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Investigadores reportan presencia de plomo en productos de la canasta básica

Un estudio realizado por científicos de la IBERO, el Instituto Nacional de Salud Pública, el Instituto Nacional de Rehabilitación y Pure Earth revela que en 18% de 103 alimentos evaluados en México se encontraron valores de plomo detectables, 2 de ellos fueron alimentos para bebés y otros 2 productos excedieron los límites máximos permitidos para alimentos, que es de 0.20 mg por kilo de producto.

Foto: Especial

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A nivel mundial existe una creciente preocupación por la presencia de sustancias tóxicas en los alimentos que consumimos regularmente, uno de los más importantes, el plomo. Este es considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como uno de los diez elementos tóxicos de mayor preocupación por los efectos adversos que ocasiona, especialmente en niños pequeños y mujeres embarazadas, ¿Cómo está México al respecto?

Hasta hace poco teníamos pocos datos al respecto, pero recientemente se dieron a conocer los resultados de un estudio realizado a 103 alimentos, bebidas y especias más consumidos por la población mexicana. La idea era encontrar la presencia de plomo, los resultados mostraron que 82% de los alimentos no tuvieron un valor detectable de plomo, pero el otro 18% de los alimentos tienen valores de plomo detectables, 2 de ellos fueron alimentos para bebés y otros 2 productos excedieron los límites máximos permitidos para alimentos.

En este primer esfuerzo por conocer la situación del país en el tema, se identificaron productos como arroz, trigo, soya, cúrcuma, pimienta, chile guajillo; embutidos como jamón y salchichas, dulces a base de tamarindo y productos para bebés a base de arroz y soya. Todos de alto consumo en la población mexicana.

Más que alarmarnos ¿qué podemos hacer al respecto?

El equipo de trabajo estuvo conformado por investigadores de la Universidad Iberoamericana, del Instituto Nacional de Salud Pública, del Instituto Nacional de Rehabilitación, así como Pure Earth, organización ambientalista sin fines de lucro. Dentro del equipo firmante se encuentran la doctora Alejandra Cantoral Preciado y doctora Rosa María Mariscal Moreno de la UI, ellas en concordancia con sus colegas, explican que si bien, entre las recomendaciones para disminuir las concentraciones de plomo en nuestros alimentos, se destaca evitar cocinar o almacenar los alimentos en loza de barro vidriado o bien utilizar loza con sello “libre de plomo” producida por alfareros del Fondo Nacional de las Artes. También cabe recalcar que la alimentación variada y rica en nutrimentos como calcio, hierro y zinc inhiben la absorción de plomo y sus efectos adversos en el organismo.

Aseguran que esta problemática va más allá de la acción individual, por ello es importante articular la participación proactiva de los productores de alimentos, organismos reguladores e investigadores que permita la creación de sistemas de monitoreo y vigilancia que garanticen que no se superan los límites máximos de elementos tóxicos como el plomo en los alimentos.

Agregan que la inocuidad y calidad de los alimentos que consumimos debe ser una de las prioridades para la salud pública, para la protección de los consumidores y principalmente de la población más vulnerable a los efectos tóxicos del plomo.

De acuerdo con resultados de Encuesta Nacional de Salud y Nutrición publicados en 2018, en México más del 17% de los niños entre 1 y 4 años tienen intoxicación por plomo, es decir, valores superiores a 5 microgramos por decilitro en sangre, superando lo reportado en Estados Unidos de 2.0% en niños del mismo grupo de edad.

¿Cómo llega el plomo a los alimentos?

De acuerdo con la OMS y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los límites máximos permitidos de plomo son 0.20 mg por kilo de producto, exceder este valor en los alimentos, puede implicar un riesgo para la salud.   

Las investigadoras explican que el plomo se encuentra de forma natural en el medio ambiente, sin embargo, su presencia en los alimentos naturales se debe principalmente a los desechos industriales, lo que ocasiona que suelos, aire y agua destinados al riego y cultivo de alimentos se contamine, transfiriéndose a los cultivos y animales de consumo.

Informes internacionales indican que más del 13% del total de las tierras cultivadas, alrededor de 40% de los lagos y ríos, y aproximadamente 0.24 mil millones de hectáreas de la tierra cultivable del mundo están contaminadas por metales pesados como plomo y cadmio.

Por otro lado, el plomo también puede encontrarse en alimentos procesados, cuya contaminación puede ocurrir en las diferentes etapas de la cadena alimentaria desde su producción primaria hasta su consumo. Por ejemplo, en la fabricación de envases que sirven para su conservación. En México, el uso de loza de barro vidriado para cocinar o almacenar alimentos es la principal causa de exposición en la población general.

Hoy países como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Francia, Australia, Japón, China, Italia, entre otros, realizan un monitoreo constante del contenido de contaminantes, incluido el plomo, esto a través de los “Estudios Totales de la Dieta o Total Diet Study”. Por su parte, agencias internacionales como la FAO y la OMS establecen niveles máximos de contaminantes en los alimentos. 

Con este estudio los especialistas buscan incidir en la política de salud mexicana, pues de no hacerlo el riesgo es importante. En la vida adulta estos daños persisten en casi todos los órganos y sistemas (cardiovascular, renal, óseo, etc.). Además, los niños pequeños pueden absorber hasta 50% del plomo ingerido en comparación con un adulto que absorbe entre el 3-10%. De acuerdo con el reporte emitido por la UNICEF y Pure Earth se estima que cada año hasta 800 millones de niños a nivel mundial tienen niveles de plomo en la sangre iguales o superiores a 5 microgramos por decilitro, considerando este valor como un indicador de la necesidad de una intervención.

nelly.toche@eleconomista.mx

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Periodista de ciencia en la sección Arte, Ideas y Gente de El Economista. Cuenta con maestría en periodismo sobre Políticas Públicas por el CIDE y es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UVM.

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