Lectura 6:00 min
La fantasía de las autoridades sobre la tecnología verde
Los responsables políticos estadounidenses, chinos y europeos parecen convencidos de que apoyar las industrias verdes de alta tecnología es la clave no sólo para un futuro sostenible, sino también próspero. Pero la idea de que la tecnología verde pueda constituir la base de una economía importante no es realista.
MILÁN. La administración del presidente estadounidense, Joe Biden, incluyó generosos subsidios verdes en la Ley de Reducción de la Inflación, cuyo objetivo es construir una “economía de energía limpia impulsada por innovadores estadounidenses”. El expresidente del Banco Central Europeo y primer ministro italiano, Mario Draghi, ha presentado un influyente informe a la Comisión Europea en el que sostiene que el futuro de la economía europea depende de una estrategia dual de competitividad y descarbonización. Y China ha invertido mucho en convertir las “tres nuevas” industrias (la solar fotovoltaica, las baterías de iones de litio y los vehículos eléctricos) en motores de exportación.
Los detalles son diferentes, pero la idea subyacente es la misma: apoyar a las industrias verdes de alta tecnología es la clave no sólo para un futuro sostenible, sino también para uno próspero. Pero ¿cuán creíble es esta lógica? ¿Es posible construir una gran economía como la de Estados Unidos, la Unión Europea o China sobre una base de tecnología verde?
Probablemente no. Para empezar, la energía representa sólo una pequeña parte de estas economías, y en la mayoría de las industrias, la energía representa apenas entre el 2 y el 5% de los costos totales. Por supuesto, esa proporción es mucho mayor –más del 10%– en ciertos sectores de alto consumo de energía, como el cemento, el hierro y el acero y los materiales de construcción. Pero es poco probable que estos sectores contribuyan mucho a una economía impulsada por la tecnología verde.
Más importante aún, la transición verde requerirá mucha menos tecnología nueva de lo que se supone ampliamente. En el futuro previsible, la mayor parte de la energía sin emisiones de carbono que el mundo necesita será proporcionada por tecnologías existentes: paneles solares, turbinas eólicas y baterías. Las células solares existen desde hace casi medio siglo, aunque las primeras versiones eran tan voluminosas y caras que sólo se usaban para satélites. Las turbinas eólicas existen desde hace incluso más tiempo. Incluso las baterías de iones de litio están en el mercado desde hace más de 30 años.
Sí, hay espacio para más investigación y desarrollo; se pueden descubrir nuevas formas de producir estos bienes, pero el impacto de nuevos avances en estas tecnologías será limitado. Por ejemplo, si bien es posible mejorar la gestión “inteligente” de la red eléctrica –incluso mediante la implementación de inteligencia artificial–, las pérdidas en los sistemas de electricidad y transmisión son en gran medida inevitables. En última instancia, la rápida adopción de energías renovables no depende de una innovación de vanguardia, sino de la tarea monótona de reducir la curva de costos de las tecnologías conocidas.
Otra razón por la que sería difícil construir una economía fuerte sobre bases de tecnología verde es que los bienes de estado sólido, como los módulos solares y las baterías, son más adecuados para la producción en masa. Esto significa que requieren una gran inversión inicial y, a medida que aumenta la producción, tanto los costos como los precios caen. El año pasado, las exportaciones chinas de módulos solares fueron un 33% mayores en términos de capacidad de generación, pero su valor en realidad cayó ligeramente, porque los precios unitarios disminuyeron en un tercio. Es probable que suceda algo similar con las baterías.
En otras palabras, un país que intente liderar en tecnología verde podría encontrarse gastando sumas cada vez mayores para aumentar su capacidad de producir bienes, cuyos precios siguen cayendo. China, con su gran superávit de ahorro, puede permitirse esas inversiones –y el mundo entero se beneficia si se construyen dos fábricas de módulos solares donde una sería suficiente (sobre todo si la alternativa son más ciudades fantasmas)–, pero Estados Unidos y la UE no pueden.
Incluso en el caso de China, no está claro en qué medida el aumento de las exportaciones en las “tres nuevas” industrias se ha traducido en un mayor crecimiento del PIB. Si bien están produciendo bienes con un contenido de alta tecnología significativamente mayor que los “tres viejos” motores de exportación –electrodomésticos, muebles y ropa–, por el momento, en su mayoría están operando a pérdida. Y cuando se trata de vehículos eléctricos, el modelo y la marca –ninguno de los cuales tiene nada que ver con la tecnología verde– importan mucho más que el rendimiento, y aquí los productores chinos no tienen una ventaja natural. En cualquier caso, los vehículos eléctricos difícilmente cuentan como una industria separada de las baterías de las que dependen.
Un obstáculo clave para la rápida implementación de los beneficios de las energías renovables son los persistentes “costos blandos” –como los permisos, la planificación y la comercialización–, que generalmente son mucho más lentos en caer que los costos del hardware. En lo que respecta a la difusión de la energía solar, por ejemplo, se estima que estos costos son al menos tan importantes como el costo de los propios paneles.
Uno de los elementos más costosos de la transición a cero emisiones netas será el aislamiento de los edificios. En la UE, esta tarea, que sólo requiere materiales conocidos, artesanos calificados y una planificación eficiente, a menudo representa una gran parte de las necesidades totales de inversión estimadas. Los países que logren los avances más rápidos en este frente serán aquellos con trabajadores de la construcción mejor calificados y procedimientos de construcción y planificación de viviendas menos engorrosos, no aquellos que produzcan el equipo más avanzado de tecnología.
La tarea de descarbonizar el sector energético y, posteriormente, toda la economía es tan urgente como común. Pero en lugar de centrarse en convertirse en un “líder” de la tecnología verde –una estrategia que no necesariamente conducirá al dinamismo económico–, los responsables de las políticas deberían centrar su atención en las actividades, a menudo poco interesantes, que en realidad acelerarán el progreso.
El autor
Daniel Gros es director del Instituto de Formulación de Políticas Europeas de la Universidad Bocconi.
Copyright: Project Syndicate, 2024