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Apasionados de veras
El deporte nacional es uno y sólo uno: el futbol en México es un romance difícil de descifrar, pero las imágenes lo muestran.
Afrontémoslo: los mexicanos no somos grandes deportistas. No es casualidad que seamos un país de gorditos y que nuestras primarias tengan apenas un par de horas de educación física obligatoria. Sudar, lo que se dice sudar, lo dejamos para cuando vamos en el Metro y dejamos la huella olorosa de nuestra presencia.
Atletas no somos. Pero lo que sí somos: aficionados de gran pasión. Nos gusta ver desde el malecón a aquel valiente de entre nosotros que se atrevió a lanzarse al mar. Si son dos, echamos porras. Si son tres, alguien arma la quiniela y organiza un torneo de natación que se anuncia en la miscelánea donde se venden los trajes de baño y otros implementos de nado, cervezas, jabón y estampitas religiosas.
Rompo aquí la metáfora acuática porque todos sabemos que nuestro verdadero deporte nacional es uno y sólo uno. No hace falta que lo diga. Nada de charros con gallardetes o floreando reatas (sin albur). Todos sabemos que nuestra pasión tricolor yace bajo tres palos y es resguardada por un héroe que solía llevar cachucha y hoy lleva una poderosa mata de chinos.
El futbol y México es un romance difícil de descifrar. Decía Jung, el psicoanalista, que amamos lo que no somos. Nosotros no somos atléticos ni físicamente impresionantes, ergo nos encanta el deporte más competido del mundo. Nos gusta, por ende, sufrir. Pero ya explicó Nick Hornby en su extraordinaria Fever Pitch que el que no sufre en el estadio es villamelón. Y se puede ser aficionado de un día, pero villamelón jamás. Cambiar camisetas menos, que eso es traicionar al niño que fuimos. El balón nos devuelve a la infancia y estas fotos del Archivo Casasola nos regresan no sólo a la infancia propia, sino, maravilla, a la infancia de este país.
