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Opinión

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El ingrediente faltante en la competitividad europea

Los próximos meses mostrarán cuán comprometidos están los líderes europeos con restaurar la competitividad económica en un mundo en el que se están quedando atrás. La Unión Europea necesita la integración del mercado de capitales.

Alexandros Michailidis

LONDRES. A juzgar por su lenguaje fuerte y dramático, el informe extenso de Mario Draghi sobre la competitividad europea estaba claramente destinado a llamar la atención de quienes toman decisiones en la Unión Europea (UE). En lugar de intentar dorar la píldora, advirtió que Europa está quedando cada vez más rezagada respecto de Estados Unidos. No sólo ha desaprovechado, en gran medida, la revolución digital, sino que también está por desaprovechar la revolución de la IA. Ni una sola empresa tecnológica europea puede competir con firmas de la talla de Apple o Microsoft. 

Asimismo, Draghi observa que el crecimiento de la productividad en todo el continente está rezago con respecto al de Estados Unidos, lo que confronta a la Unión Europea con un “desafío existencial”. Si no “cambia radicalmente” su modo de actuar, “habrá perdido su razón de ser”. A pesar de tratarse de una llamada de advertencia, fue bastante ruidosa, como suenan algunas alarmas de relojes si uno ignora su primer aviso gentil.

Las conclusiones de Draghi serán música para los oídos de la banda cada vez más pequeña de defensores del Brexit en el Reino Unido, porque siempre han hablado de la esclerosis europea. Al defender el argumento a favor de retirarse de la UE, decían que el Reino Unido estaba atado a un burro muerto y que tenía que liberarse.

Pero Draghi no es ningún euroescéptico o entusiasta de la subsidiaridad, y la mayoría de sus recomendaciones exigirían “más Europa” en la forma de políticas coordinadas y un enorme impulso de la inversión con fondos públicos a nivel de la UE. Dice que hace falta con urgencia una inversión adicional de 800,000 millones de euros (892,000 millones de dólares) para abordar el problema de la productividad e impulsar la transición hacia una economía verde. Como era previsible, esta propuesta fue recibida con entusiasmo en Roma, con una aceptación cautelosa en París y con alaridos de protesta en Berlín.

Sin embargo, en capítulos específicos que han llamado menos la atención, Draghi también hace referencia a la estructura financiera y regulatoria de la UE. Piensa que Europa es demasiado dependiente del financiamiento bancario y, claramente, tiene razón. Las nuevas empresas de crecimiento (de las que hay muchas menos en Europa que en Estados Unidos) suelen estar financiadas por capitalistas de riesgo estadounidenses, y el 30% de los unicornios europeos (empresas privadas nuevas valuadas en 1,000 millones de dólares o más) han trasladado sus casas matrices del otro lado del Atlántico tan pronto como el mercado reconoció su potencial.

La razón principal para este triste estado de situación es que los mercados de capital europeos siguen estando fragmentados. El plan de forjar una unión de mercados de capital ha avanzado poco desde su lanzamiento en 2015 (a manos de Jonathan Hill, el entonces comisionado del Reino Unido en Bruselas). Parte del problema es político. Los políticos de la UE, especialmente los miembros de signo izquierdista del Parlamento Europeo, siguen siendo escépticos de la securitización (un pilar clave del plan), porque siguen asociando el concepto con la crisis de hipotecas de alto riesgo de Estados Unidos. Como sea, Draghi le da a la iniciativa un nuevo impulso, al reconocer que es la única manera de resolver la excesiva dependencia de las empresas europeas del financiamiento bancario. Pero también ve la ausencia de un regulador de valores poderoso como otra parte importante del problema.

No es una idea nueva. Hace unos 15 años, Jacques de Larosière, que se había desempeñado anteriormente como presidente del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, recomendó una Comisión Europea de Valores y Bolsa en su informe pos-2008 sobre la regulación financiera. La UE, en cambio, creó una casa a medio camino en la forma de la Autoridad Europea de Valores y Mercados (AEVM).

Si bien la AEVM hace un trabajo útil y se ha establecido como una parte clave de la arquitectura financiera de la UE, está lejos de ser una contraparte europea de la SEC de Estados Unidos. Por ejemplo, supervisa directamente a las agencias de calificación de riesgo y a unas pocas entidades paneuropeas más, pero no a las bolsas locales. En consecuencia, las metodologías de recaudación de capital varían de un país al otro, creando una desventaja importante para los empresarios en ciernes y para la mayoría de las empresas.

Si bien la campaña parar crear una agencia más poderosa no es nueva, ha venido cobrando fuerza últimamente. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, ha hecho la misma recomendación, y su inclusión en el informe de Draghi la coloca firmemente en la agenda de la nueva Comisión presidida por Ursula von der Leyen.

Sin embargo, aún con este respaldo poderoso, el éxito no está garantizado. La creación de un organismo plenipotenciario con todos los poderes que se han propuesto exigiría un cambio de tratado, y el Consejo Europeo ha evitado este tipo de medidas desde el Tratado de Lisboa de 2009. Muchos líderes europeos temen que una revisión de los tratados fundacionales de la UE podría abrir interrogantes que preferirían no abordar. Algunos países inevitablemente objetan otorgarle nuevos poderes a una autoridad centralizada, y algunos tendrían que llevar a cabo un referendo para ratificarlo, lo que crearía oportunidades para que surjan fuerzas subversivas similares al Brexit. Por otra parte, la mayoría de los referendos sobre integración europea han fracaso la primera vez.

De todos modos, se podrían hacer grandes avances sin un tratado nuevo o revisado. Una de las recomendaciones clave de Draghi es lograr que la estructura de gobernanza de la AEVM se parezca más a la del BCE. Su consejo está dominado por representantes de reguladores de los estados miembro, mientras que el directorio del BCE incluye a seis personas que deben actuar en el interés europeo, no en el de su propio país.

También es posible incluir a las bolsas europeas y a los sistemas de compensación bajo la supervisión de la AEVM. Pero esta no sería una medida trivial. ¿El gobierno francés permitiría que la Bolsa de París estuviera supervisada por un regulador europeo, aunque este estuviera basado en París? El gobierno alemán es abiertamente hostil a la idea de una fusión transfronteriza de UniCredit y Commerzbank, aunque este último necesite menesterosamente una nueva dirección. ¿Permitiría que la Deutsche Börse sea regulada desde París? Si los miembros del Consejo Europeo realmente aspiran a una unión de mercados de capital, tendrán que dejar de lado las consideraciones nacionales y tragarse su orgullo. Los próximos meses nos mostrarán cuál es su compromiso con el restablecimiento de la competitividad europea en un mundo donde se están quedando cada vez más atrás.

El autor

Howard Davies, exvicegobernador del Banco de Inglaterra, es presidente de NatWest Group.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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