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De formas y reformas: avenida, que no paseo (II)
La mayor etapa constructiva del Paseo de la Reforma no comenzó sino hasta el gobierno de Porfirio Díaz.
II
Tuvo que caer un imperio para que se volvieran imperiales sus vestigios. Maximiliano había muerto, Carlota, deshecha de locura y de tristeza, se había ido. Juárez había regresado a la Ciudad de México, el 15 de julio de 1867, con la República triunfante a cuestas y, ciertamente, con asuntos más importantes y más urgentes que atender que terminar la aristocrática calzada proyectada por Maximiliano, dedicada después a su esposa. Su simple nombre: Paseo de la Emperatriz, no era solamente un recuerdo infausto, sino la memoria de un muy grande e insultante despojo.
Sería por eso solamente que dos acontecimientos importantes se dieron durante aquel último periodo presidencial juarista: primero, la avenida cambió de nombre, adoptando durante 1867 el de Paseo Degollado y después se abolió el carácter exclusivo que había tenido desde 1866 y quedó abierto al público en general.
La situación como siempre no permitía invertir en la continuación de las obras. Aunque se dice que y lo reporta el ingeniero Manuel Aguirre Botello : El trazo, el desmonte de la calzada y la reforestación de los camellones laterales desde El Caballito hasta la glorieta intermedia, (la de Niza) se terminó sin ninguna urbanización en 1870 . Y que le tocó al Ministerio de Fomento realizar los trabajos de limpieza, plantación de árboles y canalización de las aguas pluviales a través de nuevas cunetas y que la obra fue entregada en 1872 al Ayuntamiento de la Ciudad de México.
Pero Juárez que no debió morir murió justo en aquel año. Es Salvador Novo quien continúa contándonos la historia del Paseo de la Reforma:
Al triunfar la República, el presidente Salvador Lerdo de Tejada, quien también solía residir en el castillo de Chapultepec, hizo ampliar la avenida en el sentido de su anchura agregándole a ambos lados, y se comenzó a plantar filas de árboles, a tiempo que se mudó su nombre por el de Paseo de la Reforma, en conmemoración de la Guerra de Reforma que culminó con la Constitución de 1857 .
Los tiempos cambiarían y el Paseo de la Reforma iría construyendo, desde las ruinas de una ciudad intervenida, una nueva estética y un prestigio diferente. Y aunque fue también Lerdo de Tejada quien decidió levantar el monumento a Colón un obsequio a la ciudad de México del muy rico industrial Antonio Escandón , la mayor etapa constructiva del Paseo de la Reforma no comenzó sino hasta el gobierno de Porfirio Díaz.
En tiempos otra vez afrancesados, con bondades de jarrones, figuras mitológicas y bancas de cantera, se inauguró por fin la primera gran glorieta con el Monumento a Cristóbal Colón y después la segunda, que serviría de albergue a la escultura del último emperador azteca, Cuauhtémoc. La ciudad comenzaría a crecer también irrefrenablemente. En los costados del mismo Paseo de la Reforma nacerían nuevas zonas urbanas, las colonias Arquitectos, Paseo Nuevo, Tabacalera, Cuauhtémoc y Juárez, por ejemplo. Todas ellas víctimas del polvo y el ajetreo de las remodelaciones y testigos de nuevas y modernas ideas. Como la del periodista y académico de la lengua Francisco Sosa que, a través de la columna que publicaba en el diario El Partido Liberal, propuso al gobierno de Porfirio Díaz que en lugar de deidades mitológicas se colocaran estatuas de personajes que de alguna forma hubiesen participado en el movimiento por la Reforma. Y así se hizo. Constancia queda de cuando en 1895 Don Porfirio declaró inaugurado el conjunto histórico cultural del Paseo de la Reforma y celebró la primera parte de las estatuas de personajes y sus correspondientes jarrones en el tramo comprendido entre la Glorieta de Carlos IV y el Monumento de Cuauhtémoc.
Paralelamente a la colocación de las efigies de personajes ilustres de la Reforma y este curioso dato es poco conocido y lo asombrará, lector querido otras dos colosales estatuas fueron ordenadas por la Secretaría de Fomento y colocadas al inicio del Paseo de la Reforma, cual centinelas que estuviesen vigilando la entrada: las que todos conocemos como los Indios Verdes, pero que en realidad pertenecen a dos emperadores aztecas: Itzcóatl y Ahuizótl. El ingeniero Aguirre Botello también comenta el punto: Estas gigantescas esculturas que miden 4 metros de altura y pesan 3 toneladas cada una, fueron obra del escultor mexicano Alejandro Casarín Salinas y existe discrepancia si fueron colocadas al inicio del Paseo de la Reforma en septiembre de 1889 o de 1891. De cualquier manera y dado que se levantó una gran polémica respecto a la conveniencia de que ocuparan dicho sitio, fue relativamente corto el tiempo que permanecieron allí y para el año de 1901, fueron trasladadas al inicio del Paseo de la Viga .
Y llegó el cambio de siglo con una entrada conflictiva. Entre el gusto por el lujo y la inconformidad llegó el rompimiento y otra la caída gubernamental. Pero también otras reformas para el Paseo de la Reforma. El régimen de Porfirio Díaz, a pesar de estar amenazado, no detuvo su programa de grandes obras. Y mucho menos sus planes para celebrar en grande el centenario de nuestra Independencia. De regalo, grandes obras: un majestuoso y nuevo Teatro Nacional, hoy el Palacio de las Bellas Artes; el extraordinario proyecto del inacabado Palacio Legislativo, hoy Monumento a la Revolución, el nuevo edificio del Palacio Postal, hoy conocido como el Palacio de Correos y, rematando, la construcción de la Columna de la Independencia. Si acaso la más gloriosa y emblemática glorieta del Paseo de la Reforma: un ángel dorado que no es ángel y que como si se tratara de uno de la guarda, no nos desampara ni de noche ni de día, todavía nos vigila, nos acoge, celebra con nosotros y grita nuestros gritos.
Poco tiempo le quedaba a Porfirio Díaz en el poder después de las últimas fiestas del Centenario. Para muchos, el Paseo de la Reforma había llegado a su máxima expresión. Y la ciudad comenzaría otra vez a sufrir de balazos y destrozos. Nuevas amenazas: poco faltaba para la llegada de los ruidosos y contaminantes vehículos automotores impulsados por gasolina , nada para que las luminarias ornamentales instaladas al iniciar el siglo XX, y que se conservaron en operación en el Paseo de la Reforma por cerca de 40 años, fueran sustituidas por arbotantes dobles. Y todavía faltaban los ataques al Paseo de la Reforma. Algunos más políticos que arquitectónicos, otros de gobiernos citadinos y distintos apellidos (sustentable, ecológico, de ordenamiento urbano, para optimización de tiempos y destinos, aliviane de las horas pico, movilidad o soberanía de los transportes públicos sobre todas las cosas.
Una de las remodelaciones más sonadas del siglo pasado fue la que, bajo la conducción del regente Ernesto Uruchurtu, entre los años de 1946 y 1948 planeaba un Plano Regulador de la Ciudad de México. Fue tanto el impacto que causó entre los especialistas y urbanistas de aquella época, que desató gran polémica en los diarios de circulación nacional, denominándolo por su gran envergadura y quizá por su poca viabilidad, como el Proyectazo . Éste incluía la ampliación de la Avenida Pino Suárez desde el Zócalo hasta la Calzada de Tlalpan para crear un par vial con la Avenida 20 de noviembre. Después fueron y vinieron regentes y gobernadores.
El siglo XX se fue con cambios en un paseo que había dejado de servir para pasear. En este siglo, de apenas 17 años cumplidos, es cuando quizá ya se podría escribir una historia nueva: la mayor etapa destructiva del Paseo de La Reforma. Usted lo mira. Es testigo.