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Arte e Ideas

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La felicidad de un instante

Uno de los experimentos más notables del FMX fue el Ciclo de Música de Cámara, donde el virtuoso violinista Philippe Quint organizó la serie de conciertos a los que invitó a ejecutantes de diversos países.

Uno de los experimentos más notables del FMX fue el Ciclo de Música de Cámara, donde el virtuoso violinista Philippe Quint organizó la serie de conciertos a los que invitó a ejecutantes de diversos países. Este cronista no pretende emitir un juicio del Ciclo completo, pues sólo escuchó el último recital, pero tampoco va a hacer un relato, comentario o crítica de ese recital.

Lo hará apenas de unos minutos y unos cuantos segundos del mismo, un breve lapso de tiempo que está entre lo más emotivo que le ha sido dado escuchar en su vida en un recital o concierto del tipo que sea. Para cuando regresamos del intermedio, ya sabíamos que nos esperaba una magnífica sesión musical.

Y es que, en la primera parte del séptimo y último recital del Ciclo de Música de Cámara del FMX, organizado, y en varias ocasiones (la última fue una de ellas) protagonizado por Quint, ya habíamos tenido una prueba de que la música iba en serio...

Quizá un poco demasiado serio, ya que a la interpretación del Cuarteto núm. 2 Magueyes, de Silvestre Revueltas, le había faltado algo del humor que tiene la partitura.

Pero el Quintettino de Boccherini La música nocturna de las calles de Madrid y, sobre todo, el Rondó para violín y cuarteto de Schubert habían dado pruebas de que estábamos ante un grupo de músicos excepcional. Quizá no de excepción, pero sí de hacerse notar, era el público del Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso.

Se nota, por un lado, en la dosificación de sus aplausos durante el recital, que es más refinada que simplemente no hacerlo entre los movimientos de una pieza, sino que tiene la delicadeza de esperar a que termine la resonancia de la última nota. También se aprecia en los comentarios que el cronista pudo oír durante el intermedio; se podía apreciar que había una mayoría de melómanos.

Pero no había forma de intuir lo que nos esperaba. Tomamos nuestros lugares, los músicos los suyos, y comenzaron a tocar el primer movimiento Allegro con spirito de los cuatro que tiene el Sexteto de cuerdas en re menor Souvenir de Florence, de Tchaikovsky.

Desde las primeras notas queda claro que el spirito que se hace presente no puede ser otro que el de Tchaikovsky, convocado por unos instrumentistas que en su exploración de la partitura van mucho más allá del papel y la tinta.

Y en la ejecución de la música también parecen ir más allá de la emisión de sonidos, pues contagian una eufórica emoción imposible de transcribir.

Así, al final de este primer movimiento, el público espera a que termine la resonancia y estalla en aplausos.

Los músicos (los violinistas Philippe Quint y Shari Mason, los violistas Bruno Monsaingeon y Paul Abbott y las chelistas Ani Aznavoorian y Fabiola Flores) se miran unos a otros con enormes sonrisas en las que se alcanza a leer la sorpresa, la satisfacción de haberlo logrado, el orgullo por estar tocando con esos compañeros y, se lee en las miradas de reojo que lanzan al público, el agrado de haberlo hecho ante una audiencia que supo apreciarlo.

El resto de la pieza es bueno, excelente, y al final se llevan una ovación de pie, pero ese primer Allegro quedó y quedará como insuperable.

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