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La marcha de los errores
Algo que nos explica bien la historia, es en qué consisten los malos gobiernos”.
Thomas Jefferson
La historia de la humanidad es frecuentemente un recuento de avances económicos, tecnológicos y sociales sorprendentes. Desafortunadamente, también se registran retrocesos, en especial los que se relacionan con decisiones de gobernantes que han resultado en terribles consecuencias para millones de personas.
El libro The March of Folly, de Barbara W. Tuchman, nos presenta interesantes ejemplos de estos brutales errores, desde la Guerra de Troya hasta la de Vietnam. Tuchman enfatiza la diferencia entre las decisiones particulares, que tienen un impacto limitado y los errores de los gobernantes, cuyos efectos se multiplican de manera considerable. Ellos están obligados, más que nadie, a actuar con sensatez y a cuestionar sus propias acciones. No obstante, sus desaciertos son recurrentes, atroces y muchas veces son el resultado de una soberbia incontenible.
El libro comienza con la mítica Guerra de Troya, preguntándose por qué en esta historia los troyanos introdujeron a su ciudad un gran caballo de madera sin siquiera investigar su interior, a pesar de contar con todos los elementos para suponer que se trataría de un engaño de los aqueos.
En otro capítulo de esta interesante obra, se cuestiona la conducta de los papas del Renacimiento, entre los años 1470 y 1530, quienes pensaron que su autoridad sería ilimitada, a pesar de excesos y extravagancias totalmente ajenas a los valores religiosos que predicaban.
Despropósitos cada vez más alarmantes cometidos por seis papas en ese período, se tradujeron en necesidades financieras fuera de control. Para financiar todo tipo de excentricidades y obras faraónicas, se aceleró la venta de indulgencias.
Los pontífices de esta época llegaron al absurdo de ofrecer eliminar los pecados futuros, lo que se convirtió en una motivación, para quienes lo podían pagar, para cometer todo tipo de transgresiones y abusos. El resultado natural de estos excesos fue la división de la iglesia católica y la reforma protestante, que limitó la influencia del Vaticano para siempre.
En otro capítulo, la escritora describe cómo los británicos cometieron desatinos incesantes, hasta que perdieron las colonias de Norteamérica en el siglo XVIII. Primero cobraron impuestos absurdos para sostener un ejército que defendería a los colonos de posibles invasiones, sin que ellos lo solicitaran y sin estar representados en el parlamento inglés ―por ello la frase: “No a los impuestos sin representación”.
No contenta con lo anterior, la monarquía, con gran arrogancia, introdujo nuevos tributos que irritaron a los colonos, hasta que en 1773 tuvo lugar el motín del té en Boston como protesta por impuestos injustos, que favorecían a una compañía de intereses británicos.
Lejos de escuchar las razones del descontento americano, la monarquía cerró el puerto de Boston, lo que terminó por unificar la protesta en las demás colonias y motivó el movimiento de independencia.
Finalmente, la obra analiza la intervención de Estados Unidos en la terrible Guerra de Vietnam, en la que los estadounidenses no tomaron en cuenta la evidencia histórica de la feroz resistencia vietnamita en contra de invasores.
En este absurdo despliegue de arrogancia y gasto gubernamental, la Casa Blanca justificó el envío de armas y tropas por razones de “seguridad nacional” y la defensa de “intereses vitales”, aunque la península de Indochina se encuentra literalmente al otro lado del mundo.
Después de casi 20,000 millones de dólares gastados en promedio por año durante casi una década, 45,000 soldados estadounidenses muertos y 300,000 heridos, el resultado de la intervención dejó un enorme descontento y una terrible fractura en el tejido social de los Estados Unidos.
Todo ello sin mencionar el incalculable costo humano y afectación física de gran parte del territorio vietnamita y una situación política totalmente contraria a los intereses del país agresor.
En esta obra, que sólo ofrece un puñado de ejemplos, podemos apreciar que los errores de los gobernantes son habituales y sus consecuencias, desastrosas.
Nuestra memoria histórica frecuentemente es muy corta y la irresponsabilidad es común, sobre todo al administrar recursos ajenos. Para complicar la situación, muchos políticos continuamente aspiran a nuevas posiciones, por lo que buscan a toda costa ocultar sus errores.
Con el fin de evitar acciones que van en contra del interés común, es muy importante exigir transparencia total y rendición de cuentas en todos los niveles de gobierno. Como ciudadanos responsables, debemos realizar un escrutinio constante de las decisiones que se toman sobre la cosa pública y si las acciones de gobierno son irracionales o contrarias al interés nacional, nuestro deber es alzar la voz con energía.
*El autor es presidente y fundador de Grupo Salinas.
@RicardoBSalinas