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Hugo, un canto de amor al cine
Assa Butterfield interpreta a Hugo como un niño de ojos curiosos, capaz de descifrar los secretos mejor guardados. Ben Kingsley es un Méliès amargado y perseguido por los tristes recuerdos del pasado.
Hugo Cabret conoce íntimamente a los relojes, sus mecanismos, su magia de rondanas, resortes y engranajes; busca en las máquinas el sentido de todo, pues nada lo entristece más que una máquina descompuesta.
Miento. Sí hay algo que lo entristece más: recordar a su papá, quien le enseñó todos los secretos de los relojes y lo llevaba al cine en su cumpleaños; el mismo que un día llevó a casa un autómata descompuesto, un robot decimonónico que encontró abandonado, que se había propuesto reconstruir con su hijo. Pero hoy, Hugo es un huérfano que vive en las paredes de la estación central de trenes de París.
Bienvenidos a La invención de Hugo Cabret, la inesperada joya de cine infantil hecha por Martin Scorsese, el genio detrás de obras maestras del crimen como Goodfellas y Los infiltrados y Taxi Driver. Atípica como es en su filmografía, Hugo es quizá la película más personal de Scorsese: una declaración de amor al cine, a esa maravilla particular de sentarse en la oscuridad y dejar que las imágenes de la pantalla te hagan soñar con mundos imposibles.
Scorsese usa el 3D para recordarnos esa sorpresa, esa magia de entrar por primera vez a una sala de cine y sentir que ese tren que corre a toda velocidad se te viene encima, como en los albores del séptimo arte.
Hugo es una fantasía ubicada en París en los años 30. La fecha no carece de importancia: el mundo acaba de salir de una Guerra Mundial y de la turbulencia económica, y está a punto de entrar a catástrofe bélica. El cine se había convertido en una industria gigantesca, atrás habían quedado los viejos tiempos de aquel cine mudo de cirqueros.
Pero nada de eso aparece más que veladamente en la película; en el mundo de Hugo sólo existen los relojes, el autómata y la estación de tren.
Hasta que un día el viejo Georges, dueño de una juguetería dentro de la estación, atrapa a Hugo robando.
El viejo es severo con el niño y lo obliga a barrer el local hasta que pague todo lo que se ha robado (Hugo conseguía a costa de los juguetes del viejo la partes faltantes de su autómata). Pero como Hugo, Georges ha visto mejores épocas. Y es aquí donde de verdad comienza la aventura: el viejo Georges es, aunque Hugo no lo sabe, ni más ni menos que Georges Méliès, el pionero del cine, el inventor de los efectos especiales.
Assa Butterfield interpreta a Hugo como un niño de ojos curiosos, capaz de descifrar los secretos mejor guardados. Ben Kingsley es un Méliès amargado y perseguido por los tristes recuerdos del pasado. Con ellos aparecen también Sacha Baron Cohen (mejor recordado como Borat) como el guardián de la estación que le hace la vida difícil a Hugo y Chloë Grace Moretz (Kick Ass, Déjame entrar) como la hiperarticulada ahijada del viejo Georges, quien se convertirá en la mejor amiga de Hugo.
La invención de Hugo Cabret está basada en la novela del mismo título escrita por Brian Selznick. El libro de Selznick tiene su propio encanto pero resulta increíble cómo Scorsese creó esta joya a partir de una historia tan sencilla. Y no lo dude: hay que verla en 3D. Por primera vez (quizá con al excepción de Avatar de James Cameron) la tercera dimensión es utilizada de modo narrativo.
cmoreno@eleconomista.com.mx