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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

El esquivo humor nuestro

Cómo le hacen falta a nuestra dizque República de las letras más escritores como Juan Pablo Villalobos.

Lo voy a decir como lo estoy pensando: qué novela tan cagada es No voy a pedirle a nadie que me crea (Anagrama). De Juan Pablo Villalobos había leído antes Fiesta en la madriguera y me pareció la novela más original que había leído ese año.

Pero no sabía que bajo la manga el señor Villalobos tiene el sentido del humor de un buen standupero. Es como Christopher Waken, que no es standupero pero es un genio de la comedia. Puede decir las cosas más absurdas sin cambiar de expresión.

La contraportada de No voy a pedirle a nadie que me crea compara a Villalobos con Buster Keaton. Se quedan cortos. Keaton hacía reír por su mirada melancólica. Villalobos hace reír porque sabe cuándo meterle más velocidad a la narrativa; cuando, pues, cambiar de cara.

Como dice la canción, algunos escriben para olvidar y otros para recordar. Creo que Villalobos es de los segundos: sus libros son una especie de memento mori a la Ibargüengoitia: riamos, que de todos modos moriremos.

Jorge Ibargüengoitia es la influencia directa sobre Villalobos, tanto que lo menciona por nombre en la novela. El personaje principal que para mayor inri se llama también Juan Pablo está trabajando en una tesis doctoral sobre el humor en la literatura latinoamericana.

Somos solemnes, los latinos. En especial somos muy creídos los mexicanos, en especial, uf, los escritores. Cada joven que lleva bajo el brazo su laptop o un fajo de hojas piensa que ha escrito la gran novela mexicana, el nuevo Pedro Páramo, la historia que será el grito de una generación.

¿Saben qué? Déjense de estupideces. Escriban por alegría, para pensar en compañía, para ligarse a una chava. Por cualquier razón excepto por ser el nuevo Rulfo.

No voy a pedirle a nadie que me crea ganó el Premio Herralde, un galardón que, dicen, está más arreglado que la cara de Lucía Méndez. No importa, a pesar de ello, léanla. Se van a reír página tras página.

Puedo comparar la experiencia de leer a Villalobos con la de leer Gasolina de Daniel Espartaco. Como escribió Espartaco, la literatura mexicana sería mejor si hubiera más carreras en lanchas de velocidad.

En la novela de Villalobos no hay carreras en lanchas veloces pero sí malosos que por alguna razón (no la revelaré) tienen interés en una estudiante de posgrado en Barcelona. Y hay un cambio de voces muy interesante cuando la que narra es la novia del tal Juan Pablo, aburrida y subestimada.

En algún momento están charlando, Juan Pablo y su novia, y él saca a relucir (el énfasis viene en la propia novela) a Baudelaire:

Baudelaire dice que la risa surge de la idea de superioridad del que ríe. El que se ríe de otro, de otro que se tropieza y se cae, por ejemplo, se ríe porque, en el fondo, sabe que él está a salvo, que no es él el que está cayendo.

Eso dice Juan Pablo que dice el Juan Pablo de la novela que dice Baudelaire. ¿Entienden? Nada peor que explicar un chiste, pero he ahí un chiste doble.

No he leído Si viviéramos en un lugar normal, la segunda novela de Villalobos, pero ahí la tengo porque la compré, me la mandaron, o simplemente se materializó en mi escritorio como si la hubieran teletransportado, como en Star Trek.

Lo mejor que puedo decir de Juan Pablo Villalobos es que no es un escritor mexicano de vanguardia. La vanguardia y la posteridad, me parece, le valen madre. Escribe para divertirse, para ganarse la vida, y para divertirnos a nosotros.

Más autores como Villalobos, por favor. Dicen que los mexicanos nos reímos hasta de la muerte y no hay mentira más grande. Hasta para subir a un elevador somos solemnes. Este esquivo humor nuestro tiene que ser capturado, pescado, de algún modo y el mejor es la literatura (¿será?).

Por lo pronto, lean lo que puedan conseguir de Juan Pablo Villalobos. Yo haré lo propio.

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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