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Opinión

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Las potencias intermedias crearán un mundo multipolar

Aunque es poco probable que potencias medias como India, Indonesia, Brasil, Sudáfrica, Turquía y Nigeria formen un bloque propio, están bien posicionadas para liderar muchas cuestiones apremiantes. Al hacerlo, pueden ofrecer una visión de la economía mundial que no depende del poder y la buena voluntad de Estados Unidos ni de China.

New Multipolar world simpleShutterstock AI Generator

CAMBRIDGE. El ascenso de China ha puesto en entredicho la hegemonía indiscutida de Estados Unidos sobre la economía mundial, una posición que ha disfrutado este país desde el colapso de la Unión Soviética. Mientras algunas élites de seguridad nacional estadounidenses buscan que Estados Unidos mantenga su primacía, otras parecen resignadas a un mundo cada vez más bipolar. Sin embargo, un resultado más probable es un mundo multipolar en el que las potencias intermedias ejerzan una considerable fuerza compensatoria, impidiendo así que Estados Unidos y China impongan sus intereses a los demás. 

Entre las potencias intermedias se encuentran India, Indonesia, Brasil, Sudáfrica, Turquía y Nigeria, todas grandes economías que tienen una presencia significativa en la economía mundial o en sus regiones. No son ni mucho menos ricas –de hecho, representan una parte importante de la población más pobre del mundo–, pero también tienen clases medias numerosas y orientadas al consumo y considerables capacidades tecnológicas. El PIB combinado (en términos ajustados al poder adquisitivo) de los seis países mencionados anteriormente ya supera al de Estados Unidos y se proyecta que crezca un 50% para 2029.

Por lo general, estos países tienen políticas exteriores distintivas que rechazan un alineamiento claro con Estados Unidos o China. Contrariamente a lo que muchos en Estados Unidos creen, las potencias medias no tienen una gran afinidad con China, ni quieren acercarse a ella a expensas de su relación con Estados Unidos. De hecho, en la medida en que se han visto empujadas a acercarse a China, es debido a la política estadounidense. El uso de su poder comercial y financiero como arma por parte de Estados Unidos las ha impulsado a cubrir sus apuestas.

Los líderes de las potencias medias no quieren un mundo en el que se vean obligados a tomar partido. “Nos negamos a ser un peón en una nueva guerra fría”, dice el expresidente indonesio Joko Widodo. En cambio, quieren construir relaciones comerciales y de inversión que sean multidimensionales, seleccionando de un menú de opciones que no esté artificialmente restringido por ninguna rivalidad entre grandes potencias. Muchos creen, junto con Rana Foroohar del Financial Times, que “Estados Unidos no es un ancla para la estabilidad, sino más bien un riesgo contra el que hay que protegerse”.

En un momento en que las economías avanzadas se centran cada vez más en sí mismas, las potencias intermedias se han convertido en los campeones naturales de los bienes públicos globales. Están bien posicionadas para liderar la promoción de acciones en materia de cambio climático, salud pública y problemas de deuda. Un buen ejemplo es la iniciativa de Brasil para que se aplique un impuesto global a la riqueza de los multimillonarios durante su Presidencia del G20. La propuesta que se está considerando recaudaría cientos de miles de millones de dólares y podría desempeñar un papel importante para cubrir la brecha de financiación climática para los países de bajos ingresos.

Es poco probable que las potencias intermedias se conviertan en un bloque formidable por sí mismas, principalmente porque sus intereses son demasiado diversos para encajar en una agenda económica o de seguridad común. Incluso cuando se han unido a agrupaciones formales, su impacto colectivo ha sido limitado. Los BRICS (originalmente Brasil, Rusia, India, China y más tarde Sudáfrica) se lanzaron con gran fanfarria en 2009, pero han logrado poco más allá de proporcionar oportunidades fotográficas para sus líderes.

Recientemente, los BRICS se ampliaron para incluir a cuatro países más: Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos, y es posible que se sumen más. Pero es difícil ver cómo un grupo tan heterogéneo de países puede actuar en conjunto de manera consistente. El peor resultado es que la agrupación reforzará incluso los impulsos autocráticos de los propios líderes de los estados miembro elegidos democráticamente.

Una opinión común entre economistas y politólogos es que una economía global sana y estable necesita un hegemón, ya sea Estados Unidos después de 1945 o Gran Bretaña durante el patrón oro. Según la teoría de la “estabilidad hegemónica”, se requiere una potencia superviniente que cargue con los costos de funcionamiento de una economía mundial abierta, como mantener rutas marítimas abiertas o hacer cumplir las reglas comerciales y el libre flujo de finanzas. En consecuencia, la multipolaridad es una receta para el caos y la desintegración económica.

Pero esta es una visión anticuada de cómo funciona el mundo actual. Aunque la combinación específica de apertura y protección variará naturalmente de un país a otro, ningún país tiene interés en dar la espalda a la economía global. Los gobiernos deben sopesar los beneficios del libre comercio frente al apoyo que sus industrias puedan necesitar para desarrollar nuevas capacidades. Cada país es su propio juez en lo que respecta a las condiciones en que participa en la economía mundial.

Sería bueno tener un mundo en el que Estados Unidos, tal vez acompañado por China, realmente suministrara bienes públicos globales, como la financiación en condiciones favorables y el acceso a la tecnología que los países en desarrollo necesitan para la mitigación y adaptación climáticas. Pero ese no es el mundo que tenemos. Estados Unidos y otras economías importantes están lamentablemente mal dispuestos a proporcionar los bienes públicos que la economía mundial realmente necesita, y dado el estado de ánimo que reina en sus capitales en estos días, es poco probable que su disposición mejore en el corto plazo.

Además, como muchas potencias intermedias han aprendido por experiencia, el poder hegemónico puede utilizarse con razones tanto coercitivas como benévolas. Puede emplearse para imponer reglas del juego que no sirven a sus intereses –y que el hegemón viola con facilidad cuando se vuelven incómodas– o para castigar a los países que no se alinean con los objetivos de política exterior del hegemón, como en el caso de la internacionalización de las sanciones estadounidenses contra Irán y Rusia.

Tal vez la contribución más importante que pueden hacer las potencias medias sea demostrar, con su ejemplo, la viabilidad de la multipolaridad y de los diversos caminos de desarrollo en el orden global. Ofrecen una visión de la economía mundial que no depende del poder y la buena voluntad de Estados Unidos o China. Pero si las potencias medias han de ser modelos dignos para los demás, deben convertirse en actores responsables, tanto en sus relaciones con los países más pequeños como en la promoción de una mayor rendición de cuentas política en el país.

El autor

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela Kennedy de Harvard, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).

Copyright: Project Syndicate, 2024 

www.project-syndicate.org

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