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Arte e Ideas

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El escritor y su detective

Elemental. No hay nada más engañoso que un hecho evidente. Y bien se sabe que toda circunstancia puede apuntar directamente a una cosa, pero también cambiar en su contrario, de manera igualmente inflexible, cambiando el punto de vista.

Elemental. No hay nada más engañoso que un hecho evidente. Y bien se sabe que toda circunstancia puede apuntar directamente a una cosa, pero también cambiar en su contrario, de manera igualmente inflexible, cambiando el punto de vista. Con un poco de deducción. Ejercicios mentales, lector querido: ¿quién inventó a quién? ¿Sherlock Holmes a Conan Doyle o viceversa?

Sherlock Holmes nació el 6 de enero de 1854. Su padre, según consta en la genealogía de su familia.  era un hacendado inglés y su madre descendía de una estirpe de pintores franceses. Desde joven fue un experto apicultor, practicante de boxeador, y con gran conocimiento científico, especialmente en cuanto a los misterios de la química. Poseía una mente que oscilaba entre períodos de exaltación imperiosa y extrema languidez de la cual solamente despertaba con una solución de cocaína al 7% o con un poco de codeína que le estabilizaba el espíritu y encendía su mente prodigiosa. (No se abrume ni se agobie, lector querido que la cosa no pasó a mayores: se sabe que abandonó tal costumbre gracias a la insistencia de su compañero y socio  Watson, con quien vivió hasta finales del siglo XIX en el número 221B de la calle Baker Street, en Londres, Inglaterra). Sin embargo, su virtud más relevante estaba muy lejos del vicio y los negocios: trabajaba en entrenar la mente y afilar su inteligencia. Por ello, puede decirse con justa razón que Sherlock Holmes fue insuperable en su oficio: el mejor detective de todo el Reino Unido y el único personaje de la época capaz de  averiguar, descubrir y resolver desde los más sencillos casos hasta los crímenes más horrendos.

Arthur Conan Doyle nació en Escocia en la primavera de1859. Cuando la Inglaterra decimonónica se regía bajo los cánones de la reina Victoria. Las damas vestían con sombrero, guantes y falda larga; de tweed los caballeros cuando no era precisa la etiqueta, los coches todavía circulaban tirados por caballos y los trenes desparramaban hollín por todos lados. Y aunque la moral era una cosa muy seria y la época romántica, en el fondo de los corazones había inconfesables apetitos y hambre de descubrimientos. Algunos se preguntan si no había sido un signo divino el hecho de que las apariciones de otro escocés, Nessie, el monstruo del Lago Ness, se hubieran consignado en aquel tiempo. Quizá una buena señal para estudiar y resolver misterios. Y Doyle se inscribió en las universidades de Stonyhurst y de Edimburgo y  cursó la carrera de medicina desde 1876 hasta 1881. Después se mudó a Portsmouth donde instaló una clínica que no resultó exitosa. Pero comenzó a escribir relatos en  sus tiempos muertos.  Letras que paradójicamente  le darían vida a un género, un héroe, un estilo y se convertirían en joyas de la literatura universal.

El mundo atestiguó  la aparición de Sherlock Holmes cuando se publicó, en The Strand Magazine, en 1877, el relato  Estudio en Escarlata  firmado por Arthur Conan Doyle. Era una obra novedosa y emocionante, dividida en dos partes bien diferenciadas. La primera, llevaba el título de “Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad. La segunda se llamaba La tierra de los santos. Estaba contada en tercera persona  y daba un salto en el espacio y el tiempo para situarse dos décadas atrás en Salt Lake City, la tierra de los mormones. Parecía una locura y un descuido, pero en el último capítulo el recién aparecido detective Sherlock Holmes retornaba a la historia inicial y solucionaba el misterioso caso. A partir de aquel momento, la producción de Conan Doyle fue imparable. Mucha fama, fortuna, lectores y obras escritas. Tantas, que reunidas llegaron a conformar un corpus  de 9 obras y 61 piezas menores, la última de ellas  firmada en 1927. Harto de tener que soportar  una fama que no estaba buscando, acusó a Sherlock de ser el culpable de muchas de sus desdichas. Y a veces se lamentaba de haber inventado un proyecto que terminaría engulléndolo para dejar a su claridoso detective en primer plano.

Cuando Conan Doyle se separó de Sherlock, se fue al campo de batalla pero nunca dejó de escribir. Hizo novelas históricas,  una obra de teatro, titulada “Historia de Waterloo” y se centró en su papel como médico militar en las guerras de los Bóeres. A su regreso a Inglaterra publicó dos libros  La guerra de los Bóers (1900) y La guerra en Suráfrica (1902), justificando la participación del Reino Unido en la colonización africana.

Durante la Primera Guerra Mundial escribió La campaña británica en Francia y Flandes (en 6 volúmenes, 1916-1920) y a la muerte en la guerra de su hijo mayor, se convirtió en defensor del espiritismo, dedicándose a dar conferencias y a escribir ampliamente sobre el tema. Su autobiografía, “Memorias y aventuras, se publicó en 1924.

Seis años después el 7 de julio de 1930, a los 71, años murió de un ataque al corazón. Los que allí estuvieron quisieron haber visto a Sherlock merodeando por el cuarto.

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