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Arte e Ideas

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Artista español construirá un “calmécac” contemporáneo

El escultor Juan Garaizabal, que  va por el mundo evocando arquitecturas perdidas, elogia a la cultura mexica como una de las que poseen más riqueza simbólica junto a la persa y la egipcia. Realizará su primera instalación pública en México

Foto: Especial

Foto: Especial

En un manifiesto de 2007, el escultor Juan Garaizabal (Madrid, 1971) que también es artista urbano o conceptual o performer, inició con un epígrafe del libro “Cuando las catedrales eran blancas”, de Le Corbusier:

“Hay pasados vivos y pasados muertos. Algunos pasados son los instigadores más vivos del presente y los mejores trampolines hacia el futuro”.

Acto seguido, Garaizabal, sentenció: “El tiempo no existe. La única realidad son los acontecimientos extraordinarios que han ocurrido u ocurrirán en un lugar”.

El artista ha recorrido el mundo ocupando el espacio público de países como España, Rumania, Estados Unidos, Alemania o Italia, pero no cualquier espacio público sino que ha buscado, en la medida de lo accesible, restituir arquitecturas perdidas por las calamidades: la guerra, los desastres varios, la degradación por olvido o negligencia. Pero esa restitución no es de una arquitectura sólida o imperecedera, sino que recupera, generalmente en la misma escala, el esqueleto, el espectro, las líneas que definieron el portento de un edificio, monumento o escultura que una vez vivió en ese mismo lugar.

En 2012, por ejemplo, en la Bethlehemkirchplatz –que en español sería Plaza de la Iglesia de Belén–, en Berlín, Alemania, Garaizabal levantó una estructura de acero y luces LED como si se tratara del esqueleto con las dimensiones originales de la Iglesia Bohemia de Belén, erigida en aquel sitio en los años 30 del siglo XVIII pero destruida durante un bombardeo en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial.

El templo se erigió en su momento para representar el asilo que el Imperio de Prusia dio a miles de ciudadanos bohemios que fueron perseguidos por su fe protestante en un territorio dominado por los Habsburgo, entonces conocidos allegados de las cúpulas católicas.

Además de rescatar un memorial para aquel monumento de fraternidad, con ese proyecto artístico Garaizabal agradeció a Berlín por ser él también un inmigrante que halló en aquella, una de las ciudades más convulsas del mundo, el sitio perfecto para desarrollarse.

Un calmécac contemporáneo

Recientemente Juan Garaizabal viajó a la Ciudad de México, un sitio del que no es para nada ajeno. Suele hacerlo con frecuencia puesto que aquí le representa la Galería Proyecto H, ubicada en la Roma. Pero este viaje en especial lo hizo para emprender el que será su primer proyecto de intervención artística de espacio público en México. Aunque es celoso sobre los detalles, confía algunos adelantos.

“Ahora mismo estoy trabajando un proyecto que me tomará algo así como un año y medio y planeo comenzar en septiembre próximo. Es una obra pública de recuperación de la memoria de Tenochtitlan. Planeamos construir un calmécac con metal y cristal”, comparte brevemente. “Lo instalaremos en un espacio público en los linderos de lo que fue Tenochtitlan, en algún sitio entre el centro y la Roma”, dice y agrega:

“Es evidente que por más investigación que yo haga, no me convertiré en un experto del vasto universo mexica, pero sí me estoy rodeando de verdaderos expertos de los que he de aprender. La documentación nos está dando muchas ideas sobre el tesoro arquitectónico que había aquí. No hay una sola visita que haga al país sin que vaya al Museo Nacional de Antropología o al Templo Mayor. Para mí, lo que mejor define al pasado de esta nación es la elegancia. La cultura mexica está tan llena de símbolos como lo están la persa o la egipcia, y todas ellas tienen en común la búsqueda de la elegancia y la distinción más allá de la comodidad. Y esa elegancia me mata. Conecto absolutamente con eso. Todos los vestigios que me encuentro en los museos o incrustados en las calles me permiten conocer un mundo del que hay mucho que aprender, donde el confort no estaba en la punta de la pirámide”, señala.

Dolor de ausencia

El artista coincide en que las ciudades vapuleadas principalmente por la guerra o los prolongados procesos coloniales sufren sus amputaciones, sobre todo en aquellos edificios y esculturas de liturgia y encuentro público, porque son símbolos arrancados del corazón latiente de una civilización.

“Mi trabajo precisamente consiste en detectar sobre cuáles de esos vacíos realmente merece la pena trabajar porque sus despojos ocuparon un papel fundamental. Hay que trabajarlos, más que como una revancha o como la reversión del horror, que sí lo es, como un regalo, como un manifiesto para indicar que aquella arquitectura no se ve pero su halo histórico siempre ha estado y continúa ahí”.

Por último, se da tiempo de elogiar al país: “en México las cosas brotan donde menos te lo esperas y se yuxtaponen. Eso permite una manera de crear mucho más revolucionaria. Aquí todo el mundo posee un sentido poético de la realidad, pero eso no quiere decir que México sea cursi, porque la fuerza que lo impulsa es más bien bestial”.

 

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