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Opinión

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Trazando el futuro: hacia un ecosistema de Inteligencia Artificial confiable en México

El pasado 6 de marzo de 2024, el periódico El Economista, de manera conjunta con Hewlett Packard Enterprise, tuvieron el acierto de organizar el foro “Trazando el futuro: hacia un ecosistema de Inteligencia Artificial en México”. Tuve el honor de participar en ese evento y a través de este artículo quiero recuperar y resumir algunas de las reflexiones que compartí durante mi presentación.

En primer lugar, cabe destacar que la Inteligencia Artificial (IA) ha estado presente desde hace varios años como un sistema relevante no sólo en la vida cotidiana –especialmente como resultado de la aparición de Chat GPT en 2023– sino, sobre todo, en el desarrollo económico. Hoy en día, la competitividad de los países está directamente relacionada con esta tecnología de propósito general cuyo impacto en la humanidad ha sido incluso equiparado al descubrimiento del fuego o la electricidad. Una comparación nada menor.

Aunque se percibe como una nueva tecnología, vale recordar que se desarrolló hace varias décadas (por no decir milenios). De hecho, de alguna manera fue motivo de una inicial reflexión en la Grecia antigua, en el año 350 a.C., cuando Aristóteles hablaba de los autómatas de Hefestos, dios del fuego y de la forja, quien creó estas figuras humanas de metal que hablaban, escuchaban, caminaban y podían realizar exitosamente tareas humanas, lo que resultaría, según Aristóteles, en que eventualmente los seres humanos fuésemos redundantes.

Esas tensiones entre sociedad y tecnología ante un eventual desplazamiento laboral no se quedan en la Grecia de Aristóteles, sino que trascendieron y se profundizaron en el siglo XIX con la primera revolución industrial, con el movimiento de los luditas en Inglaterra. Los luditas se oponían al avance tecnológico en la industria textil, particularmente a la introducción de nuevas máquinas que automatizaban el proceso de producción. Creían que amenazaban sus empleos y su modo de vida, ya que podían ser operadas por trabajadores no calificados y producir más tela en menos tiempo, lo que los motivó a realizar actos de sabotaje y destrucción de maquinaria.  Aunque es cierto que la humanidad siempre ha reemplazado capital por trabajo innovando, también es cierto que el efecto histórico de ese reemplazo ha sido crear nuevos puestos de trabajo que antes no imaginábamos, y mejorar la calidad de vida de las personas.

Más allá de cualquier discusión sobre el desempleo tecnológico (que nos pueda dejar sin trabajo) como tecnología de propósito general que representa la IA, debemos saber que la tecnología suele tener un uso dual y podemos utilizarla para resolver los grandes problemas de la humanidad y para nuestro perjuicio.

Ejemplo de ello es la energía nuclear, que se puede utilizar para iluminar una ciudad o para generar amas nucleares. De igual modo, la IA se usa para diagnosticar enfermedades oportunamente, o para conducir ataques cibernéticos, o generar desinformación.

Ante estos riesgos surge la duda de en qué momento regular, no es una pregunta fácil pero debemos tener presente que siempre hemos de actuar con miras a no perder la gran oportunidad de desarrollo económico y social que la IA encarna con todo su potencial innovador. Pensar en prohibir su desarrollo es renunciar al uso de IA y dejar de tener crecimientos del PIB (en el caso de México) entre el 4.6 y 6.4 % anual de aquí a 2030 con una adopción intensiva de la IA (según un estudio de Microsoft). 

Paralelamente, considero que necesitamos de un “Plan Nacional de IA”, como política de Estado, que nos sirva de brújula en el camino de la regulación. Otros países lo han hecho, como Francia en 2018, definiendo los sectores estratégicos que deberían beneficiarse de la IA como la salud, educación, agricultura, transportes, seguridad y defensa. Bajo esta premisa, en México debemos tener la discusión de para qué la queremos usar: ¿seguridad, agricultura, salud, eficiencia en el servicio público, educación o mejora de la gestión pública? En este rubro, en el IFT tenemos ya alguna experiencia utilizando algoritmos en algunos procesos, con miras a consolidar en el corto plazo el uso de trámites automatizados máquina a máquina.

Además de los casos de uso, el plan nacional debe contemplar un requisito indispensable: la infraestructura digital. Para completar el rompecabezas de la IA que nos permita ser generadores y no solamente importadores de tecnología, se requieren otras piezas: redes de telecomunicaciones fijas (fibra óptica) y móviles (5G especialmente); centros de datos; puntos de intercambio de tráfico; cables submarinos y capacidad de cómputo, es decir, súper computadoras con el potencial de procesar grandes cantidades de datos (medido en GigaFlops) y servicios de cómputo en la nube para desarrollar, entrenar y perfeccionar sistemas de IA. 

Partiendo de la premisa de que lo que no se mide no se puede mejorar, en el IFT contamos con información detallada sobre penetración de telefonía fija y móvil, banda ancha fija y móvil, velocidades, calidad del servicio, entre otros, pero estamos trabajando en identificar otros indicadores de la infraestructura digital con los que hoy no contamos, o al menos no le damos seguimiento de manera sistematizada.

Igual de importante es la capacidad humana. Me refiero al talento que se debe identificar y formar para las profesiones del futuro, particularmente si se considera, como lo refleja un reporte del Foro Económico Mundial, que alrededor del 40% de los empleos en el mundo están expuestos al impacto de la IA. Necesitamos más expertos en ciencia de datos, en IA y mujeres en las llamadas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), lo que nos asegurará independencia en la innovación e inclusión.

Una vez que tengamos estas piezas clave, se genera de manera natural otro reto: si es una tecnología de propósito general, ¿cómo hacer para que su uso sea para beneficio común? La respuesta casi universal ha sido la regulación, de manera cautelosa, sin coartar la innovación. ¿Cómo se vería esto en la práctica?

Trayendo al Siglo XXI el conocido dilema del tranvía, un vehículo autónomo se enfrenta al siguiente problema: seguir de frente y atropellar a 5 niños, o girar y chocar, con la probable lesión grave del pasajero. En una encuesta, la mayoría de las personas respondieron que sería mejor que el vehículo gire, lo cual tiene cierta lógica si consideramos la gravedad de lesionar a 5 niños en lugar de un pasajero adulto. Sin embargo, si a esas mismas personas se les pregunta si comprarían o utilizarían un vehículo así… la mayoría dice que no. 

De ahí la importancia de qué, cuándo y para qué la regulación, pues puede impactar negativamente el desarrollo incipiente de un mercado, en este caso el de vehículos autónomos. No permitir que surja este mercado de vehículos autónomos implicaría mantener el problema de fondo, me refiero a las más de un millón de muertes al año en accidentes automovilísticos, generalmente por errores humanos al conducir.

Hay esfuerzos internacionales que han pretendido orientar la regulación. En 2019, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) emitió la Recomendación del Consejo sobre Inteligencia Artificial. Posteriormente, en noviembre del 2021, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) adoptó la Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial, que incluye valores, principios, ámbitos de actuación, así como mecanismos para seguimiento y evaluación. Más recientemente, la Unión Europea aprobó en 2023 la Ley de Inteligencia Artificial, que a partir de un enfoque de riesgos determina la regulación correspondiente y los usos no permitidos de esta tecnología.

Las respuestas no son sencillas como tampoco lo es el reto que nos presenta como humanidad la inteligencia artificial. Aunque no será una tarea sencilla definir qué regular y cómo regularlo, quiero terminar volviendo a los inicios, remontándonos a la antigüedad, cuando se inventó el saludo de mano como señal de confianza de que el interlocutor no estaba armado, debemos hacer precisamente eso con la IA. Saludarla con confianza y guiarla a través de un plan basado en un ecosistema igualmente confiable en México, un plan nacional de IA que esté alineado a las necesidades del país.

*El autor es comisionado presidente en suplencia del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT).

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