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Opinión

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Aquí odiamos los árboles

Los árboles, en particular bosques y selvas, son imprescindibles para la vida humana: dan oxígeno y absorben el dióxido de carbono producido por los autos y otras fuentes de contaminación en las ciudades. El acceso a áreas verdes forma parte del derecho a la salud y a un medio ambiente sano; el contacto con la naturaleza contribuye a una mejor salud física y mental. Aunque es importante su extensión, la Agencia Ambiental Europea señala que cuentan también su calidad y cercanía y recomienda que la gente pueda ir a alguna zona verde a 300 m de donde vive. Pese a firmar acuerdos para frenar el cambio climático y preservar la calidad del medio ambiente, las autoridades mexicanas parecen odiar los árboles, desprecio o repudio que comparten mineras, empresas y parte de la población.

Una de las pruebas más claras y recientes de la contradictoria postura del gobierno mexicano es la devastación de cenotes y selva por la construcción del mal llamado “Tren Maya”. Si, como declaró la presidenta en Quintana Roo este fin de semana, esta es una “hazaña” sólo posible en México, será una “hazaña” ecocida pues, además de destruir cenotes y poner en riesgo las aguas subterráneas de la península, se talaron hasta 2023 siete millones de árboles según el gobierno federal, diez, según organizaciones ambientalistas. En cuanto los árboles forman parte de un ecosistema en que éstos, plantas y animales son interdependientes, la devastación es brutal.

Este no es, por desgracia, el único ataque contra la naturaleza y el derecho humano a un medio ambiente sano. Entre 2000 y 2012, los gobiernos de la CDMX promovieron la tala de más de 57,000 árboles para dar paso a megaobras que, con excepción del Metrobús y la línea 12 del Metro, favorecieron el uso del automóvil. Como si esto no bastara, en 2020 se destruyó el humedal de Xochimilco y se talaron cientos de árboles para construir un paso a desnivel, bajo el gobierno de Sheinbaum. Esta mala política pública afecta a quienes habitamos la ciudad; en otros estados la situación no es muy distinta.

Las autoridades estatales y federales no son, sin embargo, las únicas depredadoras del medio ambiente. Desde hace décadas se ha denunciado la tala clandestina y criminal en Michoacán, Chihuahua, el Estado de México y la propia CDMX, entre otros. Robar madera es un negocio lucrativo en el que ahora participa el crimen organizado; las mineras, empresas y gobiernos también destruyen bosques. Quienes se oponen a esta depredación, autorizada o no, corren el riesgo de ser perseguidos/as o asesinados/as. México, como sabemos, es uno de los países más peligrosos para defensores/as del medio ambiente. Según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA), en 2023 hubo 123 agresiones contra ambientalistas, de las cuales 20 fueron letales (en 2021 25, en 2022, 24) y hubo 19 desapariciones; 60% se dieron contra personas indígenas.

En la CDMX también hay vecinos que defienden sus árboles, como los de Santa Úrsula Xilitla que denunciaron la amenaza de tala de 400 ejemplares por una constructora o los que salvaron al árbol centenario al que llamaron Max en la colonia del Valle, aquí con menos riesgo a su seguridad. Sin embargo, hay quienes prefieren eliminarlos porque “dan demasiada sombra” o “echan muchas hojas”. Este fue el caso hace unos años de dos árboles frondosos en una calle de Polanco, salvados gracias a la denuncia de otros vecinos. Curiosamente, hace unos días estos mismos ejemplares aparecieron con cintas amarillas y la frase “árbol enfermo”. No está de más preguntarse si en efecto las plagas los amenazan, si podrían ser saneados o deben talarse, o si sólo se trata de un pretexto para eliminarlos. En todo caso, estas determinaciones deberían ser transparentes.

Mientras tanto, múltiples palmas secas nos recuerdan los peligros naturales y sociales que amenazan a los árboles y áreas verdes de nuestra ciudad.

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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