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Política

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Ellas hablan: las mujeres son más que sus abortos

El aborto es un procedimiento médico y, como tal, forma parte de la salud pública, que es un derecho humano. Las mujeres que abortan lo hacen en condiciones diversas, en tiempos y lugares distintos, pero comparten una reflexión: sus abortos no las definen, ellas todavía son ellas.

Una de cada tres mujeres en el mundo está abortando, abortará o ya lo hizo alguna vez en su vida. Las mujeres que han abortado enfrentan contextos sociales, económicos y políticos diversos, pero tienen algo en común: conservan su identidad.

Fernanda, Renata, Mireya, Melany y Daniela tienen nombre, son hijas, hermanas, amigas, madres y colegas. Tienen trayectorias escolares, empleos, metas y sueños. Ellas no se olvidan de que interrumpieron un embarazo, pero desean que no se les recuerde por eso. Y tienen una voz poderosa, una voz que no deja de escucharse a lo largo de este reportaje.

Los derechos están para ejercerlos

Fernanda N: “Cuando yo era más chica siempre decía que eso nunca me iba a pasar a mí. Tantos métodos, tanta información, un embarazo no deseado es de tontas, ¿no? Pero sí me pasó. Fue en noviembre del 2021, en una relación tóxica con una persona de 36 años mientras yo tenía 26 recién cumplidos. Yo sabía que quería abortar y lo hice”. 

Cuando Fernanda interrumpió su embarazo, el producto medía alrededor de 2 centímetros. Antes de confirmar que estaba embarazada se sentía enferma constantemente, se mareaba, se desmayaba, no sentía ganas de nada. “No podía creer que algo tan pequeño fuera capaz de hacerle tantas cosas a mi cuerpo”.

Fernanda estudió una carrera universitaria. Creció en la Ciudad de México, sin lujos, pero cómoda. Incrédula de que en esas condiciones hubiera mujeres que quedaran embarazadas sin desearlo, hasta que le pasó. Sin apoyo de su pareja —ni económico ni emocional—, abortó con cuatro píldoras de Misoprostol. Ella misma las pagó. Su mamá y su hermana fueron las únicas que estuvieron con ella.

Los sangrados fueron extremos, pero tenía que seguir trabajando. Manchaba de sangre su ropa, lloraba, le dolía, se frustraba. Siempre supo que abortar era lo que quería. “Y para eso existen los abortos: para acceder a ellos. Por eso cuando escucho la consigna de que el aborto será libre, espero que se cumpla y que todas las mujeres tengan la oportunidad de escoger sobre sus vidas como yo lo hice. Y ojalá que la gente juzgue menos”, dice Fernanda entre lágrimas-

Fernanda abortó en noviembre y a finales de diciembre cobró su aguinaldo: lo usó íntegro para ponerse un DIU, un método anticonceptivo hormonal que causa un desequilibrio. “Empecé a vivir en un cuerpo, más que gordo, hinchado, un cuerpo cansado. Me quedaba dormida en todos lados, engordé muchísimo, no me podía parar, desarrollé resistencia a la insulina. No me arrepiento ni un poco de abortar, incluso recordarlo me hace sentir fuerte, pero incluso con ello, pago el precio de los efectos secundarios para no volver a pasar por un proceso como ese”. 

Fernanda es economista con intereses en el desarrollo y los derechos sociales, servidora pública. Es feminista, astróloga por hobby, viajera, catadora de chai. Fernanda es hermana, hija y amiga.

Abortar siendo madre

Mireya Torres: “Carlitos, mi hijo, tenía un año y pico. Él nació de mi relación anterior. Yo no tenía mucho tiempo con mi pareja actual. Cuando la prueba salió positiva él me dijo que respetaba mi decisión, pero que no quería ser papá. Yo no estaba trabajando, él estaba como chofer en Uber y se hacía cargo de nuestros gastos y los de mi hijo. De algún modo yo también sabía que interrumpir el embarazo era lo mejor”.

Carlitos, el primer hijo de Mireya, tiene una condición dermatológica y, como ella no tenía trabajo en ese momento, tampoco tenía seguridad social (IMSS) ni acceso a otra institución de salud pública. No podía afrontar económicamente otro hijo. Abortar siendo ya madre le cambió la perspectiva, porque tenía muy claro todo lo que implica tener un hijo.

Abortó en una clínica privada del sur de la Ciudad de México. Por el periodo de gestación, tuvo que ser a través de un legrado que costó cerca de 10,000 pesos. Pasó varios días sin salir de casa por los sangrados abundantes y los cólicos.

Ahora Mireya tiene dos hijos: Carlitos y Katya, de 6 y 1 años respectivamente. “Yo amo a mis hijos, no los cambiaría por nada, que estén en este mundo es la mejor decisión que he tomado. Pero justamente por eso, sé todo lo que se requiere emocionalmente, económicamente y en cuestión de tiempo para ser madre. Estoy convencida de que quien no está lista o no quiere, está en todo su derecho de decidir interrumpir su embarazo, porque, aun deseándolo, ser madre a veces no te deja respirar”.

Mireya cree que, a veces, falta sensibilidad. Se pregunta: ¿Si hemos avanzado tanto en derechos reproductivos y si somos tantas las que nos pronunciamos a favor de ellos, por qué cuesta tanto animarse a contarlo?

Mireya es ama de casa y maestra de educación preescolar, por el momento no ejerce. Le gusta salir a bailar, cantar, hacer ejercicio, hacer manualidades, maquillar. A Mireya, su esposo y sus hijos les encanta salir de viaje, conocer otras culturas, otras personas y otras realidades. Mireya es hermana, hija y madre.

El dolor de la clandestinidad

Melany Spadaro: “Lo que yo viví en 2001 con mi prima me cambió la vida. Aborté con mi prima. Lo digo así porque así lo siento. Ella fue la que interrumpió un embarazo, yo no, pero la angustia, el miedo y el dolor se sentían como propios. Abortar en clandestinidad es otra historia”. 

Melany acompañó el aborto de Daniela, su prima hermana, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, cuando el aborto en ese país era ilegal todavía. Sin certezas del personal de salud, sin certezas de los instrumentos médicos, sin certezas incluso de que el embarazo estuviera realmente terminado. Eso era lo que había. Lo hicieron juntas.

“Mi prima estaba de novia con un chico muy tóxico, quedó embarazada cuando tenía 20 años, no trabajaba y estudiaba en la universidad pública. Tuvimos que ir con un médico clandestino para que le hicieran un raspaje. Tuvo que pagar mucho dinero, en ese momento una fortuna. ¿Lo peor? Sin duda haberlo vivido en la oscuridad, cuando no se hablaba de eso. Los pañuelos verdes no existían ni siquiera para apoyarse o encontrar consuelo en algo”. Los pañuelos verdes son el símbolo de la lucha feminista por el aborto legal, que las mujeres llevan consigo para demostrar su compromiso.

Melany tiene fresco el dolor de la clandestinidad, el rojo de la sangre, la angustia de no saber si el raspaje había funcionado y el miedo de que las autoridades pudieran abrir un procedimiento judicial contra su prima, que tuviera secuelas en su salud reproductiva, que perdiera la vida.

El raspaje, lo que clínicamente se llama legrado, no es recomendado para la interrupción del embarazo por la Organización Mundial de la Salud (OMS) salvo en casos donde la aspiración manual no sea factible.

“Verlo es más fuerte que oírlo: una sala fría, paredes grises. Daniela acostada con las piernas abiertas y un médico del que poco se sabe, pero, de algún modo, se le agradece que arriesgue su profesión y su libertad civil para ayudarte. Ojalá que algún día el aborto deje de ser tabú, que la gente deje de mirar lo que el otro hace, tiene, diga o piense”.

Melany se fue de Argentina por la crisis. Vive en Barcelona. Le gusta patinar, tomar birra (cerveza) y ver jugar a Boca. Lo que vivió con Daniela la cambió para siempre, pero está tranquila de saber que cada vez menos mujeres tienen que vivirlo. Melany y Daniela son hijas, primas, hermanas y amigas.

El 30 de diciembre del 2020, en medio de una crisis sanitaria por la pandemia, las mujeres y personas con capacidad gestante llenaron las calles de Buenos Aires, Argentina de pañuelos verdes. Entre lágrimas y risas celebraron que su país se convirtió en el quinto país que legalizó la interrupción voluntaria del embarazo a nivel federal.

Vomitar emociones

Renata L: “Fue un miércoles. Fue por método quirúrgico; entre el ultrasonido, la anestesia, el procedimiento y la supervisión pasé como seis horas en la clínica. Me acuerdo perfecto de todo, el producto medía 1.3 centímetros, me sedaron. Recuerdo vagamente haber firmado algo —después descubrí que era el consentimiento para el DIU—. Cuando desperté recuerdo sentirme perdida, con náuseas y dolor”.

La pareja de Renata la acompañó y apoyó emocional y económicamente para realizar el aborto. No fue negligencia ni descuido. Renata padece epilepsia y su neurólogo no recomienda el uso de anticonceptivos hormonales o de barrera porque, en su caso, pueden aumentar el riesgo de ataques. Esa vez, el método de calendario falló.

“Recuerdo los días posteriores al aborto, tenía que tirarme al suelo y hacerme bolita. A escondidas, claro, porque mi familia no lo sabía. El dolor no paraba y la sangre tampoco. Tenía que cambiarme las toallas nocturnas de flujo intenso cada cinco minutos: no estoy exagerando. Llamaba a la clínica y me decían que era normal. Así varias llamadas, hasta que me dieron una cita para revisión y se dieron cuenta de que el DIU que me habían colocado estaba encarnado y les pedí que no me lo volvieran a poner. Fueron días realmente malos”.

La decisión de interrumpir el embarazo fue de ella. Lo hizo en Marie Stops en tiempos de pandemia. Terminó con su pareja poco después y desde entonces siente una carga. No se arrepiente, pero no lo supera. No sabe si es culpa o nostalgia. No se siente tranquila.

Renata es mercadóloga y fotógrafa. Le gusta recorrer las calles y capturar momentos, pero no le pagan por eso. Siempre ha trabajado en agencias de investigación de mercados. Le gustan mucho las flores, así que los fines de semana puedes encontrarla en una florería, y si no, en algún restaurante. Es la segunda de tres hijos y la única mujer. Es hija, hermana y amiga. 

El aborto es un derecho humano reconocido por los organismos internacionales de derechos humanos y las autoridades máximas en materia sanitaria. Y, aunque en gran parte del mundo Occidental ya se ha librado esta batalla, la lucha sigue en la mayoría de los países latinoamericanos, y de hecho, se han dado pasos hacia atrás en algunos países como Polonia y Estados Unidos.

En México 12 entidades han despenalizado el aborto en sus legislaciones: la Ciudad de México, Oaxaca, Baja California, Coahuila, Veracruz, Colima, Hidalgo, Guerrero, Baja California Sur, Sinaloa, Quintana Roo y Aguascalientes.

Por resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el máximo tribunal constitucional del país, ninguna mujer o persona gestante podrá ser castigada jurídicamente por interrumpir voluntariamente su embarazo.

Y, aunque despenalizar el aborto en las leyes implica avances sustanciales, todavía queda la lucha por erradicar la criminalización social. Por eso seguimos aquí, por poder ejercer nuestros derechos reproductivos —que son humanos— sin sentir vergüenza.

El Economista ocultó los apellidos de algunas de las entrevistadas para proteger sus identidades.

Economista por la Universidad Nacional Autónoma de México. Periodista especializada en género, derechos humanos, justicia social y desarrollo económico.

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