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Inmersión al vocabulario de Cecilia Vázquez
Un recorrido de primera mano junto a la artista plástica, responsable de este mundo abierto de símbolos replicantes.
La Galería 526, con sede en el Seminario de Cultura Mexicana, tiene nuevas habitantes. Son 29 obras de arte, entre instalaciones y cuadros de técnica mixta hermanadas entre sí, que forman parte de la exposición Reflejos: resonancia del deseo, de la artista contemporánea Cecilia Vázquez.
El Economista visitó la exposición para acompañar a la responsable en un recorrido de primera mano por este espacio tomado por una propuesta visual que lo mismo pone a convivir al constructivismo con la abstracción orgánica y al surrealismo con la sutileza anatómica.
Reflejos, dice el título de la exposición. Ese es uno de los argumentos reiterados en las piezas de Vázquez. Hay un lenguaje compartido: figuras blandas que levitan sobre planos geométricos, rosales recurrentes, sutiles referencias de la presencia humana, con uno que otro hueso naufragando en un paisaje continuo pero sin horizonte; esferas perfectas que forman parte de una instalación ingrávida que parece haberse fugado de los cuadros para habitar la galería.
Paisajes mentales
En su texto introductorio, la curadora Cecilia Delgado Masse explica que la obra de Cecilia Vázquez explora “una pintura desde el deseo donde la invención de la representación se despliega para apropiarse del espacio y ofrecer una poética del mundo mediante una serie de estrategias formales que operan como sistemas abiertos, que simultáneamente evocan paisajes mentales y naturalezas muertas asociadas al recuerdo”.
Gran parte de la obra expuesta por Vázquez es reciente, sobre todo aquella de mayor formato, la más compleja en composición. Pero esta obra de gran formato se ha fundamentado en las pequeñas piezas, trabajos sobre papel que también se exhiben ahí: cuadros con fondos hechos a carbón sobre los que la artista ha pintado pequeñas composiciones abstractas de colores vivos en acuarela.
“Para mí el papel es un laboratorio de gestión de ideas, donde empiezan las cosas”, asegura la artista y se da permiso de cruzar ese espacio vital de la obra donde ninguna persona (con excepción de la artista) puede cruzar, a menos que esté dispuesta a llevarse un penoso regaño del personal de vigilancia; toca la obra, traza líneas diagonales a pocos centímetros de las superficies para indicar cómo ha elucubrado sus composiciones.
“Decidimos incluir todas la piezas pequeñas, algunas hasta con 10 años, porque, de algún modo, son la génesis de todo el trabajo que se ha ido dando a lo largo de estos años. Era bueno tender un puente entre las piezas germinales y las recientes, pero no en un orden cronológico. Es más como una especie de jazz”, explica.
Los trabajos en dorado se contestan entre sí, como partes elementales de casi todos los cuadros, incluyendo un par de marcos de estilo barroco que, más que elementos decorativos, son parte del discurso que hace contrastes entre lo minimalista de la obra y lo rebosante de la madera tallada.
“Es un rebote, como un juego de espejos en el que todo el espacio se activa de manera integral”, detalla la artista. “Hay mucho de lo que llamamos relaciones formales. Es como si varios de los elementos compositivos y de forma estuvieran replicándose”.
Los distintivos de cecilia vázquez
La artista resume que se trata, finalmente, de la presentación de su vocabulario personal en el sentido de que “a lo largo de los años nos vamos haciendo de elementos de los que nos adueñamos y vemos cómo se relacionan”.
Agrega que para ella hay una inquietud de poner a conversar las técnicas en un mismo cuadro, de ahí que haya texturas, colores y opacidades tan diferentes. “Eso para mí es cuestionar la naturaleza de las disciplinas, tanto como lo es la conversación entre abstracción y representación. Puedes ver elementos muy detallados, de manera muy descriptiva, junto con formas completamente abstractas”.
Al fondo de la galería, detrás de la ya mencionada instalación de esferas ingrávidas, hay un cuadro que es distinto a los demás: una composición habitada por nada más que rosas trabajadas al carboncillo. Carece de marco, pero todo el muro en la que ha sido colgada como pieza única fue pintado de dorado y hace las veces de un marco.
“Es una pieza importante. Es una pieza de duelo, de pérdida. Se llama ‘Ofrenda a Martha’, quien fue mi madre. La hice cuando ella murió”, explica y añade que decidió prescindir de las fichas técnicas para provocar una experiencia de inmersión en la galería sin tanto “ruido”.
Reflejos: resonancia del deseo permanecerá en la Galería 526, del Seminario de Cultura Mexicana, en Presidente Masaryk 526, hasta el próximo 30 de junio.