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Opinión

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Memoria del embeleso

Detalle de la escultura de Giovanni Bellini, "El éxtasis de Santa Teresa". Foto EE: Especial

“La vida es una mala noche en una mala posada”, escribió Teresa cuando era niña, una vez que hubo renunciado a viajar a tierra de moros pidiendo en vano, pero por amor de Dios, que estando allá la descabezaran.

Todavía no conocía su destino: sería la primera mujer proclamada doctora de la Iglesia, escritora fundamental en la historia de las letras hispánicas, fundadora de la orden religiosa de las carmelitas descalzas, mística de extraordinaria profundidad filosófica y una filóloga tan crítica que todavía hoy causa perplejidad por sus comentarios al “Cantar de los Cantares”, piedra sobre la que tropezaron hasta los más sesudos teólogos. (Todo ello sin agregar que también resultó una influencia determinante para muchos autores posteriores que hablaron del amor, el dolor, el placer y la muerte. Es decir, los temas torales de la literatura.)

Nacida en Ávila, España, en 1515 y canonizada en 1622, Teresa fue una santa por vocación, voluntad, justicia, y “designio humano y divino”, como se decía entonces. Cuando el mundo era cinco centurias más viejo, todavía no tan grande, pero mucho más ajeno. Con pocas cosas que existían de cierto: el día muy distinto de la noche: un sólo dios verdadero para cada diferente reino, calendarios para contar los días, la tierra para los pies, los mares para el naufragio. Templos, iglesias y conventos. El bien y el mal. Los santos y los demonios. Pero también la palabra contenida en el canto, la conseja, la poesía, las leyes y todas las historias que se podían contar. En los libros. Conjurando y exorcizando todo.

Fueron los libros los culpables de todo. Hija de Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila de Ahumada, Teresa lo escribió: “Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos”.

Después, cuenta que tras haber leído los libros de su padre –todos muy buenos, de caballería– y los de la biblioteca secreta de su madre, se aficionó, con su hermano, el favorito de los nueve que tenía, a leer vidas de santos. Fascinada por los martirios que santas y santos pasaban, le parecía “compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo”. Fue entonces cuando, a los 13 años, Teresa trató de convencer a su hermano Rodrigo, de 15, de hallar medios para llegar al anhelado martirio. A punto de emprender camino, fueron detenidos en seco y castigados. Sin embargo, y a pesar de la desilusión, Teresa quedó deseosa de ascender a lo más alto renunciando a lo que fuera. Por ello decidió hacerse monja e ingresar a un convento.

Lúcida como pocas y atenta como nadie, también comenzó a escribir seriamente. Con estilo claro, prosa limpia, un exaltado sentido espiritual y hermosa versificación si el asunto lo demandaba, resultó autora de varios libros: El camino de la perfección, el Libro de las fundaciones, Las Moradas y el El libro de la vida, entre los más importantes. Cada uno con su propia intención y su muy particular estilo, todos, una demostración de las razones por las que se considera a Santa Teresa una de las principales figuras de la literatura mística

Tanto el Libro de las fundaciones como el Libro de la vida, son autobiográficos y nacieron de la obediencia impuesta a la Santa: el primero, escrito por encargo para que relatara su hazaña de reformar la orden del Carmelo, y el segundo, para las novicias, apuntes de su despertar espiritual. Sin embargo, fue su trabajo poético el que la hizo una autora cercana y popular. ¿Qué tal, lector querido, composiciones como la muy conocida: “Vivo sin vivir en mí/ y tan alta vida espero, / que muero porque no muero. / Vivo ya fuera de mí,/ después que muero de amor; /porque vivo en el Señor, /que me quiso para sí:/cuando el corazón le di/ puso en él este letrero, que muero porque no muero.”?

Versos descritos por la Santa como "coplas muy sentidas”, “no hechas de su entendimiento” sino que le salieron como contrapartida a las angustias diarias. También la hicieron algo equívoca, pues muchos confundieron el amor divino con el amor terrenal. (Difícil resistir la tentación de citar versos de Santa Teresa como “Ya toda me entregué y di, / y de tal suerte he trocado, que es mi Amado para mí, / y yo soy para mi Amado” cuando queremos declarar la felicidad de haber conseguido un amor de carne y hueso).

Con una vida dedicada a la religión y al estudio, tras haber tenido visiones y episodios de éxtasis además de un arrobamiento sin cortapisa que la acompañó hasta el final, Teresa murió la noche del 4 de octubre de 1582 a la edad de 67 años. Estaba segura–y así lo escribió- que, si Satanás pudiera amar, dejaría de ser malvado.

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