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Opinión

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La neofilia y la basuraleza en la ropa instagrameable

La cámara baja del parlamento francés aprobó un proyecto de ley orientado a penalizar los productos de moda ultrarrápida, estos que venden empresas como Shein, reconocida marca en el universo de la neofilia juvenil de las redes sociales, que suele hacer maridaje con medios como Tik-Tok e Instagram. El proyecto busca ayudar a compensar el impacto ambiental que este tipo de ropa fast-fashion genera, ya que está hecha para usar y tirar según marque el canon de la moda. Es barata porque apuesta al alto valor percibido que transmite, aprovecha bien la neofilia, (manía por lo nuevo) que caracteriza a su público meta. La durabilidad de estas prendas puede ser la misma de un reel. Por ello, el proyecto legislativo exige un aumento gradual de penas que van de los 10 euros por prenda de vestir para 2030, hasta la prohibición de la publicidad de dichos productos.

El padecimiento digital de la neofilia, también llamado neomanía, se explica en este caso a través de la cadena de alimentación constituida, entre otras, por ejes comerciales como el de Shein, Temu y Tik-Tok, donde los pedidos aumentan en función de la demanda gracias a cadenas de suministro llamadas ultraflexibles. Esto no solo perturba al sector minorista, sino a empresas de ropa que dependen de la predicción en las preferencias del consumo.

El proyecto de ley señala que el viraje del sector de la confección hacia la moda efímera, que combina mayores volúmenes y precios bajos, incide en los hábitos de compra de los consumidores creando impulsos de compra y una necesidad constante de renovación, no exenta de consecuencias ambientales, económicas y sociales. En efecto, conveniemos que las ambientales se explican solas por la crisis de los desechos textiles, las económicas a través de los financiamientos bancarios a 6, 12, 24 y hasta 36 meses sin intereses. En tanto que las sociales mediante las limitadas relaciones personales que dependen ya de las comerciales, donde quienes más hablan son las tarjetas de crédito.

Este fenómeno es parte de la sobrecalibración. Padecimiento que consiste en intentar comprimir escalas temporales masivas dentro de otras mucho más simples. Ejemplo de ello son las personas que pretenden experimentar la catarsis de una obra teatral de cinco actos a través de un reallity show o una charla TED; o quienes comprimen todo un año de compras en un evento como el Buen Fin. Narrativas propias de una sociedad a 36 meses. En el plano personal, dos son los problemas que plantean este tipo de compras de ropa instagrameable. La primera, es que se convierten en la única posibilidad de interactuar entre nosotros. La segunda, que son la única manera de estabilizar la neomanía y la sobrecalibración al intentar demostrar que todo va bien a través del consumo. Estamos ante un pez que se muerde la cola.

En el terreno social el problema es mayor. La basuraleza que genera la moda efímera representa un impacto ambiental de grandes dimensiones, ya que su desenfrenado consumo ha convertido al encantador decierto chileno de Atacama en el vertedero final de estos desechos que se origina en otros continentes. En él se aprecian montañas de ropa de las marcas que marcan tendencia a nivel internacional en calidad de desechos sintéticos. En grado tal, que Naciones Unidas ha calificado el problema como una "emergencia medioambiental y social" para el planeta. Y es que entre el año 2000 y 2014, la neofilia en la industria de la ropa se duplicó, la gente comenzó a comprar un 60 % más de prendas y a usarlas la mitad de tiempo que antes de este fenómeno. Un reporte de National Geographic señala que esta tendencia ha hecho que tres quintas partes de toda la ropa acabe en vertederos o incineradoras en menos de un año desde su producción.

Este fenómeno generó en su momento una zona franca debido a las grandes importaciones de ropa de segunda mano, pero hoy es una zona fuera de control por el cambio en la difusión vertical de los gustos en el campo de la moda, que es cada vez más predictivo. Según NatGeo el Banco Mundial prevé que en 2050 se generarán 3400 millones de toneladas de este tipo de basura al año.

En el taylorismo digital, entendido como un sistema de producción en el que se deja de vender lo que se produce, para producir solo lo que se vende, es el motor de la moda rápida. Este tipo de demanda plavloviana está acabando con el planeta mientras nos hacemos selfies en el ombligo. Por ello, es necesario que las empresas generadoras de este tipo de consumo se hagan cargo de una parte del problema, a través de una especie de impuesto verde. Por otro lado una legislación de implementación progresiva como el proyecto francés. Asimismo, una estrategia global para comunicar de forma asertiva los efectos del problema a una generación indolente. Entre otras cosas porque la basuraleza tienen un origen cultural en los hábitos de consumo. Entendida como lo que el ser humano abandona en la naturaleza y genera una fuerte contaminación ambiental que altera el equilibrio de los ecosistemas de flora y fauna, aunque el anglicismo, acuñado por una ONG europea de nombre Libera, habla de residuos generados por el ser humano “abandonados” en la naturaleza, y en este caso no son abandonados, es ahí donde terminan antes de que las prendan cumplan un año de fabricación. Si no podemos cambiar los hábitos de consumo, es necesario intentar con los códigos de conducta.

Hace dos días mi hija me preguntó por qué en el colegio prohibieron la venta y consumo de chicles. Supongo, dije yo, que por el riesgo sanitario, ambiental, económico y de imagen del entorno que representa el acto cultural de arrojarlos al piso. En la CDMX retirar un chicle pegado al piso cuesta 3 pesos, y en el centro histórico se contabilizan alrededor de 200.000. Con la ropa instagrameable pasa lo mismo, cuesta casi lo mismo recogerla del desierto que fabricarla.

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