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El poder de construir ciudadanía desde la escuela
Recuerdo la primera vez que voté en la escuela. Tenía apenas diez años y nos habían dado la oportunidad de elegir al "presidente" de nuestra sociedad de alumnos. Aunque las consecuencias de esa elección eran mínimas (algunos proyectos escolares y un par de decisiones sobre las actividades del recreo) el proceso en sí fue revelador. Nos hizo sentir, por un momento que teníamos voz. Fue ahí donde entendí, quizás sin saberlo conscientemente que la toma de decisiones es una responsabilidad compartida. Y hoy, mirando en retrospectiva, no puedo dejar de pensar en cuán vital es que la participación ciudadana comience en el aula.
Es evidente que en las sociedades donde la construcción ciudadana se fomenta activamente desde las primeras etapas educativas, los ciudadanos desarrollan una conciencia más sólida de su rol en la democracia. Un claro ejemplo de esto son países como Noruega y Dinamarca, donde la participación ciudadana es muy alta y la educación cívica es fundamental en el sistema escolar, como lo señala el “OCDE Better Life Index”. En contraste, en países como Honduras, donde prevalece la apatía y la participación es limitada, el compromiso ciudadano es prácticamente inexistente. Este fenómeno no es fortuito; está vinculado a la formación temprana en valores democráticos y de participación, que va más allá de aprender materias académicas y se centra en preparar a los futuros actores del cambio social
La creación de parlamentos escolares y la realización de elecciones estudiantiles ofrecen experiencias directas que permiten a los niños comprender que la democracia no es solo un concepto abstracto, sino una práctica cotidiana. A través de estas dinámicas, los estudiantes aprenden que la libertad, la responsabilidad y el compromiso cívico no se limitan a los libros de texto, sino que se viven en el día a día: en el debate con sus compañeros, en la toma de decisiones colectivas y en la comprensión de que cada opinión y voto tiene valor.
En nuestro modelo educativo actual, se enseña historia, geografía, y otras asignaturas tradicionales, pero nos estamos olvidando de los valores fundamentales que construyen un país: la libertad, el estado de derecho y la participación ciudadana. Estos principios son el cimiento de una sociedad justa y democrática, y deben enseñarse más allá de una clase aislada de civismo. Es necesario que los estudiantes vivan estos valores a diario, desde las dinámicas escolares hasta la interacción con sus compañeros y maestros.
No se trata de generar solo concursos de debate o de oratoria, que si bien son importantes, no bastan para fomentar una ciudadanía activa. Se trata de integrar en la vida escolar prácticas reales de democracia participativa a través de sus sociedades de alumnos, parlamentos o equipos de trabajo, puedan experimentar la responsabilidad de tomar decisiones que afecten a su comunidad escolar. De esta manera, se generan aprendizajes significativos que no se olvidan al terminar el ciclo escolar, sino que perduran porque han sido vividos.
La construcción de una ciudadanía participativa es un proceso que comienza en el aula y se fortalece con la práctica. Si queremos una sociedad en la que la democracia sea un valor real y la participación ciudadana sea constante, debemos empezar por nuestras escuelas. Porque es ahí, en el salón de clases, donde se siembran las semillas del futuro de un país que busca florecer.