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Del regaño al empoderamiento, cada persona con diabetes debe tomar su salud en las manos

En el país existen 14 millones de personas diagnosticadas y otros 7 millones en condiciones de prediabetes; en la pandemia 7 de cada 10 personas que murieron por Covid-19 tenían diabetes y de acuerdo con el último conteo INEGI, la tasa de mortalidad por diabetes fue de 12 personas por cada 10 mil habitantes, la cifra más alta en los últimos 10 años.

Prácticamente todas las familias mexicanas tenemos a un familiar o alguien cercano con diabetes. Las cifras nos lo confirman, pues en el país existen 14 millones de personas diagnosticadas y otros 7 millones en condiciones de prediabetes; en la pandemia 7 de cada 10 personas que murieron por Covid-19 tenían diabetes y de acuerdo con el último conteo INEGI, la tasa de mortalidad por diabetes fue de 12 personas por cada 10 mil habitantes, la cifra más alta en los últimos 10 años.  

En contraste, encontramos que hay un endocrinólogo por cada 10,000 pacientes con diabetes en México y escasos equipos multidisciplinarios que atiendan la enfermedad. Eso ha hecho pensar que no podemos continuar con el sistema tradicional, pues simplemente no existe la cantidad de profesionales para la atención. Entonces ¿cómo brindar atención de forma masiva y de calidad? 

Parece que la clave está en pacientes comprometidos con su enfermedad y en herramientas que les faciliten el acceso para su control, además de la atención que los diversos sistemas de salud deberían garantizar.  

Sabemos que se trata de una enfermedad crónica e irreversible del metabolismo en la que se produce un exceso de glucosa o azúcar en la sangre y en la orina, esto debido a una disminución de la secreción de la hormona insulina o a una deficiencia de su acción. Con este escenario la participación del paciente se vuelve fundamental.  

“Nosotros decidimos de qué tamaño es la enfermedad”, asegura Rosa María García, ella tiene 68 años de edad y 22 con diabetes. Comparte con El Economista que, en noviembre de 2020, tuvo Covid-19 y pensó que iba a morir, pues además vive con hipotiroidismo y neuropatía. “A pesar de todo esto resistí y en ese momento decidí que tomar mi salud en mis manos era importante. Sé que la diabetes no es curable, pero sí controlable y yo le tengo mucho miedo a las amputaciones, a quedarme ciega y tener otro tipo de daños en mi organismo”.  

García afirma que se trata de dejar las culpas atrás, ante un sistema de salud que por años así ha hecho sentir a los pacientes. “Ser atendida en un sistema que solo te regaña, te baja las ganas de seguir adelante. Antes de mi decisión de buscar cómo atenderme de una forma diferente, iba solo por la medicina y trataba de que los comentarios no me afectaran”. Ella encontró en herramientas digitales y acompañamiento una forma de lograr niveles óptimos, “Ahora sí, para mí el 80% del control de la enfermedad depende de nosotros, y de seguir al pie de la letra lo que los especialistas indican, eso hace la diferencia”.  

Es hora de cambiar el discurso en la atención de la diabetes  

En septiembre del 2021 García comenzó con un cambio en su atención. Eduardo Lemus, representante de Clivi, primera clínica digital especializada en diabetes platica que la tecnología se ha presentado como una herramienta primordial. Basta revisar el aumento de la atención vía remota durante la pandemia, ahora lo que se pretende es quedarse con lo mejor de este mundo, escalar las soluciones y además, poder impactar en los costos, pues hoy un sistema privado se vuelve impagable para muchas personas.  

Asegura que en el campo digital se trata de dar propuestas de valor. “Aunque la diabetes se trata en muchos espacios y de diversas formas, con metodologías que han registrado efectividad esto se vuelve más sencillo”. Explica que el tema digital además permite que todo sea medible, lo que hace mucho más sencilla la retroalimentación y los resultados, algo fundamental para que los pacientes se sientan motivados con el trabajo que ellos hagan sobre su salud.  

Además, los pacientes pueden retar a la diabetes y ganar años de vida, sin tener que “romper el cochinito”. Una persona que vive con diabetes y no tiene un control adecuado reduce su expectativa de vida hasta 10 años. La expectativa de vida en México promedio es de 76.4 años, si una persona que vive con diabetes no controla su enfermedad puede solo vivir 66 años. 

Explica que al ser una condición degenerativa se requiere de la supervisión de distintos profesionales de la salud, como un endocrinólogo, nutricionista, y hasta psicólogo, “porque hay días en los que la enfermedad se hace más presente que otros”. En este sentido los costos se vuelven una limitante, pues en promedio un paciente con esta condición requiere alrededor de 21,000 pesos anuales o más para su tratamiento.   

Con la tecnología se requiere alrededor de 690 pesos mensuales para que un paciente pueda acceder a exámenes de hemoglobina glicosilada, de 24 elementos, tiras reactivas, glucómetros, aliados en laboratorios, acompañamiento médico, contenido informativo, recordatorios, seguimientos puntuales, entre otras cosas, “pues no solo se trata de poner más doctores sino cómo hacemos que todo funcione para que los pacientes tengan las herramientas que necesitan”.  

Comparte desde su experiencia que, a través del acompañamiento y metodologías claras, se logran reducciones de 2.2% en promedio de hemoglobina glucosilada, lo que se traduce en lograr un aumento de expectativa de vida en 3.4 años y control de la enfermedad en unos seis meses. Para Lemus, esto es parte del futuro en la atención de la diabetes, pues los sistemas están saturados, pero la enfermedad sigue creciendo.   

“Yo tengo buena actitud, por eso decidí tomar mi salud en mis manos. Desde los primeros resultados positivos dije ´me gusta sentirme bien´, esto con un trato cordial, incluso emotivo, eso hace más fácil poder cumplir con lo que necesito para regular mi enfermedad. Los doctores nos dan el acompañamiento e indicaciones, seguirlas depende de uno, de las ganas que tengas de vivir y que sea en las mejores condiciones”, concluye García. 

nelly.toche@eleconomista.mx 

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