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Alineación completa
La semana pasada conversé con colegas estadounidenses y latinoamericanos sobre qué esperar en 2025 en el tablero geopolítico. La constante, sin duda, es la incertidumbre por la segunda presidencia de Trump, su agenda radical y sus arrebatos intempestivos. Para América Latina, hay quienes anticipan un cambio en la política hacia la región debido a la alineación de personajes al frente del Departamento de Estado. El senador de origen cubano Marco Rubio a la cabeza, de la mano de Chris Landau, el exembajador de México en Estados Unidos y próximo subsecretario de estado, y de Carlos Trujillo, quien fuera el representante de Estados Unidos ante la OEA durante la primera administración Trump y el siguiente subsecretario para asuntos del hemisferio occidental.
Aunque el nuevo equipo de liderazgo del Departamento de Estado cuenta con un mayor conocimiento sobre la región—y, por cierto, una marcada antipatía hacia los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua—, la verdad es que América Latina históricamente no ha sido una prioridad en la agenda de política exterior estadounidense. Desde mi perspectiva, esto no cambiará demasiado. No cambiará porque las prioridades de Trump están en otras latitudes, empezando por su propio país.
Si acaso, el nuevo gobierno republicano volteará la mirada hacia figuras que considera “los hombres fuertes” de la región, como el presidente salvadoreño Nayib Bukele o el argentino Javier Milei. Sobre Milei, la prensa internacional ha subrayado sus similitudes con Trump—ambos fustigan el wokismo y conectan con un electorado harto del establishment—, pero en realidad, sus ideas de gobierno y política económica no son necesariamente compatibles.
La presencia de China en la región merece, en cambio, mayor atención. Apenas el mes pasado, Xi Jinping estuvo en Perú y Brasil para asistir al Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC) y la Cumbre del G20, respectivamente. Las imágenes son poderosas: un recordatorio del interés chino en América Latina, tanto político como comercial. Según datos de la CEPAL, entre 2000 y 2022, el comercio de bienes entre la región y China—principalmente materias primas, excepto en el caso de México—se multiplicó por 35.
Para México, la situación es diferente. La dinámica bilateral se cuece aparte, simplemente porque la geografía y la historia compartidas imponen una interacción distinta y tanto más compleja. Además, mientras Trump esté enfocado en reducir la inmigración ilegal y legal, México conserva la capacidad de contribuir a su éxito, lo que le otorga un papel protagónico.
En este caso, a la alineación estadounidense se suma el coronel Ronald Johnson quien será el Embajador de Estados Unidos en México. Ya varios analistas han descrito su trayectoria militar y como miembro de la CIA. Incluso, después del anuncio, algún observador desorientado apuntó con alivio que con Johnson llega un perfil menos radical del esperado, sobre todo si se compara con otros candidatos ultraconservadores como Kari Lake o el propio Landau.
Más que una coincidencia afortunada, esta nominación confirma que las amenazas trumpistas van muy en serio. Johnson es un halcón de mano dura que atenderá los dos temas prioritarios para Trump en nuestro país: la migración y el crimen organizado.
Por ahora, la presidenta Claudia Sheinbaum decidió alejarse del intercambio retórico y epistolar. Es una buena noticia porque urge privilegiar una diplomacia real. Esto implica, por ejemplo, nombrar a un embajador de México en Estados Unidos o, al menos, ratificar al actual. Ante la creciente tensión, es fundamental contar con un representante en Washington que mantenga la comunicación con sus contrapartes estadounidenses. Además, podría complementar los esfuerzos de lobby que ya lleva a cabo una parte del empresariado mexicano y que han probado ser indispensables desde los años noventa.
Para América Latina y para México en particular, la alineación ideológica en el Departamento de Estado no tiene precedente. Por esto, México no puede darse el lujo de cruzar los brazos y esperar.