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Tus propios virus
“Hay muchos más virus en la Tierra que estrellas en el universo. Tantos, que si unieras todos ellos, uno tras otro en una sola fila, alcanzarían a medir casi 100,000 años luz”.
Carl Zimmer
Son antiguos, mortales y están en todas partes. No hay una sola rama en el árbol de la vida cuyos frutos no se conviertan en sus anfitriones, sus víctimas o ambos. Los virus son los principales predadores de todo: bacterias, plantas, otros virus y por supuesto, mamíferos. Enfermedades víricas como la rabia, la viruela y más recientemente, la influenza porcina y el Ébola, son prueba de cómo los virus poseen la habilidad de infectar diferentes especies y causar verdadero caos entre nosotros. Considerando la cantidad de muertes que los virus han causado en la raza humana desde hace cientos de miles de años es fácil pensar que los virus y nosotros no podemos tener una relación de amigos.
Nadie sabe de cierto cómo ni cuándo se originaron los virus, si fue antes que las primeras células, o evolucionaron de células que depredaban otras más grandes, o si tienen un origen completamente diferente, extraterrestre incluso, pero cierto es que son los parásitos perfectos. Son estructuras proteicas muy simples, básicamente unas hebras de ácidos nucleicos en una envoltura proteica, y no pueden sobrevivir sin una célula huésped a la que infectar. Una vez en el interior de la célula, el virus utiliza ciertos mecanismos para reproducirse. El más común es cuando invade la célula, la hackea para que produzca copias y más copias del virus que luego revientan la célula y se despliegan para infectar más células.
Otros virus, los retrovirus como el VIH, el sarampión o el herpes simplex utilizan genes que codifican proteínas que obligan a la célula a fusionarse con otras, de modo que el virus pueda transmitir sus copias directamente de una célula sana a otra, evitando al sistema inmune. En ocasiones las células infectadas son las conocidas como células germinales (las que producen óvulos o espermatozoides) lo que causa que la información insertada por el virus en el ADN sea transmitida a la siguiente generación. Cuando uno de estos virus infectó a nuestro antepasado común hace cientos de millones de años, la evolución de los mamíferos sufrió un giro radical que nos convirtió en lo que somos ahora.
Alrededor del 8% de nuestro genoma al completo está formado por ADN viral, y otro 40% está formado por cadenas repetitivas de bases genéticas que se cree son de origen viral también. En los últimos años los científicos han descubierto que no son sólo rastros sin importancia de material genético, sino que codifican proteínas esenciales para el desarrollo humano, y con el tiempo, dos de esas proteínas se volvieron claves en la definición de qué somos ahora.
Una de las principales maravillas que ocurren durante la gestación de un ser humano es la placenta, un órgano que permite crear un ambiente relativamente aislado y seguro para el feto, a la vez que permite el intercambio de nutrientes, oxígeno y productos de deshecho. Pero la placenta nunca podría haberse formado sin la interacción de dos proteínas de origen vírico, la sincitina-1 y 2. En los seres humanos, estas proteínas forman la membrana placentaria que se adhiere al útero y forma el cordón umbilical, además de determinar qué sustancias pueden atravesar dicha membrana, y evitar que el sistema inmune de la madre ataque al feto al considerarlo un organismo extraño.
Sin la sincitina, la placenta como la conocemos nunca hubiera llegado a desarrollarse, y sin ella la gestación interna habría sido totalmente diferente, o quizá nunca hubiese sucedido, probablemente los mamíferos placentarios no existiríamos hoy día. Secuencias genéticas que existen en nuestro genoma gracias a los virus son materia prima para mutaciones y nuevas adaptaciones, en lo que podemos considerar una afortunadísima vuelta de tuerca a lo que pudo haber sido una amenaza inconmensurable; lo que nos demuestra una vez más que la evolución actúa sin un proyecto ejecutivo, sin una hoja de ruta que defina dónde quiere llegar. Todas las infecciones retrovirales que hemos “sufrido” han contribuido y siguen influyendo en la manera en que evolucionamos como especie; y no podemos saber a dónde nos llevarán -como especie- en unos miles de años.