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Arte e Ideas

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Arriba y sostenido por sí mismo

Joaquín de la Cantolla y Rico fue el primer mexicano en lograr construir un aparato que se remontara por los aires en 1863.

El cielo mejor que el piso. Un par de alas en vez de las dos piernas, altura que no baje y elevarse para mirar todo desde arriba. Una locura, querer volar, pero también una aspiración tan antigua como el mundo.

De tanto mirar cometas y papalotes, de imaginar máquinas enormes que pudieran levantarse en el aire, de haber tenido noticia de que en los jardines de Versalles el rey Luis XVI y María Antonieta se habían divertido mirando el ascenso de un globo de tela activado con humo en su interior, los mexicanos también quisimos volar y fabricar nuestros propios aparatos. Y más pronto que tarde nos dimos a la tarea.

Si quisiéramos trazar la historia de la aviación en México comenzaría en el siglo XVIII, en la entonces Nueva España, cuando José María Alfaro hizo en 1784 los primeros experimentos para hacer volar un objeto más pesado que el aire. Se trataba de un globo aerostático de cubierta impermeable, inflado con aire caliente que logró elevarse provocando embeleso nunca antes experimentado. Aquel fue solamente el principio. Un año después, Antonio María Fernández repitió la experiencia y así el cielo mexicano comenzó a llenarse de objetos voladores: en ocasión de un aniversario del inicio de la Independencia, en 1825, en San Miguel Allende, Guanajuato, se elevó un impresionante aparato impulsado por aire caliente y durante lo que restaba del siglo XIX hubo otras ascensiones, una de las más notables la que realizara en 1898 la señorita ?Flora Conde, la primera mujer mexicana en participar en tan magníficas experiencias.

Sin embrago, y sin duda el más célebre aeronauta e inventor mexicano fue Joaquín de la Cantolla y Rico, cuyo apellido da nombre a los más famosos globos de la historia nacional.

Nacido el 25 de junio del año de 1829, Joaquín de la Cantolla, tras cursar los estudios básicos, ingresó en el Colegio Militar en el Castillo de ?Chapultepec. Participó en la defensa del castillo durante la invasión americana y dicen que no llegó a graduarse, por estar pintarrajeando máquinas y globos voladores. Y que la culpa de su retiro del Colegio Militar fue un accidente con pólvora en el que perdió un ojo. Pero el destino, cruel como se pone a veces, lo llevó a conseguir un empleo en Telégrafos Nacionales.

Delgaducho telegrafista de incipiente calvicie como fue descrito en artículos de prensa posteriores a sus grandes hazañas, Joaquín de la Cantolla, ?de familia muy buena y mejores intenciones, resultaría ser el primer mexicano, no en volar, sino en construir el globo que se sostendría por sí mismo y ascendería por los cielos de la capital. Dicen, por supuesto, que además de un admirador de Julio Verne, ?don Joaquín había aprendido de los errores y aciertos de todos los que se habían presentado en nuestro Valle del Anáhuac con el mismo propósito. Uno de ellos, un tal Benito Acosta que con sombrero en mano, había hecho una colecta pública y hasta hipotecado la casa de sus tías para acometer el vuelo. No le alcanzó el dinero. Otro, que a lo mejor por su fama y nacionalidad fue más impresionante y tuvo un éxito rotundo fue el francés llamado Ernest Petén, quien había llegado a la Ciudad de México en 1854, portando bajo el brazo un rollo de planos de un artefacto para volar, que pomposamente llamó locomotora aerostática y había resultado un fraude. Se dice que el gobierno de la ciudad de México le había prestado el patio de la Escuela de Minas de la calle de Tacuba para construir su aparato y que se habían gastado dos meses y 4,500 pies cúbicos de hidrógeno. Que se había anunciado con bombo y platillo que por fin un extraordinario aparato que volaba y se movía iba a ser contemplado por todos. Que los boletos estaban disponibles y que era un honor que el señor Petén se presentara en nuestro suelo después de haber encantado a ciudades como París y Londres. Dicen que se vendieron muchos boletos y al final, la supuesta locomotora nunca se había separado del suelo. (Pero el estafador no se dio por vencido. Después de su primer fracaso arregló todo para el otro. Volvió a vender boletos, anunció que volaría sobre Reforma y cautivó a otro puñado de incautos). La máquina no voló, el francés fue perseguido y De la Cantolla se quedó con las ganas de contemplar un vuelo.

Tres años habrían de pasar para que al fin los capitalinos vieran el anhelado espectáculo de un globo ascendiendo por las nubes. Era 1857 cuando Mr. Samuel Wilson llegó desde el vecino país del norte con un aerostato doblado como carpa de circo. Garantizó que era el más grande de todo el continente y que en él había logrado la increíble travesía de Nueva York a San Francisco, ida y vuelta. Impresionados muchos, no faltaron los que hipnotizados le ofrecieron su apoyo. Hasta contaron las malas lenguas que el mismo presidente Ignacio Comonfort ?en persona le había entregado a ?Wilson algo de efectivo. Pero con ese apoyo o no, la verdad fue que el norteamericano cumplió su palabra al lograr cinco ascensos en cinco días. Y fue muy lucidor que en la cuarta ocasión lo hiciera acompañado de una muchacha que, de tan preciosa, nada más de volver a poner un pie en la tierra fue elegida Señorita América.

Cantolla y Rico, de perseverante voluntad, no tenía mucho dinero, pero era rico en amistades. Todos ellos conocían su sueño y de su propio bolsillo lograron que en 1863 Cantolla alcanzara la meta. Cuando llegó el día, vestido de charro, compareció ante su flamante globo aerostático montado a caballo. Descendió del corcel de un ágil brinco, trepó a la canastilla y, maravillosamente, como si de magia se tratara, se elevó ligero por los aires.

A partir de entonces, hizo del volar su vida, viajando por su cuenta hasta 1909. Tuvo tres globos todos suyos: el Moctezuma I y el Moctezuma II, que no fueron muy grandes, pero también tuvo un tercero llamado Vulcano, ?enorme y señorial, como lo atestigua la fotografía que le tomaron con medio Zócalo lleno de curiosos cuando cumplió su pretensión de ascender hasta la mitad de Catedral. Muy querido por el pueblo y siempre con invitación para dar realce con sus globos a toda celebración y festejo importante fue, incluso, inspiración de una melodía cuya letra decía:

Don Joaquín de la Cantolla, ?aeronauta singular

el domingo va a subir en su ?globo original

Nunca pierde don Joaquín la ocasión que se presenta

Y las veces que ha ascendido son muchas más de noventa

Tanto sube y baja al traste ?dará con él

Y el día menos pensado con alas va a amanecer

Es el aire su elemento

allí come, fuma y ronca.

Y México no ha visto otro que se le iguale a Cantolla.

Hoy que ya no vivimos en aquellos tiempos de ánimo tan ligero, los globos de este tipo parecen una simpática imaginería que no es tan alta como la tecnología, las velocidades supersónicas, los viajes que de tan virtuales, nos llevan a donde sea. Pero seguramente hoy todavía, mirar la ciudad desde arriba, en tranquilo y silencioso vaivén, en una máquina que parece sostenerse y elevarse por sí misma es mejor que cualquier sueño. De los que no existen desde los tiempos de Cantolla. Y usted ¿ya se dio una vuelta por Chapultepec volando en globo?

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