Lectura 6:00 min
Sequías e inundaciones: con el agua al cuello
Las inundaciones y las sequías son responsables de las mayores pérdidas causadas por los desastres naturales durante los últimos 50 años. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las catástrofes relacionadas con el agua representan el 50 % del total y han causado 1,3 millones de muertes entre 1970 y 2019.
Durante los últimos años, la frecuencia e intensidad de estos fenómenos está siendo especialmente alta debido al cambio climático. El ciclo del agua ya no es el que nos enseñaron en el colegio: ¿qué zonas se ven más afectadas? y ¿cómo influyen estos desastres en el acceso al agua, el hambre y la salud?
Nos afecta a todos, pero no por igual
Las sequías e inundaciones están creciendo en todo el mundo, pero sus consecuencias son muy distintas según dónde ocurran. Un artículo publicado recientemente en Nature muestra que más de la mitad de la población de Países Bajos y Bangladesh está en riesgo por inundaciones.
Al cerrar el foco, se observa que más del 80 % de la población en zonas de República del Congo, Vietnam y Tailandia vive expuesta a inundaciones. Si estos datos se cruzan con los relativos a pobreza, los países más afectados son inequívocamente africanos. En Sudán del Sur, hasta un 28 % de la población expuesta a inundaciones vive en condiciones de pobreza extrema.
La falta de recursos de los países menos desarrollados multiplica la fatalidad de las inundaciones. Un informe de la ONG CARE revela que hasta 1,5 millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares a causa de las inundaciones en África Oriental. En general, el número de personas afectadas en esta región se ha cuadruplicado entre 2016 y 2019.
Las regiones más secas del mundo
La tendencia en el caso de las sequías es similar. Según las Naciones Unidas, hasta 700 millones de personas están en peligro de verse desplazadas debido a las sequías de aquí a 2030. Esta situación se agrava por el calentamiento global, que provoca que las regiones de por sí secas se vuelvan aún más secas. De nuevo, África es el continente más damnificado en este sentido, con un incremento de temperatura superior a la media global.
Las sequías agudizan el estrés hídrico de los países menos desarrollados, donde la demanda de agua es mayor que su disponibilidad.
El estudio Progress on the level of water stress, publicado en 2021 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), muestra grandes desigualdades en estos términos. Se observó que varios países de Asia y África retiraban el 100 % de sus recursos hídricos renovables cada año.
También hay que considerar que existe cierta retroalimentación entre sequías e inundaciones. Aunque es una relación que depende de varios factores (tipo de roca subyacente, clima, gestión territorial, etc.), las sequías pueden hacer que la lluvia se absorba mucho más despacio por la desecación del suelo. En última instancia, esta situación puede favorecer la aparición de inundaciones repentinas.
A pesar de que existe cierto recorrido en la predicción de las inundaciones, no hay tanto en lo referente a las sequías. Disponer de sistemas de alerta temprana es esencial para hacer frente a ambas amenazas. De lo contrario, la interacción de estos fenómenos naturales con la sociedad se eleva a nivel de desastre ocasionando fuertes impactos.
Agua, hambre y salud
De acuerdo con las Naciones Unidas, entre 720 y 811 millones de personas padecieron hambre en el mundo en 2020. Un año en el que más del 30 % de la población mundial no tenía acceso regular a comida segura. Estas cifras tienden a concentrarse en países vulnerables a cambios climáticos relacionados con el agua, sobre todo si dependen mucho de la agricultura.
Según datos de la FAO, más de un 34 % de las pérdidas de cultivos en los países menos desarrollados son atribuibles a las sequías. Dichas pérdidas se valoran en 37 000 millones de dólares. Las inundaciones son el segundo desastre más grave para el sector. En este caso, el impacto económico se estima en 21 000 millones de dólares entre 2008 y 2018.
La inundación de los cultivos implica menor disponibilidad de luz, agotamiento del oxígeno y alteraciones químicas en el suelo. Todo esto disminuye la cantidad y calidad de las cosechas. Una baja productividad conlleva una escasez de productos y una subida de su precio, lo que favorece la malnutrición. Además, hay que sumar los daños materiales de infraestructuras y viviendas, que obstaculizan el acceso a agua potable.
Pero no queda ahí la cosa. Inundaciones como las que asolaron Pakistán, Nigeria y Chad en 2022 anegaron letrinas, alcantarillas y lugares de defecación al aire libre. Los lodos contaminados resultantes terminaron en los suministros de agua potable, causando brotes de enfermedades que afectaron sobremanera a las comunidades más marginales.
Efectos de las sequías en el suelo y los ríos
Los impactos de las sequías no van a la zaga. En primer lugar, reducen el contenido de agua de los suelos, lo que ralentiza el crecimiento de las raíces, retrasa la maduración y, en última instancia, limita la productividad de los cultivos. A este hecho se une la aparición de plagas y enfermedades en los cultivos, potenciadas por las condiciones que acompañan a las sequías.
La falta de lluvia y la mayor evaporación también afectan a las reservas de agua superficial y subterránea, limitando el acceso a fuentes primarias de agua. El caudal reducido de ríos y arroyos puede causar un aumento de su contaminación por el estancamiento del agua. Esto va en contra de la necesidad de disponer de agua segura para limpieza y saneamiento (personal o alimenticio) y así poder prevenir enfermedades.
Todo lo expuesto está muy presente en los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2, 6 y 13, que versan sobre el hambre, el agua y el clima. La sostenibilidad futura en estos ámbitos pasa, entre otras cosas, por contar con sistemas de alerta multiamenaza para mejorar la preparación ante sequías e inundaciones. El reto adicional es llevar a cabo esta tarea en condiciones de escasez de datos, que es la situación de los países más afectados por estas fatalidades.
Daniel Jato Espino, Investigador Sénior / Profesor en Ingeniería y Gestión Ambiental, Universidad Internacional de Valencia y Itzayana González-Ávila, Researcher in Water Resources and Environmental Sanitation, Universidade Federal do Rio Grande do Sul
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.