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Recomendaciones del filósofo Leonardo Polo para un país latinoamericano como México
Sólo quisiera mencionar algunas ideas en torno a las nociones de: alternativa y de razón de medio, junto con la de vacío de productividad de Hispanoamérica en contraste con el vacío de sentido del Norte. Claro está que ninguna de aquellas nociones puede tratarse aislada ya que están estrechamente entrelazadas con la estupenda coherencia del pensamiento del autor que nos concierne. Es así como la noción de alternativa, complementaria a la de oportunidad, abre las posibilidades de pensar el cambio social de las sociedades latinoamericanas con una postura distinta a la establecida por las asfixiantes categorías de primer, segundo y tercer mundo, o el esterilizante de desarrollo-subdesarrollo o agobiante de industrializado y su contrario. Ejemplos explícitos —por constituir situaciones objetivadas materialmente— de alternativas encontradas por las personas para enfrentar dificultades son todas las creaciones técnicas y, en particular, desde la revolución industrial. Siempre ha existido la capacidad creativa humana —tal vez sea ésta la esencia de lo humano—, pero pareciese como que en los últimos tres siglos ésta se hubiese exacerbado sólo en creaciones materiales.
La noción de alternativa aplicada a lo social permite afirmar la libertad humana y sus consecuencias sociales: las alternativas verdaderas son las que contribuyen a incrementar la sociabilidad, a mejorar los conectivos sociales -conectivos tales como el intercambio económico, la familia, el poder, la ética-( L. Polo, Quién es el hombre. Un espíritu en el tiempo, Rialp, Madrid, 1991, 83 y ss) y apoyadoras de un Malthus y, más recientemente, las del Club de Roma hayan quedado desmentidas. La demografía económica no ha logrado demostrar aún que exista una correlación entre crecimiento de la población y aumento de la pobreza; la explicación estriba precisamente en la habilidad humana para generar alternativas. No pareciese que igual fuese así en lo que a creaciones sociales se refiere: nuevas instituciones, nuevas modalidades de organización social, de gobierno y hasta de Estado. ¿Es que la división del poder público en tres o cuatro ramas es lo adecuado? ¿Es la democracia representativa lo más eficaz y eficiente para garantizar la convivencia? ¿No bastarían gobiernos locales legítimos coordinados por una federación? Verdaderas alternativas y no simples arreglos, jerarquías auténticas —las que contribuyen a la sociabilidad— y no las falsas —basadas sólo en el «éxito» económico o bélico— y que se nos imponen debido al secuestro moral en que nos mantienen los medios masivos de comunicación y a la falta de imaginación de nuestros dirigentes. ¿Será que sociedades como la nuestra y en particular los grupos «informales» —aquellos cuya relación con las formalidades del Estado son muy tenues— están mostrando nuevos caminos? El mestizaje, por ejemplo, es un camino que venimos trazando desde nuestra historia escrita y nos adecúa mejor para el mundo de complejidad y diferencias que se nos avecina. ¡Qué atrevido e inoportuno de mi parte tan sólo hacer la afirmación en semejante momento de aparente resquebrajamiento institucional de México! “¿Que lo nuestro sea anticipatorio para otras sociedades?". En términos de un estudioso del tema sobre tendencias de indicadores de bienestar material-económico y no-material-social, la evolución de estos es positiva y esperanzada. Lo que ha pasado es que hasta ahora sólo se ha privilegiado la visión comparada entre grupos o contra situaciones ideales futuras, pero poco se ha estudiado la evolución histórica. La explicación desde un punto de vista económico de este hallazgo es la de que el "crecimiento de población y del ingreso conlleva a una escasez y esta, a su vez, genera un esperado aumento de precios. Dicho aumento es visto por empresarios innovadores como medio para generar alternativas que suplan esa escasez. Muchos fracasan en el intento y unos pocos triunfan. El resultado es que, en el tiempo, terminamos mejor que si la escasez nunca se hubiera dado".
Empresarios innovadores no le han faltado a nuestras sociedades: en esta categoría debemos incluir además aquellos que generan la mitad del empleo del país por medio de pequeñas y medianas empresas en el sector informal como también todas aquellas familias que se proveen su infraestructura de vivienda, vías y servicios públicos. No, las restricciones van por otro camino. Durante la última mitad de este siglo se nos ha hecho creer a los países del latinoamericanos que el aumento de población -debido, entre otras razones, a una acelerada y estupenda disminución de la mortalidad infantil- era la fuente de nuestras desgracias. Pero el hecho es que, a pesar de que un número mayor de personas claro que trae consigo un número mayor de problemas, sin embargo trae también consigo los medios posibles para enfrentarlos. El patrimonio mundial en conocimiento viene en aumento, sólo que el acceso a éste se ve obstaculizado debido a reglas económicas restrictivas y valoraciones sociales obsoletas. El más valioso de los recursos puede ser la esperanza y la imaginación de los jóvenes de un país. El cómo encauzarla es lo que está muy en déficit en sociedades como la mexicana. Y no haber logrado aún -por parte de los ostentadores del poder económico y político- coordinar esta energía juvenil como un todo es, tal vez, la mayor prueba de la cortedad de imaginación y de voluntad de dichos poderosos. Nuestro problema no es el de ausencia de gobernabilidad cuanto de gobernantes ingenuos, corruptos, despistados y hasta mediocres, como espero ilustrarlo en lo que sigue.
Entre las restricciones también se encuentra la razón de medio. Esta destaca la ingenuidad de buen número de los gobernantes actuales quienes debido a sus disciplinas de formación: abogados, economistas e ingenieros, por mencionar sólo algunos, quieren imponer su visión instrumental como fin. Por ejemplo, el economista posee el instrumental conceptual que le permite, una vez se le definan los fines procurar asignar, en situación de escasez, los recursos en una forma óptima posible. Pero por su sola disciplina no posee la capacidad de definir los fines de la sociedad -esto sólo lo hace el pueblo en su conjunto en su acción cotidiana o un brillante estadista, los que parecen ser muy escasos actualmente-. De ahí que se tenga en vilo a una sociedad y pendiente sólo de metas económicas -ejemplo: control de la inflación- las que constituyen sólo medios. "El mensaje de la economía es muy sobrio -dice Don Leonado-: no se puede funcionar de cualquier manera, no se puede pretender, tomando en cuenta un elenco de recursos disponibles, el objetivo A, el B, el C. Aunque versa sobre la compatibilidad de alternativas, la economía sólo dice cuál es la mejor manera de asignar recursos partiendo de la existencia de objetivos. Con esto, como es claro, no se resuelve el problema de la consistencia social. El economista, en cuanto tal, no propone objetivos. El que propone objetivos es el ser humano. La economía no es una ciencia de objetivos, sino de prerequisitos."
La realidad entonces en nuestra sociedad es que quienes han ostentado el poder económico y político no han sido capaces de formular un proyecto de futuro que despierte el entusiasmo y encauce las energías de los distintos grupos sociales. Su imaginación no ha dado sino para formular medios. Y, para un buen número de casos, medios que redundan en su propio beneficio antes que en el beneficio público, razón de su mandato económico -porque la empresa privada también tiene una responsabilidad social- y político. Claro que en ocasiones son imaginativos, sus argucias se mueven fluidamente por entre los resquicios de una normatividad que ellos mismos contribuyen a redactar. "Lo legal demarca lo ético" -suelen decir-.
El caso es que las reglas, cuando existen, y que se nos imponen para regular nuestras relaciones económicas son excluyentes. En primer lugar porque no son claras ni públicas. Sabemos que la información, en la economía de mercado constituye un recurso, luego quien tiene un acceso privilegiado a ella aventaja a los demás. La fortaleza o debilidad de una norma la conoce bien, por ejemplo, el que asesoró su redacción, él mismo luego asesorará a quienes deseen caminar por sus fronteras. Otro ejemplo es el de la planificación urbana. Conocer en secreto y anticipadamente por donde van las avenidas futuras permite un acceso privilegiado al mercado de tierras. También son excluyentes aquellas reglas cuando los funcionarios, en toda la jerarquía de las distintas agencias que controlan y regulan, no son ellos mismos requeridos. Pueden obrar a su albedrío. La dilación o premura de lo burocrático nuestro no siempre tiene que ver con un concienzudo cumplimiento de reglas impersonales, como pretendía Weber al acuñar el término. No, tiene que ver precisamente con lo contrario: la personalización o privatización del cargo, facilitado por la corrupción.
Ya que la cita hace alusión a la consistencia social, es importante mencionar que su autor si se refiere al tema y es precisamente la perfectibilidad armónica de las tendencias humanas, por medio de las virtudes sociales -honor, piedad, fraternidad, gratitud, vindicatio, cooperación, etc.- lo que le da consistencia a la sociedad. público pasivo y desinformado. La carrera administrativa ya va eliminando aquella costumbre de cargos públicos que exigen el pago a quien lo ocupa de una cuota mensual -porcentaje de su salario o ingreso- al político que logró su nombramiento. Lo público no es una noción que aún tenga el mismo significado en nuestra cultura que en la anglosajona, por ejemplo. Es más una tierra de nadie o del astuto de turno que un bien de todos. Es el rezago del modelo de economía de hacienda y de plantación. Recordemos que nuestro primer contacto con lo estatal occidental fue con la Encomienda: el aguerrido aventurero vuelto señor de tierras, conciencias y de vidas.
Rezago que se personaliza en el narcotraficante actual que gusta de ostentar su poder con la posesión de grandes extensiones de tierra y avasallar a sus vecinos o a cualquiera con el que se relacione. Rezago que también se personaliza en quienes tienen poder de disposición de recursos en las organizaciones cuando, con espíritu autocrático, determinan el tiempo, el salario y el trabajo de subalternos sin que medie la participación de estos. Mientras que la población común formula cotidianamente alternativas de relaciones económicas y de un uso eficiente de recursos escasos, la mayoría de los grupos dirigentes y privilegiados en la información y el consumo no han sabido leer el lenguaje de los tiempos y mucho menos, coordinar aquellas alternativas.
Y si a esto le agregamos una negativa valoración social del trabajo manual y de los oficios no profesionales en general -herencia aborigen y reforzada por la cultura española- tendremos un cuadro que en alguna medida ilustra obstáculos de acceso al conocimiento. Pero también contribuye a explicar la lentitud en nuestros incrementos en productividad. Hasta hace poco -últimos cuarenta años- en nuestra economía los aumentos de bienes y servicios se lograban por aumento de insumos: extensión de la frontera agrícola, trabajo y capital. La noción de productividad es de reciente uso en nuestra sociedad, uso que ha sido jalonado por la escasez de alguno o varios de los factores de producción. Para entender nuestro vacío en productividad la noción de técnica que nos ofrece Don Leonardo nos allana el camino. Miremos cómo. El hábito manual puede ser diestro y hábil, imaginativo y hasta creativo; pero necesita dirección intelectual si ha de enfrentar nuevas y más complejas situaciones. Lo deseable es que la dirección esté en manos y cabeza de la misma persona. La mano suele conservar y la mente, abrir al futuro gracias a la imaginación.
Pero cuando no y se da, además, la división tradicional entre trabajadores manuales e intelectuales, si el «intelectual» no acepta el consejo o las anotaciones del operario experimentado, ni respeta su trabajo, porque siente que se le resta autoridad y prestigio ya que la sociedad valora en exceso el solo título universitario y no el desempeño posterior, pues la creación técnica se frustra. En el mejor de los casos es sólo imitante y no tiene destino mas allá del que le provee la razón de medio. Para la década en que nos encontramos la «transfomación productiva con equidad» es el nuevo lema para el desarrollo de muchas sociedades latinoamericanas (no la mexicana) -como lo fuera el de «sustitución de importaciones» hace cuatro décadas-. Constituyendo las aperturas regional y económica el medio preferido. Nadie pone en duda los beneficios de una mayor competitividad que contribuya a una mayor eficiencia en el uso de los recursos. El problema es el cómo lograrlas y la magnitud de los obstáculos. Si las aperturas no están acompañadas de una democratización de la información, de los medios de producción y una mejor comprensión de la creación técnica, que redunde en nuevas mentalidades y actitudes profesionales y nuevas valoraciones sociales pues serán imitativas y sin destino, insisto. Serán superficiales. "La técnica no es comprensible bajo la óptica de causa-efecto -afirma Don Leonardo- consiste en la apertura a un futuro en la medida que el pasado se conserva [...] el sentido cristiano de la técnica es que su saber operativo no es imitante, no se inspira en el sentido rítmico del cosmos. Los técnicos paganos son ritualistas, toman como modelo los procesos cósmicos La cultura cristiana es apertura de posibilidades sin modelo cósmico y, por tanto, es más autónoma con respecto al universo [...] tiene además otra nota: posee una intención optimista, no por declarar la cultura infalible, sino porque hace que la técnica sea susceptible de un destino. Este destinar la técnica es libre y hace que se puedan trascender sus posibilidades inmediatas". Esto claramente pasó en México en el modelo neoliberal.
¿Tiene este país este proyecto de nación ilusionante? ¿Se respira optimismo en en el ejemplo de las tecnologías en México? Claramente no, habría que decirle a Polo.
El autor es Máster y Doctor en Derecho de la Competencia, Profesor Investigador de la Facultad de Derecho y socio del área de competencia, derecho penal de la competencia y comercio internacional del despacho Jalife Caballero. Investigador Nacional Nivel I.