Lectura 6:00 min
Friedeberg, el artista de las manitas y piecitos
Su pieza más reciente es Euclides, un perro en plata hecho para la Colección Tane con? un precio superior a 300,000 pesos ?y de edición limitada
Pedro Friedeberg asegura que su mano/silla es una pesadilla en su vida.
La odio. Fue un chiste en su época y un buen chiste se cuenta sólo una vez, pero pegó. Hice un poco de dinero y todos querían una mano .
Friedeberg recibe a El Economista en su casa de la colonia Roma rodeado de obras de arte, pinturas, figuras de todo tipo, cachivaches y, claro, sus famosas mano-sillas de todos tipos y tamaños.
Para mí, usted es como un rockstar del arte.
¿Un rockstar?, no. El rock es la música que más odio; me cae gordísimo todo ese ruido. No, rockstar no soy. Es un término que me parece vomitivo. Dígame doctor .
A sus 80 años de edad, Friedeberg sonríe, es como un chamaco rebelde (pero lo niega) que siempre dice la verdad; por ejemplo, expone que México es un país muy mentiroso, no cree en los museos y asegura que el arte actual es pura basura; sí, incluyendo la famosa caja de zapatos vacía del artista Gabriel Orozco.
Yo siempre digo la verdad, sin duda algo que es difícil encontrar en México; creo que por eso se escribe con M de mentira. Me enferma el mundo exterior, no tengo televisión ni eso que llaman Internet, no quiero perder mi tiempo .
Ya del arte contemporáneo mejor ?ni le pregunto, ¿verdad?
No dice nada. Alguien tira su casa y muestra los ladrillos de su casa en un museo... ¿A quién chingaos le importa? O el señor (Gabriel Orozco) que muestra una caja de zapatos vacía. ¿Qué quiere decir eso? Es un chiste trillado, infantil y estúpido. ¿No les da vergüenza hacer algo así? La gente va porque le dan una copa de vino y no dice nada porque entonces le dirían que es un tonto que no sabe de arte moderno. La verdad me aburre y no lo entiendo, bueno, no tengo que entenderlo porque podría ser su abuelo; a mí, mi abuela no me entendía .
Aunque la odia, su famosa mano-silla es testigo de la charla. Pedro Friedeberg está sentado frente a su inmenso escritorio con lápices de todo tipo, colores, hojas y pedazos de cartulina, mientras sus manos juguetean con el aire.
El artista lanza frases como si fueran misiles, todas letales y con una dosis de humor negro; critica el modernismo y los edificios gigantes; dice que los jóvenes usan pantalones rasgados porque está de moda, pero que él prefiere la elegancia y no la moda de la pobreza afectada .
Sobre su trabajo, explica que es muy domesticado, amaestrado, que no causa rabia, causa un poco de risa pero no furia. No es una arte de protesta, digo, el mundo es horrible, pero ahora también está de moda protestar por todo pero nadie da algo, nadie hace nada, pero todos protestan .
Pero Friedeberg parece estar de moda. Fue el artista escogido por Tane para que diseñara una pieza para su colección: un perro de plata que lleva de nombre Euclides, edición limitada cuyo precio supera 300,000 pesos.
Es una obra que tiene tres inspiraciones: el perro, que es el arte popular; la geometría en medio, y mi sello, los piecitos. Esos que detesto, pero es como decir: Soy Pedro Friedeberg, el artista de las manitas y piecitos .
Friedeberg, diseñador ?y coleccionista
El creador también diseña ilustraciones para botellas, mascadas, corbatas y hasta una línea de productos de escritorio.
Puede ser que esté de moda, mucha gente compra mi obra, me piden consejos o que les firme un programa... Tal vez sea como dices: soy como un rockstar, pero lo odio , dijo.
Su casa es el sueño de cualquier coleccionista, cada cuarto tiene infinidad de piezas que con sus colores empapan las paredes, es una invasión de figuras que como duendes acompañan al artista, quien vive solo.
Estoy firmando mi testamento para que todo sea para mis hijos, que orita se mueren de ganas por tener todo esto, pero después no van a saber qué hacer y va a ser una pesadilla con la que ellos van a tener que lidiar .
Detrás del artista se encuentra una inmensa biblioteca repleta de libros o, como él les llama, momias, pues ya nadie lee , pero dice que su acervo tal vez acabe en Estados Unidos, no en manos del gobierno mexicano.
No, yo he dado obras a museos en Toluca y a Pátzcuaro y después me doy cuenta que no existe ese museo y alguien se las tranzó. Además, los museos en México son instituciones muertas, excepto algunas a los que la gente va porque no tienen nada que hacer los domingos pero ni entienden lo que están viendo, sólo van a tomarse una selfie porque es la moda; se toman una foto con lo que sea y se la mandan a sus amigos , asegura.
El artista responde lentamente, esconde una sonrisa detrás de sus labios, mueve sus manos, mira fijamente y asegura que lo que ha hecho no tiene ninguna trascendencia porque ahora a la gente no le importa el pasado .
Pero se detiene, respira, piensa un poco, revisa una obra que tiene en el suelo y asegura: Yo y mis amigos trabajamos en cosas tangibles, semirracionales, poéticas y estéticas con algún sentido y que no sea precisamente tomarle el pelo a la gente, al contrario, ?queremos que la gente regrese a alguna estética, algún estilo .
La charla tiene que acabar, Pedro Friedeberg va a salir.
Antes vamos a la azotea de su casa donde tiene una gigantesca mano-silla blanca con la que no duda posar para una última foto con una sonrisita en los labios mientras lo retratan.
Sigo pensando que el gran Friedeberg me tomó el pelo todo el tiempo (o tal vez no).