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Arte e Ideas

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Danger AK: hacer rap y hip hop para salvar vidas

A través de la música, el versador ha permeado vidas en tutelares de menores y “barrios bravos” de América Latina.

“Soy un ratón de biblioteca, pero salí de una cloaca / donde el sistema hizo crecer a las ratas / el lado oscuro casi me atrapa (...) / crecí jugando Scrabble de pequeño / pero hasta los trece supe que existía el tablero / el único niño que resolvía crucigramas / ahora los dejo sin palabras si rapeo”. Es el rapero Danger AK en los primeros versos de la canción “Sopa de letras”, que da la bienvenida al disco EP, Moebius, el tercero de su meteórica carrera.

Más que por su nombre en el Registro Civil, Alfredo Martínez Estrada, prefiere que le llamen Danger. Nació en 1986 y creció en la colonia Mariano Matamoros, en la ciudad de Tijuana. Si se busca esa localidad en Internet, el buscador de inmediato muestra publicaciones y videos recientes relacionados con ataques armados, ejecuciones o hallazgos de cuerpos de personas desaparecidas. La infancia de Danger no fue tan distinta de la realidad que ahora vive la comunidad en la que se desarrolló.

“Me enamoré de las letras desde chico. Crecí en un barrio muy peligroso, en el este, de asentamientos paracaidistas. Mis papás no tenían dónde vivir, entonces se fueron ahí, agarraron un terrenito, hicieron un cuarto de madera. Y ahí crecí. Fui un niño muy temeroso, como los niños conscientes de su realidad. Es bonito cuando los niños viven su infancia y no la fragilidad de nuestra realidad. Había mucha violencia. Muchos vecinos que llegaban a esos asentamientos venían huyendo de otras cosas o de otros barrios populares. Ahí se generaron dinámicas que ahora veo repetidas en muchos lugares. Había disparos afuera de mi casa, persecuciones en carros, había gritos. Esto me generó la búsqueda de un refugio y lo encontré en un pequeño librero que tenía mi papá en ese cuartito”, recuerda.

El rapero fue uno de esos niños para los que las letras fueron al mismo tiempo una trinchera, una oportunidad para ampliar los horizontes. Desde pequeño se interesó por los concursos de poesía infantil, los cuales le permitieron viajar en avión a corta edad. Incluso fue segundo lugar nacional de poesía. Creció fascinado con los cuentos de Julio Cortázar, con finales inesperados; de Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.

A partir de los 13 años, tras la separación de sus padres, comenzó la historia de lucha contra el mundo, con las letras como escudo. “Nunca dejé de escribir. Pasé de escribir en el diario personal a las calaveritas de la escuela, a las biografías versadas de personajes mexicanos en la escuela. Pero cuando escuché esto (el rap) fue un golpe directo. Decidí que eso es lo que quería hacer. Fue a los 16 años. Ahí empecé a escribir una canción y ya nunca paré”, comparte.

Tiene bien claras sus influencias. Los mismo habla sobre el puertorriqueño Vico C y su rap storytelling que de René Descartes cuando dice que hay que cuestionarlo todo. En un principio su estilo no encajó con la escena en la que él creció. Decían que su estilo era pretencioso. En su rap decidió recuperar recursos poéticos que quedaron en desuso desde el siglo XVI, como el calambur y el retruécano.

Reivindicar desde el rap

Ese descubrimiento lo empujó a realizar talleres públicos. El primero lo impartió cuando todavía era adolescente, frente a 15 jóvenes en el Parque Morelos, en Tijuana. “Entendí que era más fácil crecer en colectividad. Hicimos un colectivo y cuando lo abrimos a más gente, aprendimos más rápido y avanzamos. Desde ahí tampoco paré de hacer talleres. Ahora tenemos talleres muy exitosos que hacemos en cárceles, casas hogares, barrios peligrosos y que están reforzados por expertos en pedagogía y psicología”, explica.

Esos talleres lo han llevado a otros barrios bravos de América Latina, como en Perú, Panamá, Colombia o el propio Tepito, en la Ciudad de México.

“Descubrimos que el hip hop es un salvavidas en los barrios. A mí y a mis compas nos salvó y ahora estamos repartiendo esos salvavidas por donde podamos. Eso es porque es muy hospitalario. Tú me das un grupo de chicos y en dos horas está rapeando. Tienen la capacidad de expresarse, de decir lo que sienten, lo que quieren y lo que piensan. Las oportunidades de expresión están ahí”, afirma.

Danger ve su arte como un termómetro social al que hay que prestar atención. Asegura que si los jóvenes del barrio hablan de drogas, no es su culpa sino su realidad.

“(Con el rap) le expandes a alguien los horizontes y de repente su mundo no mide el tamaño de su barrio sino que es más grande. El hip hop es capaz de hacer eso con los jóvenes porque lo están escuchando. Somos el puente del lenguaje comunicativo del tú a tú. Llegamos a rincones donde no llega la Secretaría de Educación Pública. Hay que aprovechar esa plataforma para, por lo menos, despertar la curiosidad de los chicos”, invita.

Danger ha impartido talleres en tutelares para menores en Tijuana, en la Ciudad de México y Ciudad Juárez. En ellos, con su arte de por medio, ha enseñado a los jóvenes tanto a hacer rimas como a tener autoconocimiento, criterio propio y a administrar sus relaciones interpersonales o a desarrollar una comunicación asertiva, así como a resignificar los conceptos de su vida diaria.

“Intento darle seguimiento a los chicos que salen de ahí. Los vinculo a estudios de grabación, otros están trabajando ‘por la derecha’, como dicen ellos: trabajando legalmente. Creo que el primer paso es visibilizar los factores de riesgo (...) Mi plan es lograr que el gobierno nos permita multiplicar este proceso en todos los tutelares”, proyecta.

Está convencido de que el poder de difusión más grande del mensaje no son los talleres sino la propia música a través de todas las plataformas de difusión. “Soy uno de los batalleros más reconocidos en México, y batallo sin el insulto fácil, sin la humillación, sino desde la creatividad”.

Su talento, pero también su voluntad, le ha permitido incurrir en terrenos inadvertidos; por ejemplo, ahora colabora con editorial Santillana para la presentación de libros con la ayuda del rap.

Por último, insta a los gobiernos a acercarse al sector de la sociedad que ya está trabajando con los sectores de la población en riesgo, que conoce sus circunstancias y necesidades. “Es importante invertir en la prevención para no tener que invertir en la criminalización o en el castigo. El arte y la cultura son lo que mantiene este barco a flote”, afirma.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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