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La diplomacia mexicana, entre la pluralidad y la desconfianza
Tuve el honor de presidir la Comisión de Relaciones Exteriores en el Senado de la República entre 2012 y 2018. Parte fundamental de nuestras responsabilidades constitucionales fue la ratificación de los nombramientos de embajadores y cónsules generales propuestos por el Ejecutivo Federal. Durante ese tiempo 1 de cada 10 correspondía a una mujer y el 30% se otorgaba a personas que no pertenecían al Servicio Exterior Mexicano (SEM). Dentro de ese 30% se encontraban políticos (principalmente del PRI, partido que se encontraba en el poder), la academia y medios de comunicación.
México cuenta con un extraordinario Servicio Exterior, que además de contar con una muy buena preparación, han sido capaces de entregar a nuestro país muchísimos cargos internacionales y resultados ejemplares. Idealmente todos los cargos de representación en el extranjero deberían ser ocupados por miembros del SEM.
En los últimos días hemos leído incontables debates sobre los nombramientos que ha hecho el Presidente de la República para distintas embajadas y consulados generales. Quiero centrar esta columna en un aspecto específico: la pertinencia de contar con embajadores que fueron gobernadores y pertenecen a un partido de oposición. Sobre el nombramiento de Pedro Salmerón a la Embajada de México en Panamá, sólo puedo decir que el señor debiera comparecer frente a la justicia y frente a las mujeres que lo denuncian en lugar de presentarse a comparecer en el Senado de la República.
El Presidente de la República ha invitado a algunos gobernadores como embajadores y cónsules generales. En esa lista destacan nombres egresados de las filas del PRI, y por el PAN sólo se mencionó a Javier Corral quien declinó por contar con doble nacionalidad según se ha publicado (decisión que felicito porque el gobierno anterior “olvidó” este requisito en uno de sus nombramientos y sin importar la legislación se avaló en el Pleno del Senado).
Los nombramientos políticos no son nuevos en la diplomacia mexicana, y tampoco es innovación dar pluralidad a los nombres que se proponen al Senado de la República. El sexenio de Vicente Fox impulsó a políticos de derecha e izquierda al frente de numerosas embajadas y consulados. El gobierno de Calderón no fue la excepción y vimos a renombrados priístas ocupar muy importantes posiciones en el extranjero, que lejos de ser vistos como un pacto oscuro, eran negociados por sus partidos y bancadas en una especie de “cuota”. Durante el mandato de Peña los nombramientos para la oposición fueron relegados a posiciones menores, por eso pareciera que la pluralidad no es necesaria o al menos no está en nuestra memoria inmediata.
La política exterior mexicana debe ser una política de estado, que refleje la pluralidad de México y la consolide en una misma visión y proyecto centrada en los intereses nacionales. Por otro lado, quienes ya gobernaron un estado tienen conocimientos, experiencia y talentos que pueden ser útiles a México (más allá de los nombres que merecen su propia valoración). Es decir, en general no me parece un error invitar a exgobernadores y no creo que esté mal nombrar a personas de la oposición, la militancia partidista no debe ser razón para excluir a nadie. Los asuntos de desconfianza y suspicacias son materia interna del PRI. El debate real debe darse sobre las cuentas que esos exgobernadores entregan en sus estados y los perfiles y planes de trabajo que presentarán ante la Comisión de Relaciones Exteriores. Desde luego sería interesante y hasta necesario que los interesados expliquen sus intenciones con total transparencia. Ya veremos qué sucede en sus comparecencias.