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Mitos y realidades sobre los seguros (II)
Existe una serie de mitos que rodean a los seguros y que muchas veces se convierten en “pretextos” para no adquirir la protección que necesitamos. Empecemos por uno de los más comunes:
Mito: “Los seguros tienen muchas letras chiquitas y son complicados de entender”.
Este mito está tan difundido que desde hace más de diez años las exclusiones de cualquier póliza de seguros, por ley, se incluyen en un tamaño de letra más grande que el resto de la póliza, y además resaltadas en negrilla, para que destaquen a la vista del lector.
Por otro lado, en muchos contratos de seguro, hay toda una sección de definiciones, para aclarar cierta terminología e intentar hacer más clara la comprensión del producto. Algunas compañías además han hecho cambios en el formato para intentar que la póliza sea lo más clara posible para el contratante o asegurado.
Aunque parezca mentira, la falta de claridad en los contratos de seguro va en contra de las propias compañías. A ambas partes, aseguradora y asegurado, nos conviene tener mucha mayor claridad en nuestros derechos y obligaciones. Dado que los seguros suelen ser contratos de adhesión, redactados por las propias aseguradoras, si éstos no fueran suficientemente claros o dejaran lugar a interpretaciones, la mayoría de las resoluciones legales son a favor de los asegurados.
Pero además, parte de la labor de los buenos agentes de seguros es precisamente explicarnos a cabalidad el producto que estamos contratando: lo que cubre, lo que no cubre y cuáles son nuestras obligaciones como asegurado. De hecho, un mejor agente tendría que conocer distintos productos de varias aseguradoras y saber explicarnos las diferencias entre ellos.
Parte del problema, como hablamos en la primera parte, es que la mayoría de los clientes buscan precio y no asesoría. De hecho, la gente no se sabe asesorar (esto incluye a quienes siguen a “ciegas” las “recomendaciones” de sus asesores). Recordemos que el asesor es un consejero, una guía, pero no alguien que toma decisiones por nosotros. Sabernos asesorar implica entender perfectamente los pros y los contras, las alternativas y las consecuencias, para tomar una decisión informada.
Por otro lado, existen muchos esquemas de mercadeo de seguros que no involucran asesoría. Por ejemplo, el seguro que nos quiere enchufar el vendedor en una agencia automotriz. A veces nos presenta distintas aseguradoras, por lo general una es la que destaca en precio. En otras ocasiones nos hace la “corrida” del crédito incluyendo el seguro, ignorando que por Ley nosotros podemos adquirirlo por otro lado (aunque se mantiene la obligación de comprarlo, en caso que el auto esté financiado, y se tienen que cumplir ciertas condiciones).
También están los portales de Internet o “comparadores” que también están diseñados para comparar, casi exclusivamente, el precio y difícilmente nos dan otros elementos de toma de decisiones. O las horrendas e insistentes llamadas telefónicas de empresas que buscan ofrecernos un “beneficio” (nunca utilizan la palabra seguro) para “proteger” a nuestra familia ante ciertas eventualidades: productos que suelen ser protecciones menores, comparativamente caras, que por lo general no deberían funcionar como una cobertura principal.
En fin, lo cierto es que mucha gente desconoce completamente lo que está comprando (desde la contratación) y comparan exclusivamente precio, descuidando todas las demás variables que pueden ser mucho más importantes. Entender esto es fundamental, sobre todo porque el seguro es un bien intangible, no lo “vemos” y por eso también es más difícil compararlo. Una de las razones por las cuales insisto: es importante sabernos asesorar, porque es la única manera de encontrar precisamente al buen asesor que nos ayudará a encontrar la protección adecuada para nosotros, al precio correcto.
De hecho el precio (si los seguros son caros o baratos) es otro de los mitos más comunes sobre los seguros. Hablaremos de esto en la tercera parte.