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Cumbres ambientales 2024, ¿de qué sirvieron?
Durante noviembre de 2024 se llevaron a cabo cuatro Cumbres internacionales con contenido ambiental explícito: G-20 en Río de Janeiro, COP 16 de Diversidad Biológica en Colombia, COP 29 de Cambio Climático en Azerbaiyán, y el Comité Intergubernamental sobre la contaminación por plásticos en Busan, Corea del Sur. Este tipo de reuniones se multiplican, aunque también se multiplican millones de kilómetros recorridos en avión por quienes asisten a ellas. Su costo es elevado, y sus productos son cuestionables, que rara vez van más allá de documentos declarativos no vinculantes. El principal obstáculo que enfrentan tales eventos es la eterna brecha entre países desarrollados y naciones pobres o emergentes, en la que los segundos culpan a los primeros de los problemas, y les exigen financiamiento. También, hay un cisma que corta a ambos grupos; por un lado, gobiernos con cierta conciencia planetaria (básicamente europeos, algunos latinoamericanos, de Oceanía, y ocasionalmente, Estados Unidos y Canadá), y gobiernos de inquebrantable cinismo y férreos intereses creados, como Rusia, China, y países petroleros encabezados por Arabia Saudita, empeñados con mucha frecuencia en sabotear negociaciones.
La Cumbre del G-20 concluyó con una declaración vaporosa, con lugares comunes sobre Gaza y Ucrania, y un ingenuo llamado de cese al fuego. Por otro lado, se acordó establecer ambiguamente un nuevo objetivo financiero de acción climática para países pobres. Se apuntó la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad para reflejar mejor las realidades del siglo XXI, aunque sin propuestas concretas, ya que ninguno de los miembros permanentes quiere perder su poder de veto (Rusia, China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña). Se discutió, sin consenso, la implementación de un impuesto del 2% a los multimillonarios para combatir la desigualdad y la pobreza. México propuso un Sembrando Vida universal (!!!). Aunque ausentes, gravitaron las sombras de Trump y del dictador ruso Vladimir Putin. En resumen, la cumbre del G-20 en Río de Janeiro abordó temas críticos de la agenda global, pero con resultados si acaso sólo simbólicos, que reflejan las complejidades y divisiones en la comunidad internacional.
La COP 16 sobre Diversidad Biológica en Colombia reunió a más de 190 países. El máximo logro fue de corrección política: un homenaje y reconocimiento a Comunidades Indígenas y Afrodescendientes y a sus saberes tradicionales, en las decisiones de conservación de la biodiversidad (lo cual es obvio). No sabemos si en “Afrodescendientes” se incluye también a los Afrcaaners blancos sudafricanos y a los árabes blancos del norte de África. Por otro lado, se acordó imponer una tasa del 0.1% a grandes empresas de biotecnología que utilicen información genética de organismos vivos, lo cual es impracticable, pero ideológicamente entrañable para países pobres. Los fondos recaudados irían a la protección de la naturaleza, asignando el 50% (¡de cero!) a comunidades indígenas. En lo sustantivo, no hubo avances; ni en las metas de conservar 30% de tierras y mares hacia el 2030, ni sobre una hoja de ruta para aumentar el financiamiento destinado a la protección de especies. Recordemos que la conservación de la biodiversidad depende – esencialmente – de las capacidades regulatorias de los Estados, de la creación de Áreas Naturales Protegidas, y del pago a propietarios de la tierra por los costos de oportunidad de la conservación (Pago por Servicios Ambientales).
En la COP 29 de Cambio Climático en Azerbaiyán se trató de avanzar – sin mayor éxito – en la implementación del Acuerdo de París, aunque se acordó aumentar el financiamiento climático (mitigación y adaptación) a 300.000 millones de dólares anuales – considerados insuficientes – para 2035, claro, sin ninguna garantía que lo asegure. Lo más relevante es que se establecieron reglas para el comercio internacional de créditos o Bonos de Carbono conforme al Artículo 6 del Acuerdo de París, que fomentan la participación del sector privado y tienden a la transparencia y trazabilidad, pero en un sistema excesivamente centralizado y complejo bajo supervisión de la ONU, que no impide doble contabilidad ni garantiza integridad, permanencia y adicionalidad de los “Bonos de Carbono”. Azerbaiyán es un país petrolero, por lo que su presidente declaró que el petróleo es un “don de Dios”, frente a casi dos mil cabilderos de la industria de combustibles fósiles que hicieron todo lo posible por impedir la inclusión en la agenda la eliminación, aunque fuera progresiva del petróleo y el gas.
Por último, la agenda del Comité Intergubernamental sobre la contaminación por plásticos, en Corea del Sur intenta (la reunión se clausura este domingo) la reducción en la producción global de plásticos, la prohibición o restricción de productos plásticos desechables, mejorar la gestión de residuos, aumentar el reciclaje a través de Economía Circular, y establecer mecanismos de financiamiento a países pobres. Aquí, los “buenos” son 66 países europeos y en desarrollo lidereados por Noruega y Ruanda, y Estados Unidos. Los “malos” que se oponen a casi todo lo anterior son Arabia Saudita, China y Rusia. En fin, claramente, la agenda global ambiental es presa de insuperables divisiones y divergencias de intereses entre gobiernos.