, un 43% de los niños morían antes de cumplir los cinco años. Sin embargo, en los siglos siguientes el progreso tecnológico llevó al desarrollo de medicamentos y terapias, nuevas formas de tratar las enfermedades y al aumento de la productividad y el crecimiento. Para 1900, cerca de un tercio de los niños morían en sus primeros cinco años de vida. En 2017, un 4% era de apenas la mortalidad infantil global.
Es más, las tecnologías agrícolas han impulsado la producción y la preservación de los alimentos, reduciendo así el hambre, y los avances energéticos, como la electrificación, han mejorado las vidas de miles de millones de personas. En general, la innovación tecnológica ha reducido la pobreza mediante la generación de riqueza.
No hay lugar a dudas de que el proceso de “destrucción creativa” desatado por la IA generativa eliminará la necesidad de que trabajadores humanos desempeñen muchas de sus tareas actuales. Pero los pesimistas deben recordar de que la destrucción creativa crea además de destruir.
Los economistas y demás expertos de principios del siglo diecinueve jamás habrían podido predecir los tipos de tareas que los trabajadores llevan a cabo en el mundo actual. ¿Cómo habría previsto John Stuart Mill que los avances tecnológicos un día crearían trabajos como analista de sistemas, diseñador de trazado de circuitos o científico experto en fibras? Imaginemos a alguien tratando de explicar a David Ricardo el trabajo de Bruce Springsteen. No hay que ir tan lejos en el tiempo: el economista del MIT David Autor y su equipo hallaron en sus estudios que la mayoría de las ocupaciones actuales giran alrededor de actividades introducidas después de 1940.
De manera similar, las preocupaciones de que la IA sea una amenaza para la democracia reflejan un pesimismo exagerado. Si bien las “deepfakes” (o ultrafalsos, como se las está comenzando a denominar en español) -imágenes y vídeos sintéticos generados por IA que dan la apariencia de ser reales- de líderes y candidatos políticos se podrían usar con fines siniestros, también hay nuevas tecnologías que permiten su autenticación. Son herramientas que ya están en desarrollo, y las gratificaciones financieras de satisfacer su demanda asegurarán su fiabilidad.
De hecho, la democracia podría fortalecerse con los avances en la IA. Una de las oportunidades más promisorias está en la educación: podría haber aplicaciones de AI que funcionaran como tutores personalizados para cada estudiante, lo que iluminaría las perspectivas de supervivencia de la democracia en el largo plazo. Como escribiera James Madison, “El conocimiento siempre regirá sobre la ignorancia: Y un pueblo que se propone gobernarse a sí mismo debe armarse con el poder que da el conocimiento”.
¿Eliminará la IA a la humanidad? Parece más probable que lo opuesto sea cierto. La IA ya se está utilizando en el desarrollo de medicamentos, como las vacunas para el COVID-19, y una futura pandemia -quizás una mucho más letal que la del COVID-19- podría detenerse en sus inicios por un medicamento desarrollado con su ayuda.
La IA también podría ayudar a los científicos a comprender mejor la actividad volcánica, que ha causado extinciones masivas, y detectar y eliminar la amenaza de que un asteroide choque con la Tierra. Estos escenarios optimistas parecen más plausibles que la visión pesimista de que la IA pueda de alguna manera usar armas nucleares en contra nuestra.
Con esto no quiero decir que no habrá baches en el camino. El rápido desarrollo de la IA generativa perturbará los mercados laborales y el desorden económico resultante será doloroso para muchos trabajadores. Y puede tomar tiempo antes de que los medios de comunicación y los líderes políticos aprendan a poner al descubierto y cerrar las “deepfakes”.
Las autoridades no deberían ser complacientes. En comparación con las olas de automatización pasadas, debe hacerse más para proteger a los trabajadores que enfrenten problemas debido a la IA. En algunos países, puede ser necesario fortalecer la red de bienestar social. Y, al igual que otras tecnologías potentes, se la debería regular adecuadamente, atendiendo a no sofocar indebidamente su desarrollo.
La solución correcta es no entrar en pánico ni caer en el pesimismo. En lugar de ello, deberíamos tener una confianza razonable de que, al igual que otras tecnologías de uso general antes que ella -la electricidad, la electrónica, los transportes modernos, Internet- la IA generativa mejorará el bienestar humano. No es posible predecir los cambios específicos que genere en la economía y la sociedad como un todo, pero sin duda serán para mejor.
El autor
Michael R. Strain es director de Estudios de Políticas Públicas del American Enterprise Institute. Su último libro es The American Dream Is Not Dead: (But Populism Could Kill It).
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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