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Chaneca Maldonado

OpiniónEl Economista

¿Quién soy o que soy? Vayan a saber. Cada día se es algo muy adentro, que no tiene que ver con lo que es afuera.

Berta Maldonado Gallegos

Nuestras fortalezas siempre serán las mejores lecciones aprendidas a la edad perfecta de la vida, porque cada etapa contiene una buena dosis de enseñanzas, que se superan cuando nos enfrentamos en solitario a decisiones importantes y únicas.

Estamos ante ese mundo de fragilidades donde vamos bajando la cuesta, aunque ya no tropezamos tanto, y en los recuerdos cuando perdemos a un ser muy querido, se vienen a la mente sin fechas exactas, pero con amplios momentos de bondad y sentimiento, imágenes inolvidables que marcaron y dieron sentido a la existencia.

Ha partido mi tía Chaneca, con ese claro sentido de pertenencia desde que la vimos por vez primera, la que me cambió la vida a los trece años, cuando la conocimos en Ciudad del Carmen junto a mi tío Fernando Rafful.

Innumerables detalles a lo largo de mis cuarenta y siete años, sobre todo en los seis que viví y conviví con ambos, y cinco primos, y mis dos hermanos, Carmen y Jorge Elías, en su casa por los rumbos de San Jerónimo en la Ciudad de México, entre los años de 1976 y 1982.

Hoy ya no estás entre nosotros, pero sí estás. Hoy ya no habitas este mundo de desigualdades, aquellas que siempre procuraste que no se dieran, y apoyar para ser menos hostil el camino para los que menos tenían, seres humanos, pero también perros y gatos que eran abandonados a su suerte y que tú rescatabas, pero estás como ejemplo y lo estarás siempre, tía Chaneca; tu vida de probada honestidad entre lo que pensabas y lo que procuraste, te hace una mujer única, extraordinaria mexicana, la mejor.

Mi primer viaje al extranjero, mi recorrido por la Ruta de la Independencia a mis 18 años que tu trazaste para que viviera esa aventura en solitario, mi primera chamarra de piel, mi primera guitarra… Sabias de mis gustos y me sorprendías. “Homenaje a Mao”, me decías, y cocinabas en sábado comida china.

También estuvieron las exigencias, las calificaciones, -donde todo debía transitar perfectamente-, para salir los fines de semana a conocer México, la música clásica que siempre estaba por las noches en las charlas después de la cena, donde no podíamos faltar los sobrinos que ya estábamos en casa; no había pretextos para guardarse en su cuarto.

Y aquel mediodía, cuando me comentaste: “tu tío te va a preguntar en qué semestre de leyes vas en la Facultad de Derecho en la UNAM; dile la verdad, él ya sabe”; y vino la pregunta y de botepronto, con cierto temor no lo niego, la respuesta; “primer semestre, tío”, porque me había quedado un año más en la preparatoria por dos asignaturas pendientes.

Tuvimos la oportunidad de conocer y estar incontables días cuando visitaba García Márquez la casa de mis tíos en Juárez 85, y por la guitarra y a petición suya, y cantar un par de versos compuestos en mi juventud, donde la combinación de hilaridad entre el pueblo de Carmen y la gran ciudad hacían su parte.

Cada año, después de ese desenlace en el año 1982, cuando se cerró la casa de los tíos, que algún día narraré, cada uno tomó distintos caminos. Fui el segundo en decir adiós y partir a otro lugar en el mismo sur de la ciudad, pero nunca dejé a la tía Chaneca. Los 11 de febrero estábamos ahí, en cada cumpleaños.

El año pasado, un triste 2019 en su último tramo, antes de viajar a Ciudad del Carmen para enterrar a mi hermano el 12 de septiembre, fuimos mi hermana Carmen y yo a darle la trágica noticia de la muerte de Jorge Elías, que le dolió en el alma. El menor de los tres que fuimos se convirtió en su consentido los últimos veinte años.

Ha partido al infinito mi tía Chaneca, quien me llevó una bolsa de plástico muy grande con regalos a mis trece años a la Isla, recuerdo, a la puerta de la casa de mis abuelos maternos, donde vivían mis padres en el corazón de ese Carmen entrañable, el centro de la ciudad, la calle 22. De esas visitas, fui con ella y mi tío Fernando, en esos primeros años de los setenta, a una exhibición de boxeo, del campeón Miguel Ángel “Mantequilla” Nápoles en el parque Miguel Alemán, en donde hoy se ubica el puerto industrial. Una foto en el periódico local, junto al boxeador y mi tía, define la ruta para estay hoy aquí, en esta narrativa impregnada de sentimientos encontrados, por tantas y tantas vivencias.

Por ella, las clases de inglés, de natación, en esa disciplina desde la juventud en el orden y los objetivos, la gran transformadora, honesta, y sobre todo realista, la vamos a extrañar siempre.

Artículo escrito para el libro “Chaneca” Primavera del año 2021.

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