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Prometen 50 años de esto
La gran depresión
A finales de los años 90, un alto funcionario federal del sector financiero dijo a inversionistas internacionales que en México estaba garantizada la continuidad del régimen político durante 24 años.
Por supuesto que los opositores se indignaron, en especial las llamadas izquierdas que tenían otros planes para este país.
Sí fueron 24 años de una creciente estabilidad macroeconómica, tras ese parteaguas que marcó el gobierno de Ernesto Zedillo de dejar atrás el esquema de partido único, autoritario, para dar paso, al menos, a una mayor democracia partidista.
Sin embargo, esos cuatro sexenios nunca tuvieron la virtud de saber conectar un plan común de desarrollo, cada gobierno quería poner su sello a lo mismo y perdieron tiempo muy valioso.
Fueron, entonces, 24 años de bajo crecimiento económico, una mala distribución de la riqueza, de un combate mediocre a la pobreza, de una creciente inseguridad pública, de una escasa pericia política para implementar cambios estructurales.
Con todo y los fracasos, hoy queda más que claro que ese era un camino más adecuado pero que requería mayor visión de Estado y más habilidad política y compromiso para su implementación.
Hubo, en ese tiempo, algunos políticos de izquierda que nunca tuvieron realmente su oportunidad. Fueron infectados por rémoras populistas que los engulleron y usaron su caparazón para alcanzar el poder con una supuesta bandera progresista, pero con una verdadera intención autoritaria y conservadora.
Hoy, están borrados aquellos 24 años de continuidad y no queda nada del pensamiento de izquierda que pudo haber aplicado un esquema de socialdemocracia moderna para el desarrollo de México y aprovechar lo mejor de un país con respeto a las libertades y con un enfoque social.
Hoy se aprecia un vulgar arrebato del poder, un grupo de ensoberbecidos arribistas que se montaron en esa aplanadora populista única, y ojalá irrepetible, y que prometen 50 años de esto.
Lo que es real de su prometido camino de medio siglo es que los retrocesos implementados, sobre todo en esa fase en que se hicieron de una forma poco clara de una mayoría calificada, es que meterle mano con ese desaseo a la Constitución sí marca un camino de muy difícil retorno.
Podrían no ser los 50 años que ahora auguran sin que otro partido político logre una mayoría calificada, pero el tiempo que sea, el daño ya está hecho.
No hay en todo el mundo un modelo como el que ahora se aplica en México que pueda presumir algún grado de éxito.
Los regímenes que tienden al totalitarismo acaban aislados y su gente oprimida y empobrecida.
Desde los peores ejemplos latinoamericanos, como Cuba o Venezuela, hasta un modelo híbrido, que podría ser el futuro de México, de Argentina.
Los argentinos lograron salvar su democracia, pero perdieron toda confianza de los inversionistas, desde los locales, los organismos internacionales y por supuesto los capitales internacionales.
Cuando un régimen tiene la capacidad de destruir los cimientos legales de la Constitución para alimentar sus ambiciones grupales, no hay forma de retener algún grado de confianza en ese mercado.
Entonces, tras 24 años de estabilidad macroeconómica y poca pericia política, la promesa es medio siglo de esto.
Lo único claro es que lo hecho hasta hoy va a tener consecuencias económicas que todavía no alcanzamos a dimensionar.