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Incorporaciones al diccionario: ¿Por qué ‘big data’ y no macrodatos?
La Real Academia Española acaba de incorporar al Diccionario, entre otros términos, la expresión inglesa big data, pese a que tiene una traducción al español sencilla y obvia. ¿Qué razones hay detrás de esta decisión y de otras parecidas?
Como viene ocurriendo en los últimos años cada diciembre, la Real Academia Española (RAE), en colaboración con la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), ha publicado una nueva lista de palabras y acepciones que se incluyen, a partir de ahora, en el Diccionario común u oficial de la lengua española (DLE).
Por lo general, se trata de palabras -formas simples o complejas- utilizadas ya desde algún tiempo por los hablantes, y que se encuentran suficientemente documentadas en las bases de datos (como el Corpus del Español del Siglo XXI) con el que trabaja el Instituto de Lexicografía de la RAE.
Entre los extranjerismos de reciente incorporación, la mayor parte anglicismos, ha llamado especialmente la atención la locución inglesa big data (literalmente “datos grandes”), debido a que, desde hace algún tiempo, diversas instancias idiomáticas venían proponiendo su equivalente castellano macrodatos. ¿A qué responde esta, en apariencia, incongruente decisión académica, así como otras muchas equivalentes?
Un uso documentado
El criterio básico de la RAE y la ASALE para incluir una palabra en el DLE reside en que su uso, por parte de los hablantes, se encuentre suficientemente documentado. Si un diccionario debe ser un instrumento capaz de resolver las dudas idiomáticas de los hablantes, no tiene más remedio que registrar las voces que estos emplean. Y, a partir de ahí, podrán aconsejar, con criterios razonados y consensuados, si un determinado vocablo resulta el más idóneo para satisfacer tal o cual necesidad expresiva.
A estos efectos, desde la edición de 2001, la RAE viene adoptando el criterio de presentar en letra cursiva los llamados extranjerismos crudos, como big data, aquaplaning, banner, cookie, parkour o sexting, por citar algunos de los recientemente incluidos. Tienen en común el hecho de ser préstamos no adaptados a los patrones gráfico-fonológicos del español, mientras que los préstamos ya adaptados (o no necesitados de adaptación) se consignan en redonda: alien, eslogan, píxel, vedete…
En algunos de los extranjerismos crudos, el Diccionario registra también, escritas en redonda, la forma adaptada o la castellana recomendada si se encuentran suficientemente documentadas. Es lo que hace precisamente, entre otros, en el caso de big data, desde cuya entrada, en cursiva, remite a los lemas “macrodatos” e “inteligencia de datos”, escritos en redonda, formas a las que concede prioridad y cuyo uso, en consecuencia, recomienda.
Y es bajo estos lemas aconsejados donde se detalla la información relativa al correspondiente significado; respectivamente, “conjunto de datos que, por su gran volumen, requieren técnicas especiales de procesamiento” y “rama de la informática que se encarga de los macrodatos”.
Recomendaciones y alternativas
Algo similar ocurre para la sigla inglesa VAR (de video assistant referee, “árbitro asistente por video”, que, en cambio, se consigna en redonda por no contravenir el patrón gráfico-fónico del español): se utiliza el recurso de remitir al lema “videoarbitraje”, bajo el cual se define como “sistema de video empleado como ayuda al árbitro, que permite volver a ver una jugada que acaba de ocurrir”.
Otras voces o locuciones extranjeras (mayoritariamente inglesas), escritas en cursiva, para las que el Diccionario académico remite a formas castellanas son, por ejemplo, best seller (superventas), cartoon (dibujos animados), coach (en deporte, entrenador), container (contenedor), feedback (retroalimentación, retorno), free lance (autónomo), full time (a tiempo completo), grill (parrilla, gratinador), hardware (equipo), hobby (afición, pasatiempo), impasse (callejón sin salida, compás de espera), jean (pantalón vaquero), jeep (todoterreno), jet (reactor), living (cuarto de estar), marketing (mercadotecnia), sponsor (patrocinador), etc.
Pero hay que decir que el criterio académico, a estos efectos, lo mismo que para la adaptación gráfica de los extranjerismos crudos a la pronunciación habitual en español, dista de ser coherente.
Falsos anglicismos
Asunto distinto es el caso de la inclusión de balconing, en cursiva, voz específica de España, para denominar la “práctica de saltar a la piscina de un hotel desde el balcón o la terraza de una habitación”.
Se trata de un caso más de lo que podríamos denominar “falsos anglicismos”, en la línea de otras formas, ya registradas, también en cursiva, en el DLE, como footing (en inglés “posición”, pero no jogging, también incluida en cursiva), camping (acampada), leasing (arrendamiento con opción de compra), parking (aparcamiento), puénting (deporte de riesgo que consiste en tirarse al vacío desde un puente u otro lugar elevado, sujetándose con una cuerda elástica).
Y, puestos ya a incluir esas formas híbridas, por qué no abrir las puertas del DLE a cañoning (como alternativa de rafting, ya incluida en ediciones anteriores), raft (balsa), penduling, cuerding, dancing, goming (salto elástico), pressing, vending, estas cuatro últimas ya incluidas en el Diccionario del Español Actual.
Finalmente, la reciente actualización del DLE incluye también unidades léxicas que son, en su mayoría, calcos estructurales de formas (simples o complejas) extranjeras, como no binario, corredor ecológico, delito de lesa humanidad o de lesa patria, disforia de género, fila cero, huella (de carbono, ecológica, genética, hídrica, satelital), identidad de género, identidad sexual, línea roja, menú del día, pobreza energética, refugio fiscal, rol de género, etc. En estos casos lo que se recibe como préstamo es el significado y el esquema sintáctico, mientras que el significante lo crea la lengua receptora, el español en este caso.
La adición de acepciones, algunas restringidas geográficamente, es otro de los incrementos que suelen llevar consigo las actualizaciones del DLE. Así, por ejemplo, a la voz ojota (“tipo de chancla”) se le añade la acepción, propia de Argentina y Uruguay, de “calzado de verano que se sujeta al pie con una o dos tiras en el empeine o entre los dedos”.
Manuel Casado Velarde, Catedrático emérito de Lengua Española, especializado en análisis del discurso, innovación léxica, Lexicología y Semántica del español, Universidad de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.