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La depresión no es sólo tristeza: a menudo implica pérdida de placer

La anhedonia se define como la reducción del interés o el placer en todas –o casi todas– las actividades que una persona disfrutaba previamente. Foto: Shutterstock

La anhedonia se define como la reducción del interés o el placer en todas –o casi todas– las actividades que una persona disfrutaba previamente. Foto: Shutterstock

Tendemos a pensar que si alguien está deprimido, se sentirá triste o decaído la mayor parte del tiempo. Pero lo que muchos no saben es que éstos no son los únicos síntomas de la depresión. Otro síntoma común de la depresión que a veces se pasa por alto es la sensación de que las cosas que antes nos gustaban ya no resultan interesantes o placenteras.

Conocido como anhedonia, este síntoma está presente en hasta el 75 % de los adultos y jóvenes con depresión. Pero a pesar de lo común que es este síntoma, sigue siendo uno de los más difíciles de tratar y manejar.

Pérdida de placer

La anhedonia se define como la reducción del interés o el placer en todas –o casi todas– las actividades que una persona disfrutaba previamente. Si una persona experimenta anhedonia durante un periodo prolongado (al menos dos semanas seguidas), se le puede diagnosticar depresión, aunque no se sienta triste ni decaída.

Aunque se asocia principalmente a la depresión, la anhedonia también puede ser un síntoma de otros trastornos, como la esquizofrenia, la ansiedad y la enfermedad de Parkinson.

En las entrevistas en profundidad que mis colegas y yo realizamos a jóvenes sobre la depresión, muchos describieron la anhedonia no sólo como una pérdida de alegría, sino también como una menor motivación para hacer cosas. Para algunos, esta falta de motivación sólo estaba relacionada con cosas concretas, como ir al colegio o ver a los amigos. Pero para otros era más grave y sentían que no querían hacer nada en absoluto, ni siquiera vivir.

Pero a pesar de lo preocupante que puede ser la anhedonia, no suele ser el objetivo principal del tratamiento de la depresión.

Se recomienda que los casos de depresión leve se traten con terapia hablada. A las personas con casos más moderados o graves de depresión se les pueden recetar antidepresivos. Aunque todos estos tratamientos pretenden ayudar a los pacientes a afrontar y superar los síntomas, más de la mitad de las personas con depresión no responden al primer tratamiento recomendado. Incluso después de cambiar de tratamiento, aproximadamente el 30 % de los pacientes siguen experimentando síntomas.

Se ha argumentado que uno de los motivos de estas bajas tasas de respuesta puede ser que las técnicas de tratamiento actuales no abordan adecuadamente la anhedonia. Las investigaciones también demuestran que tener anhedonia predice recaídas crónicas de la depresión. Incluso es posible que algunos tratamientos antidepresivos empeoren la anhedonia.

Sin ganas de nada, ni de hacer terapia siquiera

¿A qué se debe esto? Una posibilidad es que el error resida en que los tratamientos estándar actuales se centran principalmente en tratar el estado de ánimo depresivo y los procesos cerebrales que sustentan el bajo estado de ánimo, pero no la anhedonia. Por ejemplo, el objetivo principal de las terapias de conversación, como la terapia cognitivo-conductual, es reducir el pensamiento negativo de los pacientes. Los antidepresivos más comunes también actúan principalmente sobre la serotonina, que se cree que sustenta en parte la forma en que el cerebro procesa la información negativa.

Pero como la anhedonia reduce la alegría de vivir, tratamientos como la activación conductual (una forma de terapia hablada) podrían ser mejores para combatirla. No hay que olvidar que la activación conductual pretende ayudar a las personas con depresión a dar pasos sencillos y prácticos para volver a disfrutar de la vida. Sin embargo, también hay estudios que sugieren que la activación conductual no es mejor que [los tratamientos estándar] para tratar la anhedonia. Probablemente porque la propia naturaleza de la anhedonia incluye una falta de motivación, lo que dificulta que los pacientes participen en cualquier terapia, incluso en las formas que más podrían beneficiarles.

La anhedonia también se ha relacionado con mecanismos de recompensa disfuncionales en el cerebro. Por ello, los tratamientos que se centran más en mejorar la forma en que el cerebro procesa la recompensa podrían ayudar a aliviarla.

Lo malo es que el sistema de recompensa del cerebro no es nada sencillo. En realidad implica varios subprocesos, como la anticipación, la motivación, el placer y el aprendizaje sobre la recompensa. Los problemas con cualquiera de estos subprocesos podrían estar contribuyendo a la anhedonia. de ahí la importancia de descubrir cómo funcionan estos subprocesos.

Centrados en el procesamiento de la recompensa

Aunque la anhedonia puede ser compleja, eso no significa que no haya esperanza para quienes la padecen.

Por ejemplo, las investigaciones muestran que las terapias de conversación que se centran en el procesamiento de la recompensa podrían ayudar a reducirla. Un reciente estudio piloto también descubrió que un nuevo tipo de terapia conversacional llamada terapia de depresión aumentada puede funcionar mejor que la terapia cognitivo-conductual en el tratamiento de la depresión. Esto se debe a que la terapia de la depresión aumentada se dirige específicamente a la anhedonia haciendo que los pacientes se centren tanto en sus experiencias negativas como en las positivas.

Además, los antidepresivos dirigidos a los neurotransmisores implicados en el sistema de recompensa (como la dopamina) podrían ser más adecuados para los pacientes con anhedonia. De hecho ya hay estudios que muestran que uno de ellos, la ketamina, podría ser prometedor.

Y aunque puede resultar difícil encontrar motivación si se experimenta anhedonia, tratar de encontrar tiempo para actividades o experiencias divertidas y agradables, como un pasatiempo que solía gustarnos, o incluso un nuevo pasatiempo, podría ayudar a aliviar la anhedonia. The Conversation

Ciara McCabe, Professor of Neuroscience, Psychopharmacology and Mental Health, University of Reading

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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