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Opinión

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La economía del sismo

Tenemos a la vista el aviso implacable. La Ciudad de México se encuentra ubicada en zona sísmica: ¡Volverá a temblar y no tan sólo una vez!

El sismo golpeó como un hachazo: seco, cruel, frío. El lado luminoso del episodio se conformó con la acción valiente de los voluntarios y rescatistas en el servicio a la comunidad. Sobre todo, en la remoción de escombros con riesgo de su propia vida en la búsqueda de sobrevivientes sepultados. El lado oscuro y repugnante correspondió a los maleantes que impunemente asaltaban pistola en mano a los automovilistas en los congestionamientos de tráfico en Santa Fe y Reforma.

La naturaleza con frecuencia no perdona, es implacable, y el sismo que nos atacó lo demostró con dureza. Desde el ángulo humano hay que lamentar hasta las lágrimas a las víctimas del temblor: los muertos bajo los escombros y entre ellos una infinidad de infantes en la flor de la vida.

Desde el ángulo económico, tragedias como la del martes son inmensamente costosas en razón de la gran destrucción de capital a que dan lugar: capital público -infraestructura y bienes del gobierno-, capital privado y capital humano.

Cuando aún impartía cátedra, les explicaba a mis alumnos que en lo principal el subdesarrollo de México tenía su origen en la insuficiencia de capital: capital físico y humano. Si en el país hubiera el doble de fábricas y unidades productivas en general, tanto del sector público como del privado, no habría problemas de ocupación. Habría empleos dignos y bien remunerados para todos los ninis, franeleros, viene–vienes y ambulantes cuya capacidad de trabajo podría aprovecharse con gran beneficio colectivo. De hecho, la prosperidad de los países avanzados se debe a esa acumulación de capital.

Así, el sismo que golpeó ha dado lugar en lo específico a un inmenso problema de costo de oportunidad. Fondos tanto públicos como privados que pudieran haberse aplicado a la ampliación de la planta productiva nacional ahora tendrán que usarse para el resarcimiento de daños y la reconstrucción de instalaciones que ya se tenían. Y entre esos quebrantos habrá que incluir también los desembolsos de las empresas de seguros para cubrir siniestros. Todos pierden cuando ocurre una hecatombe.

Y además, tenemos a la vista el aviso implacable. La Ciudad de México se encuentra ubicada en una zona sísmica: ¡volverá a temblar en el futuro y no tan sólo una vez, sino muchas! Los macrosismos de 1957, 1985 y son la advertencia para que se tomen todas las prevenciones imaginables.

bdonatello@eleconomista.com.mx

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