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Arte e Ideas

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Cruzar el puente

Cincuenta años después, el espíritu de Martin Luther King está dolorosamente presente.

Selma, de Ava DuVernay, es la película que el Óscar decidió ignorar. Cierto que tiene varias nominaciones, entre ellas la de mejor película, pero recibió el desdén de la Academia en las dos categorías en las que tiene mayor merecimiento: mejor dirección, para DuVernay, y mejor actor protagónico, para David Oyelowo.

No todo es el Óscar, definitivamente. La actuación de Oyelowo como Martin Luther King es un prodigio. Y la historia que cuenta la cinta sigue siendo dolorosamente vigente, en un mundo en el que el racismo es moneda corriente en casi todo el mundo.

¿De qué trata Selma? De un momento crucial en la carrera del reverendo King. En Alabama, uno de los estados más racistas de Estados Unidos (lo sigue siendo hoy) hay la oportunidad de organizar una gran manifestación a favor del registro electoral de votantes negros.

La manifestación, totalmente pacífica, se planea como una caminata de 80 kilómetros desde la ciudad de Selma a la de Montgomery. Para ello hay que cruzar un puente que conecta ambas poblaciones. El puente es una bella metáfora: cruzar el puente es alcanzar la anhelada equidad de derechos, vencer la ignorancia. Cruzar el puente para llegar a un nuevo principio.

Las autoridades de Alabama, empezando por el gobernador George Wallace (Tim Roth, te extrañábamos), están en contra del movimiento de King, y buscan reprimirlo con violencia. Eso, contrario a lo que se podría pensar, funciona a favor de King y su gente.

El primer intento de la marcha fue sofocado a toletazos y bombas de gas. DuVernay tiene talento para las escenas de acción: el espectador se siente en medio de esos golpes, el horror y la confusión de esos momentos es pura realidad.

Gracias a que esa represión fue transmitida en vivo por televisión, todo Estados Unidos se enteró. Y el llamado de King a todos los luchadores de la paz, religiosos y activistas de todas las razas tuvo la resonancia de 1 millón de tambores.

Oyelowo interpreta a un King siempre en tensión, como si supiera que hay una bala con su nombre en el futuro cercano. Es un hombre que vive bajo vigilancia como si se tratara de un criminal. Y no todo es armonía en la vida íntima de King: tiene problemas en casa con su esposa y dentro de su cuartel general hay división. No todos sus seguidores coinciden con sus modos.

El pacifismo de King es más incómodo. La represión contra personas desarmadas genera una simpatía inmediata con las víctimas. Hay algo inclusive más importante que el valor estratégico de la no violencia: tiene un valor moral inclasificable. La espiral de la violencia sólo puede detenerse cuando una de las dos partes decide decir basta.

Lo reitero: lo fascinante de Selma es que no hay una sola palabra ni acción de los personajes que no sea vigente y una verdad como puño hoy, 50 años después. Mientras en Estados Unidos matan a afroamericanos y latinos por tonterías como arrojar piedras o llevar un sudadera con capucha y los asesinos salen libres, el puente seguirá sin ser cruzado. Todavía hay muchos Selma por conquistar.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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