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Opinión

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Un amigo que vale la pena conocer

Andrés Roemer, fundador de La Ciudad de las Ideas. Foto EE: ArchivoFoto EE: Archivo

Me encantaría escribir Señor Bonilla, pero solo puedo dirigirme así a quien se ha ganado el respeto. Así que no. No le digo “señor” a ningún hombre que encubra los delitos de un agresor sexual, y eso es precisamente lo que haces con tu texto “Caso Roemer me deja incrédulo y suspicaz”. Me llamo Teresa y fui una de las víctimas del hombrecillo aquel que defiendes, Andrés Roemer.

Es inútil la aclaración que haces con un paréntesis que abrasador se refiere al fuego y no a quien estrecha. Leer esa vana acotación es un insulto a la inteligencia colectiva, y es un reflejo de lo poco que entiendes la diferencia entre acoso sexual, abuso sexual y violación, que dicho sea de paso no es como escribes “tuvo relaciones sexuales conmigo por la fuerza”. En la violencia sexual no existe la palabra “relaciones”, porque nadie se relaciona con nadie. Para ser perfectamente clara, no hablamos de una experiencia humana de correspondencia o de vínculo. Hay un agresor y una víctima. Punto.

Bueno, no hay una, en este caso ya sumamos 61; nos faltan las que aún no han podido o querido acercarse con su historia. Soy la voz de muchas, la opinión tuya que tanto nos moríamos por conocer tiene irresponsables grietas a la banal búsqueda que has hecho por internet. ¿Por qué tu texto solo recaba la entrevista de una víctima? Es muy claro que has decidido omitir mi testimonio puesto que yo publiqué uno detallado en el periódico El País, que, si mal no recuerdo, tiene su redacción central en Madrid, la misma ciudad desde donde escribes.

Me da enteramente lo mismo que el asunto te genere una gran suspicacia, pero soy empática, suele suceder. Nadie quiere escuchar que su amigo del alma, el gran intelectual sin el que los mexicanos podríamos subsistir, en lo oscuro, es un cerdo violador. Es complicado caer en cuenta que quien creemos conocer de fondo, es en realidad un pervertido misógino y machista. Pero te será mucho más difícil entender que en el preciso instante en que sales a defenderlo sin conocimiento de causa, te has convertido en su cómplice.

Eres el patriarcado, pero no lo sabes. ¿Quién eres tú para cuestionar nuestras formas de describir lo abusos? Eres el patriarcado, pero no lo entiendes. “Obsequioso de los elogios a la belleza femenina”, escribes sobre tu compadre que mira a las mujeres con ojos de viejo rabo verde utilizándonos como objetos. Eres el patriarcado, pero no lo conoces porque no te observas, entonces es complejo que captes lo asqueroso que es que se justifiquen entre ustedes.

Me da tanto gusto leer que no puedes jurar por tus hijos “que ninguna de las presuntas víctimas tenga razón”, pero no nos aclaras si tienes hijas. Ansío saberlo. Porque yo sí te puedo jurar a ti que ellas, tus hijas o nietas, van a vivir violencia sexual si hombres como tú siguen encubriendo agresores/entrañables-amigos. Tu descendencia contará la misma historia que yo conté si las estúpidas lealtades siguen sin detener de tajo y con toda la fuerza a cabrones como Andrés.

Gracias Javier Bonilla por la brillante analogía de la cerradura, la llave, las llamas. La llave que tanto busca Roemer no dará nunca en la cerradura, porque esa puerta la hemos derribado las víctimas mientras nuestros aliados nos abrazan. Las llamas de sus abominables actos abrasan (de fuego) velozmente al hombrecillo aquel. Y esas mismas brasas te van a quemar, si no te deslindas de él.

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