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Demasiado pobres para la guerra
Décadas de desindustrialización han vaciado la economía del Reino Unido y la han dejado lamentablemente mal preparada para las interrupciones de la guerra. A medida que los especuladores financieros que financiaron sus déficits de cuenta corriente se vuelven contra la libra, los políticos deberían considerar los impuestos keynesianos y aumentar la inversión pública
LONDRES – Una economía de tiempos de guerra es inherentemente una economía de escasez: como el gobierno necesita dirigir los recursos a la fabricación de armas, se produce menos manteca. Como la manteca se debe racionar para fabricar más armas, una economía de guerra puede conducir a un alza inflacionaria que exige que los responsables de las políticas recorten el consumo de la población para reducir el exceso de demanda.
En su panfleto de 1940 “Cómo pagar la guerra”, John Maynard Keynes reclamaba un reequilibrio fiscal, en lugar de una expansión presupuestaria, para satisfacer las crecientes necesidades del esfuerzo de movilización del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Para reducir el consumo sin hacer subir la inflación, sostenía Keynes, el gobierno tenía que aumentar los impuestos sobre los ingresos, las ganancias y los salarios. “La importancia de un presupuesto de guerra es social”, aseveraba. Su propósito no es sólo “prevenir los males sociales de la inflación”, sino hacerlo “de una manera tal que satisfaga la sensación popular de justicia social manteniendo al mismo tiempo incentivos adecuados para el trabajo y la economía”.
Joseph E. Stiglitz recientemente aplicó este abordaje a la crisis de Ucrania. Para garantizar la distribución justa del sacrificio, argumenta, los gobiernos deben imponer un impuesto a los beneficios fortuitos para los proveedores de energía domésticos (“los especuladores de la guerra”). Stiglitz propone un sistema de tarifación de la energía “no lineal” por el cual los hogares y las empresas podrían comprar el 90% del suministro del año anterior al precio del año anterior. Por otra parte, aboga por políticas de sustitución de importaciones tales como un aumento de la producción de alimentos doméstica y un mayor uso de renovables.
Las propuestas de Stiglitz pueden funcionar en Estados Unidos, que es mucho menos vulnerable a las alteraciones externas que los países europeos. Con un cuarto del PIB global, el 14% del comercio mundial y el 60% de las reservas monetarias del mundo, Estados Unidos puede permitirse la beligerancia. No es el caso de la Unión Europea, y mucho menos del Reino Unido.
Si bien el Reino Unido ha sido casi tan agresivo como Estados Unidos en su respuesta a las acciones de Rusia, Gran Bretaña está mucho menos preparada para manejar una economía de guerra que en 1940: fabrica menos cosas, cultiva menos alimentos y es más dependiente de las importaciones. El Reino Unido es más vulnerable a los shocks externos que cualquier otra potencia occidental importante, debido a décadas de desindustrialización que han achicado su sector manufacturero del 23% del valor agregado bruto en 1980 a aproximadamente el 10% hoy. Mientras que el Reino Unido producía el 78% de los alimentos que consumía en 1984, esta cifra había caído al 64% en 2019. La creciente dependencia de la economía británica de energía importada la ha vuelto menos eficiente aún.
Durante décadas, el sector financiero apuntaló la economía vaciada del Reino Unido. Los flujos financieros que ingresaban a la City de Londres le permitían al país ignorar el comercio y mantener artificialmente estándares de vida más altos de lo que garantizaba su capacidad exportadora. El déficit de cuenta corriente de Gran Bretaña hoy es del 7% del PIB, comparado con un excedente de cuenta corriente del 1.3% del PIB en 1980. Hasta hace poco, la fórmula británica había sido financiar su déficit externo atrayendo capital especulativo a Londres a través de la industria financiera, que había sido desregulada por el “big bang” de 1986.
Fue una ingeniería financiera brillante pero inestable: los extranjeros enviaban al Reino Unido bienes que de otra manera no podía afrontar, Gran Bretaña les enviaba a cambio libras esterlinas y los extranjeros utilizaban las libras para comprar activos con domicilio británico. Pero ésta fue una solución de corto plazo para la caída de largo plazo de la manufactura, que le permitió al Reino Unido vivir más allá de sus recursos sin mejorar su productividad.
En su Tratado sobre el dinero de 1930, Keynes hace una distinción entre “circulación financiera” y “circulación industrial”. La primera tiene un propósito esencialmente especulativo. Pero una economía que depende de entradas especulativas de fondos experimenta auges y caídas financieros sin ninguna mejora de su potencial de crecimiento subyacente. La estrategia del Reino Unido se hizo eco de esta observación: hizo poco para desarrollar bienes exportables que pudieran mejorar la balanza de cuenta corriente y su éxito dependía de que los extranjeros no hicieran caer la libra.
Pero la lógica del especulador, como explica George Soros, consiste en ganar dinero rápido y retirarse antes del desplome. Depender de los especuladores es como una adicción a los narcóticos: un sacudón temporario se vuelve una muleta necesaria. La crisis energética generada por la guerra de Rusia y Ucrania fue el equivalente del síndrome de abstinencia, provocando un agujero aún mayor en la balanza comercial del Reino Unido. Se espera que el déficit de cuenta corriente aumente al 10% del PIB para fines de 2023, brindándoles a los inversores de corto plazo un fuerte incentivo para vender sus bonos denominados en libras esterlinas.
El desplome continuo de la libra encarecerá las importaciones del Reino Unido. Y como los precios de las importaciones probablemente aumenten más rápido que los valores de las exportaciones, la caída del tipo de cambio de la libra esterlina probablemente amplíe el déficit de cuenta corriente, sobre todo porque el sector manufacturero reducido del país depende profusamente de insumos importados. A medida que se deprecie la libra, el precio de estas importaciones aumentará, lo que resultará en una erosión aún mayor de los estándares de vida.
Esto deja a los responsables de las políticas con pocas opciones buenas. El Banco de Inglaterra ya ha aumentado las tasas de interés para mantener los ingresos de capital extranjero, pero las altas tasas de interés probablemente hagan colapsar el mercado inmobiliario y otros mercados de activos que se han vuelto adictos a tasas muy bajas en los últimos 15 años. Tomar medidas para equilibrar el presupuesto tal vez calme temporariamente a los mercados, pero esas medidas no abordarían la debilidad subyacente de la economía británica. Asimismo, no hay ninguna evidencia de que la consolidación fiscal conduzca al crecimiento económico.
Un posible remedio sería revivir la inversión gubernamental. La inversión pública del Reino Unido cayó de un promedio del 47.3% de las inversiones totales entre 1948 y 1976 al 18.4% entre 1977 y 2007, haciendo que la inversión general dependiera de expectativas volátiles de corto plazo.
La única manera de que el Reino Unido pueda “pagar la guerra” es implementando una estrategia industrial que apunte a aumentar la autosuficiencia en energía, materias primas y producción de alimentos. Pero para que una política de estas características dé frutos pasarán años.
Todos los países europeos, no solo Gran Bretaña, enfrentan una crisis energética como resultado de la alteración de los suministros de petróleo y gas de Rusia, y los responsables de las políticas están ansiosos por aumentar el ingreso de energía. Pero cualquier acuerdo con Rusia mientras libra su guerra en Ucrania con un aparente desprecio por la vida humana conllevaría enormes costos morales y políticos.
Una posible solución puede ser llegar a un acuerdo para aliviar las sanciones económicas a cambio de que se reanuden los envíos de gas. Dada su especial vulnerabilidad económica, y luego del Brexit, Gran Bretaña está bien posicionada para explorar esta idea en nombre -pero independientemente- de la UE.
Un acuerdo limitado podría aliviar la crisis energética de Europa permitiendo a la vez un continuo apoyo militar a Ucrania. Pero debería ser condicional a que Rusia redujera la intensidad de su terrorífica “operación militar especial”. La negociación de un acuerdo de sanciones energéticas limitado podría tal vez abrir la puerta a una negociación más amplia destinada a poner fin a la guerra antes de que termine hundiendo a Europa.
En cuanto al Reino Unido, en el corto plazo seguirá dependiendo de los ingresos de fondos financieros generados en la City para impedir un colapso catastrófico de la libra en el corto plazo, obligando al nuevo ministro de Hacienda británico, Jeremy Hunt, a pugnar por “restablecer la confianza” en la economía británica. En lugar de impuestos keynesianos o inversión pública, eso muy probablemente implicará beber más del veneno de la austeridad que causó el actual malestar de Gran Bretaña.
Los autores
Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica y profesor emérito de Economía Política en la Universidad de Warwick, fue director no ejecutivo de la compañía petrolera privada rusa PJSC Russneft de 2016 a 2021.
Philip Pilkington, macroeconomista y profesional de inversiones, es el autor de The Reformation in Economics.
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