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Arte e Ideas

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El Dragón dorado, la existencia en paralelo

Daniel Giménez Cacho dirige una obra alterada sobre la alteridad.

El dragón dorado es un restaurante de comida china ubicado debajo de un edificio de apartamentos en una ciudad alemana. En El dragón dorado los trabajadores son indocumentados vietnamitas que no cuentan con ningún tipo de servicio o prestaciones y que para paliar las rutinarias y exhaustivas jornadas laborales cuchichean sobre los inquilinos.

Esto es la normalidad desde la cual el dramaturgo alemán Roland Schimmelpfenning, ubica un punto de interferencia, un alto a esa aparente calma, una pausa que desboca y expande el relato, un acontecimiento que marca las vidas de los trabajadores: un trabajador del restaurante sufre un fuerte dolor de muelas.

La muela está picada, negra, casi podrida, dirán los personajes. Pero no hay mucho que hacer porque hay mucho trabajo e incluso la alternativa más lógica (llevar al joven con un dentista) es inasequible, no está dentro de su rango de posibilidades, entonces lo más recomendable será sacarla con unas pinzas. El riesgo es que, al sacarle sin una cirugía profesional ni bajo las mínimas condiciones de sanidad (se la sacarán en la breve cocina donde unos y otros hacen malabares para trabajar), la oquedad se infecte y el empleado se desangre.

Esa es la anécdota, una anécdota sencilla que desemboca en la ironía, es decir, desemboca en la muerte. Ironía que provoca un desplazamiento de la realidad a la posibilidad de existencia en paralelo: ¿la interferencia podría convertirnos en otras personas, hacernos despertar en otros cuerpos?

El juego que propone Schimmelpfenning linda los límites de la identidad como un ejercicio de comprensión que toma la confusión como un motor reflexivo sobre el otro. Porque unos y otros personajes cambian de identidad durante el transcurso de la obra, así ésta se presenta desde la alteridad, desde lo otro y desde la alteración exacerbada y frenética. No es un mero chiste. La propuesta de Schimmelpfening es de un riesgo ineludible, ya lo sabíamos desde que hace algunos años cuando se presentó en México La noche árabe, otro texto de su autoría, y El dragón dorado, la premiada obra del autor alemán, nos lo confirma.

Conjunción de grandes talentos

Detrás de la versión mexicana de este texto tan interesante, el cual en si mismo es todo un riesgo, reluce el talento de Enrique Singer, Daniel Giménez Cacho y Ana Graham. En el primer caso, Enrique Singer es un director agudo que entendiendo la responsabilidad que implica dirigir Teatro UNAM ha abierto la puerta a otras compañías (en el caso de El dragón dorado, a Por Piedad Teatro producciones), llamado a actores de distintas edades, ya sean mediáticos, consolidados o jóvenes talentos (Nailea Norvind, Ignacio López Tarso, Juan Manuel Bernal. Karina Gidi, Esmirna Barrios), y montando obras teatrales de gran significación estética, ética y estilística, por decir algo.

Por su parte, Giménez Cacho ya no nos sorprende con su trabajo de dirección, porque nos tiene acostumbrados al riesgo, a la exploración, a la autenticidad. Su huella es evidente pero cada una de las obras que ha dirigido tienen características distintas. Lograr un ritmo tan vertiginoso que sea digerible y disfrutable es uno de sus más grandes aciertos en esta puesta en escena, para la cual contó con un elenco de primera, donde nadie desentona un ápice.

Patricia Ortiz conmueve y convence como Mujer joven pero también como el Muchacho asiático con dolor de muelas. Arturo Ríos, José Sefami, Joaquín Cosío, actores de primera línea; Ana Graham y Concepción Márquez, puntuales y solventes en su trabajo y Antonio Vega, una confirmación como actor.

Por su parte Ana Graham quien se involucró en cada aspecto de este montaje, desde el vestuario, la producción, y la traducción de la pieza, labor en la cual fue acompañada por Stefanie Weiss y Antonio Vega, un difícil reto porque tratándose de un lenguaje nada parecido al nuestro logran que sea muy cercano al espectador.

Arriba de El Dragón Dorado, los departamentos son ocupados por diversas personas: un par de azafatas, un viejo nostálgico, una pareja de adolescentes, un borracho de camisa a rayas a quien su mujer lo engaña, una cigarra y una hormiga.

La escenografía se extiende hasta el patio del Teatro Santa Catarina, donde fueron colocados pendones y lámparas de confección china. El foro se dispuso en cuatro flancos, de forma que los espectadores ven desde distintos ángulos la escena y el escenario se compone de una alta, larga y angosta mesa más un par de banquitos y diversos elementos de utilería que nos transportan a la cocina de un restaurante de comida china. La escenografía que es puntual y acertada corrió a cargo de las escenógrafas Auda Caraza y Atenea Chávez, más una iluminación precisa y equilibrada hecha por Víctor Zapatero.

aflores@eleconomista.com.mx

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