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Arte e Ideas

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El réquiem de Shostakovich

Los Prieto, Carlos y Carlos Miguel, padre al chelo e hijo en la batuta, ofrecieron el que probablemente ha sido el mejor concierto de la temporada de la OFUNAM.

Diversas personas que hacían larga fila la noche del sábado para saludar a Carlos Miguel Prieto en su camerino de la Sala Nezahualcóyotl comentaban que el noveno programa de la OFUNAM había sido el mejor de la temporada.

El cronista hizo suya esta opinión. Tras la intervención del violonchelista Carlos Prieto en las dos primeras obras, vivimos durante 61 minutos la intensidad de la Octava sinfonía de Dmitri Shostakovich (1906-1975), partitura que representa, junto con la Cuarta, la Quinta, el primer movimiento de la Sexta, la Décima y la Decimocuarta, la cumbre de su sinfonismo.

El banquete musical se había iniciado con una grata sorpresa para quienes desconocíamos la Fantasía concertante para violonchelo y orquesta de Joaquín Gutiérrez Heras (1927), partitura estrenada mundialmente en 2005 por la Sinfónica de Huntsville (Alabama) y presentada en la ciudad de México el 11 de noviembre del 2006.

Encontramos en esta obra de sólo 12 minutos de duración ciertos rasgos característicos de Gutiérrez Heras, autor de uno de los catálogos más interesantes de la música mexicana contemporánea.

Las secciones virtuosísticas alternan con otras de profundo lirismo en que la noble voz del violonchelo, tan parecida a la voz humana, dialoga con varios instrumentos en una opulenta orquestación cuyo equilibrio no la acalla en ningún momento.

La parte solista estuvo a cargo de Carlos Prieto, quien volvió a actuar, dirigido por su hijo, en el Concierto para violonchelo y orquesta número 1 de Camille Saint-Saëns (1835-1921).

Finalmente, accedió a la petición de encore: Bourrée de la Suite para violonchelo solo en do mayor, de Johann Sebastian Bach (1685-1750).

Al final de esta breve pieza, el cronista evocó las palabras de Theo Hernández: Amarás a Bach sobre todos los compositores y le dio la razón.

La interpretación de la Octava sinfonía al frente de la OFUNAM queda para perpetua memoria.

Esta sinfonía lúgubre y desgarradora, de un pesimismo apenas aliviado por breves momentos de esperanza, es una de las obras más estudiadas y mejor comprendidas por Carlos Miguel Prieto, quien no oculta su predilección por ella.

Al cónsul general de España en México, que estuvo a saludarlo al final del concierto, comentó que es el equivalente en música del Guernica de Picasso.

La Octava es, en palabras de Shostakovich, su propio réquiem junto con la Séptima sinfonía, la célebre Leningrado. No es una música que se disfrute, en el verdadero sentido del término, sino una forma de sublimar la angustia y el terror por medio del arte.

Su último movimiento desconcertó a diversos melófilos presentes el sábado en la Sala Nezahualcóyotl. Hubo quien aplaudió en el clímax fortísimo en que participan todos los instrumentos de percusión de la orquesta. Quizá haya confundido este pasaje con la conclusión de la sinfonía, por lo que quedó en desconcertado, minutos después, tras los compases postreros en que los contrabajos tocan suavemente un misterioso motivo de tres notas que concluye en un silencio apesadumbrado.

Este réquiem de Shostakovich que tanto desconcertó a sus compatriotas y provocó el rechazo de las autoridades soviéticas es considerado hoy día por numerosos partidarios del gran sinfonista del siglo XX como la más intensa e interesante de sus sinfonías y el testimonio artístico más espeluznante sobre la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, uno de los peores fracasos de la inteligencia humana.

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