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Opinión

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¿Soberanía o seguridad energética?

Una de las grandes mentiras de este gobierno es la famosa soberanía energética. Más allá de dilapidar cerca de 20,000 millones en una refinería que nunca será rentable y repetir ad nauseam que estamos recuperando la soberanía energética, la realidad es que nuestra seguridad en este ámbito es peor que al inicio del sexenio.

Para empezar, se confunden dos conceptos clave: soberanía y seguridad energética. La primera es una noción de autocracia que cree que porque ciertos productos son producidos en territorio nacional, aunque sea a pérdida como la gasolina, estamos mejor que si compráramos al mejor postor. La seguridad, por otro lado, sí es un concepto relevante y se refiere a nuestra capacidad de abastecer de energéticos claves a nuestra economía. Y en esta vamos muy mal.

Contrario al entendimiento de este gobierno, la seguridad energética hoy se basa más  en la electricidad y el gas natural que en el petróleo y la gasolina. Debemos reconocer que ya no somos un gran productor de petróleo. En cuanto a gasolinas y petrolíferos, tenemos acceso a la capacidad instalada más grande y eficiente del mundo en el Golfo de México. Como lo muestra la adquisición de Deer Park, iniciada por Carlos Salinas y completada por AMLO, se trata de refinerías más productivas y eficientes que las del Sistema Nacional de Refinación.

Lo preocupante es nuestra seguridad en suministro de electricidad y gas natural, como lo viven varias partes del país. La electricidad es crucial tanto para los hogares como para las actividades industriales del país. A su vez, el gas natural es necesario para generar electricidad –sobre todo en plantas de ciclo combinado– y para muchos procesos industriales, principalmente sectores como el automotriz. La verdadera seguridad energética implica un acceso continuo, barato y seguro a ambos recursos, siendo vital para la economía y cualquier ambición nacional de aprovechar el nearshoring. Desafortunadamente vamos muy mal en las dos.

Gracias a los gasoductos licitados y construidos en la administración anterior y los ductos construidos previamente por Pemex, tenemos acceso al gas natural más abundante y barato del mundo en EU. Esta fuente ha sido fundamental para el desarrollo económico en ciertas zonas del país. Pero cada vez producimos menos gas e importamos casi todo. Recientemente, Pemex anunció la cancelación del proyecto Lakach, donde se desperdiciaron más de 3,000 millones con la idea ingenua de producir gas en aguas profundas. Seguimos quemando el gas asociado a la producción de crudo y no tenemos nuevos proyectos de producción de gas natural puro, que podrían emprender privados.

En cuanto a los ductos, hay poco nuevo. Lo más relevante es el proyecto Cuxtal II  —que duplicará el suministro a la península de Yucatán y sin cuyo gas no podrán operar las plantas de ciclo combinado, que ya llevan 3 años de retraso y son necesarias para el Tren Maya– que ha avanzado pero aún falta iniciar la construcción.

Sobra decir que en este sexenio no se ha agregado prácticamente nada de capacidad de generación eléctrica. Los proyectos anunciados presentan retrasos y no se han hecho las inversiones necesarias en trasmisión, lo que nos tiene ante una red saturada en gran parte del país.

Si queremos atraer nuevas inversiones, es esencial que el próximo gobierno cambie esta perspectiva anacrónica de la “soberanía energética” y priorice la seguridad energética. Sin esto, las ilusiones sobre la nueva ola de inversiones se quedarán en eso, ilusiones, lejos de convertirse en realidad.

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